Cada ser humano lleva, como esos peregrinos que acuden a La Meca o Santiago de Compostela, una mochila a cuestas. Dentro están nuestros sufrimientos y alegrías, esperanzas y desesperanzas, odio y amores, fantasías que se han convertido en la guía de nuestras vidas. En ocasiones, también nos echamos a la espalda las angustias de nuestra pareja, de nuestro hijo o del vecino, en un intento por ser el salvador del universo. Mas la vida está construida para que cada ser humano aprenda a cargar su ‘mochila psicológica’ de aspectos positivos y a descargar todo aquello inútil que lo único que produce es más pesadez.
Las fortalezas emocionales son, para Seligman y Peterson, la capacidad que tiene el ser humano para afrontar con éxito las adversidades de la vida cotidiana, ‘las alas’ que facilitan llevar la pesada ‘mochila’ de nuestra existencia, sobre todo en los momentos de crisis o adversidad.
La valentía, fortaleza de la voluntad, nos permite vencer el miedo y no quedarnos paralizados ante las dificultades, así como responder con firmeza a las exigencias de nuestra vida. También, la valentía supone defender nuestras convicciones y valores aunque eso en muchos casos provoque críticas e incomprensiones.
Integridad es sinónimo de rectitud, honradez, sinceridad, la capacidad de ser consecuentes con las propias creencias y valores y con las normas éticas y sociales del entorno; la persona con esta cualidad asume sus errores y los reconoce, y tampoco tiene ningún problema con señalar los errores de los demás; manifiesta sus intenciones, ideas y sentimientos, aunque los demás no las compartan y cumple sus compromisos y sus promesas en su ámbito personal, social y laboral.
La vitalidad hace referencia al entusiasmo con que realizamos las tareas cotidianas. Ser vital es vivir la vida como una aventura, enfrentándose a los conflictos cotidianos con alegría y con una sensación viva y activa, pues se parte de un principio fundamental: la relatividad de las cosas y de los acontecimientos. La persona vital vive sobre todo el presente (el pasado fue y no se puede cambiar y el futuro todavía no existe).
La vitalidad nada tiene que ver con la actividad o el hacer muchas cosas. Podemos multiplicar nuestras acciones y no ser vitalista. Una persona vital está impregnada de un sentimiento de entusiasmo personal, independiente de las acciones, muchas o pocas, que realice. La fortaleza de vitalidad implica que el sujeto pone pasión en las tareas que realiza y muestra entusiasmo por el hecho mismo de vivir. Lo contrario es la desgana, la falta de energía y por último, la tristeza o depresión.
Persistencia es terminar lo que uno empieza, no tirar la toalla ante las primeras dificultades cuando comenzamos una tarea o incluso una relación o un trabajo. El éxito no es necesariamente inmediato y la satisfacción puede estar al final del camino. No obstante, tampoco podemos ser obcecados, pertinaces e incapaces de modificar nuestra trayectoria, si somos conscientes que se precisa un cambio.
Existen personas que se vanaglorian que nunca han dejado un libro a mitad de su lectura, aunque fuera un pestiño, pues les gusta terminar lo que uno empieza. Debemos ser persistentes pero no ponernos las orejeras y querer meter la cabeza por donde es imposible hacerlo. Piénsese en relaciones tóxicas (donde los dos miembros de la relación sufren) o en las relaciones laborales, que han agotado todo el bienestar, para comprender que a veces es más sano cambiar.
Nuestra ‘mochila psicológica’ se carga de frustraciones, miedos, amores no correspondidos, esperanzas y proyectos que, como si fueran piedras pesadas, nos dificultan el caminar y disfrutar de la vida. Es preciso, pues, discernir entre las piedras preciosas y las que no tienen valor.
Para descargar, hay que hacer un alto en el camino de nuestra vida y observar qué es lo que más nos hace sufrir o que nos facilita la felicidad. De esta manera podemos determinar qué es lo que podemos tirar y que podemos conservar para aligerar la carga. En ocasiones, el cambio no se produce por el miedo a la nueva situación: temor al futuro de una nueva relación, un nuevo trabajo, otro hijo, etc. Una vez que la ‘mochila psicológica’ sea más ligera, nos permitirá comenzar nuevas experiencias y explorar nuevas sendas por donde pueda discurrir nuestra vida.
Así como no podemos vaciar del todo la mochila del colegio, pues es necesario llevar los libros y cuadernos para las clases, sí podemos retirar todo lo superfluo y además dejar que el otro nos ayude o en el último instante llevarla en un carrito que sería el equivalente a las alas. En la ‘mochila psicológica’ las fortalezas descritas por Seligman pueden ser las alas que faciliten, a pesar de las dificultades y los sufrimientos, poder llevar una buena calidad de vida.