La frivolidad de los grandes medios de comunicación al hablar de los futbolistas profesionales deja de lado las historias de los miles de niños que soñaban con llegar a lo más alto y se quedaron en el camino. Por eso tantos niños – uno de cada cuatro en España – “sueñan” con convertirse en Messi, Cristiano o Bale. Habría que analizar si se trata de un anhelo auténtico o si viene inducido por sus padres y la presión de unos medios que repiten lo mismo pero de distintas maneras: hay que consumir, hay que tener. El dinero, las mansiones, las mujeres espectaculares, los coches y la ropa de lujo; los viajes, la fama o, simplemente, el privilegio de sentirse reconocido… Todo esto se convierte en el fin y el fútbol en el medio, cuando el fútbol es un fin en sí, un juego para disfrutar, para compartir, para aprender, para formarse.
Incluso han convertido esta pasión, esta escuela de vida, en un reality show como Camino a la gloria. Se trataba de conseguir, de entre 12.000 candidatos en Argentina, un joven talento que fuera a probar fortuna al Real Madrid. Ya en España, meses después, las cámaras grabaron cómo el ganador, Aimar Centeno, se rompió a la primera jugada de su primer entrenamiento con las divisiones inferiores del club más rico del mundo. Volvió a Argentina, donde pasó de banquillo en banquillo hasta recalar en el fútbol amateur. Hoy vende refrescos para poder mantener su hijo. Lo cuenta el periodista chileno Juan Pablo Meneses en Niños futbolistas, una crónica imprescindible para entender el negocio del fútbol, y la quimera en que se convierte para muchos “llegar a lo más alto”. El experimento de Camino a la gloria se repitió en España en dos ocasiones más. El resultado de esos programas muestra la realidad más cruda del fútbol: ninguno de los ganadores juegan hoy en primera división.
Peor destino han tenido otros niños latinoamericanos o africanos a los que sacan de sus clubes infantiles y juveniles por muy poco dinero y los “colocan” en el mercado europeo, en las categorías inferiores de un club. Cuando no llegan a lo más alto, encuentran problemas para adaptarse, pues además de no tener una formación académica, casi nunca tienen la nacionalidad y no pueden trabajar más que en la llamada “economía informal”. Leyes como la brasileña o la italiana no han impedido que continúen casos que podrían considerarse como “trata de personas” o incluso, en casos extremos, de “esclavitud infantil”.
Esta pasión se suma a las desigualdades, la pobreza, la violencia y la falta de oportunidades han contribuido a que América Latina, sobre todo Argentina y Brasil, se hayan convertido en “la fábrica” de futbolistas. Si uno de cada cuatro niños españoles sueña con convertirse en futbolista profesional, sólo uno de cada cuatro niños en América Latina quiere dedicarse a otra cosa, según Meneses. Se convierten en víctimas del mito del futbolista que llega a lo más alto pero desde lo más bajo: las favelas y las villas miseria como las que describen los biógrafos de Diego Armando Maradona.
Estos datos sirven de llamada de atención para muchos padres, pero los medios de comunicación tendrán que dejar de hablar de fútbol como si se tratara de un cuento de hadas. Basta con preguntarnos si hemos conocido en nuestras vidas a alguien que haya llegado a lo más alto en el fútbol para plantearnos que quizá hay opciones más realistas para un niño si la vida se trata de buscar la felicidad. Pero como advierte Meneses, el problema no es sólo de los padres que quieren convertir a sus hijos en estrellas del fútbol. La presión que muchos niños acusan en forma de lesiones, de bloqueo psicológico y en incapacidad general de disfrutar con el deporte se ejerce también en ámbitos académicos y de otros deportes por la falacia repetida de que los hijos son de sus padres. Los niños no son de sus padres, sino personas en sí mismas, con derechos y anhelos propios.