El mundo está en manos de nosotros. Fuera la desgana. Tenemos que trabajar como si todo dependiera de cada uno. Arriba la creatividad. Si el horizonte es negro trabajemos por mudar de aires. Entre todos tenemos que fomentar el empleo y la protección social. Abajo la ociosidad. Nada de rebajar salarios. Dignifiquemos el trabajo. Una persona que trabaja no puede vivir en la pobreza. Cuanto antes debemos modificar el valor de las cosas. No podemos estar al capricho de los poderes, máxime cuando se vuelven arbitrarios e improcedentes, sin tener en cuenta que somos personas, no esclavos de un sistema totalmente arcaico. El camino es otro. No más deterioro en las condiciones de trabajo. La recesión en este tema sí que es grave, gravísimo. Disminuir los derechos laborales es otra incurable enfermedad del momento actual. La cuestión pasa por protegernos más y mejor nosotros, no a los mercados y a sus dirigentes.
Ha llegado el tiempo, pues, de dignificar toda actividad humana. El mundo laboral no puede degradarse ante un poder que no resuelve. El trabajo nos ennoblece, cualquier trabajo, y éste debe darnos el bienestar que todos nos merecemos. Ya va siendo hora de pasar de las palabras a los hechos. Todo está en manos de nosotros. Cierto. El futuro no se construye con el desempleo. Debemos anticiparnos. Lo prioritario, sobre todo para hacer frente a las desigualdades, es salvar los puestos de trabajo. Las instituciones deben prevenir la pérdida de empleos. La falta de acción frente a tantos retrocesos viene generando un descontento social que va a ser complicado calmar. El riesgo de perder una generación si no se toma en serio, y con urgencia, la crisis de empleo juvenil, es indicativo del fracaso de los organismos públicos. Nos hemos quedado en las palabras. Y lo que es peor, seguimos en las palabras, en los empleos decentes que jamás llegan, en las inversiones que son mentira, en el distanciamiento cada vez mayor del mercado de trabajo entre los jóvenes.
Las estadísticas nos dicen que millones de personas prácticamente han abandonado la búsqueda de trabajo. Viven en la desesperación permanente. Perdieron toda la ilusión. Otros que sí tienen empleo, también se mueren en la incertidumbre e inseguridad. A mi juicio, hasta ahora el trabajo se ha venido supeditando a la productividad o competitividad, o sea, a los intereses económicos o incluso especulativos, en lugar de considerarse un deber y un derecho de las personas. Así, los pobres son en muchos casos el resultado de la violación de la dignidad del trabajo humano, bien porque se devalúan sus derechos o se limitan sus posibilidades de realización. Evidentemente, hace falta un cambio social, y esta trasformación está en manos de nosotros, haciendo realidad los valores de justicia y solidaridad, de la ética y la búsqueda del bien común antes que los intereses políticos y partidistas.
Sí, una vez más, recuerdo que todo está en manos de nosotros. No podemos aceptar que se han acabado las alternativas, las hay y muchas, sólo hace falta que la carga de la crisis la paguen los responsables de los asuntos públicos. De lo contrario, sería como si fuese ya el fin de la historia humana, de cada una de nuestras historias. Desde luego, hemos de apoyarnos más los unos en los otros, con el fin de que las estructuras de poder estén al servicio de la ciudadanía y no al servicio de sus intereses como viene sucediendo en buena parte del mundo. Por lo demás, tenemos derecho a reclamar de esos poderes públicos, un trabajo libremente elegido, no impuesto, respetuoso con las personas, y que permita satisfacer las necesidades básicas de las familias. En cualquier caso, la esperanza de que todo depende de mí es un buen estimulante, muy superior a la suerte que a veces tanto se implora.
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