“En 2011, el Partido Popular gastó 133 millones de euros, registrados en la contabilidad oficial, pero sólo ingresó 12 millones, mientras que los donativos apenas superaron los 2 millones”, denuncia el periodista y académico, Luis María Anson. Con lo que se confirma que más del 90% de lo que gastan el PP, el PSOE y los demás partidos procede de subvenciones del Estado y de empresas premiadas con concesiones de la administración pública. No de otra manera se puede interpretar que entregas de hasta 400.000 euros, y más cantidades fraccionadas, figuren en las cuentas sacadas a la luz del partido como “144.000 euros”. ¿El resto? Pues a engrosar las retribuciones opacas, en los “sobres” que perciben regularmente los dirigentes del partido y que no se declaran a Hacienda. Esto se había hecho costumbre hasta el punto de parecerles normal a los beneficiarios. O que el tesorero del PP, Luis Bárcenas, separado del partido por estar imputado en casos de corrupción y de evasión de capitales, percibió 400.000 euros por “despido improcedente” y el pago de las cuotas a la seguridad social hasta la fecha.
Es tal el ambiente generalizado de corrupción que en cada informativo de los medios de comunicación ya ocupan la mitad de su información, y el resto son noticias de catástrofes y de crímenes en el mundo, con lo que dan la sensación de que todo va mal y en todas partes. Lo cual es una falacia abominable, porque cada día se producen miles de noticias positivas, amables, enriquecedoras capaces de mantener nuestra esperanza en un mundo mejor, más justo y solidario.
Esto nos ha confundido, desolado y hasta desesperanzado porque nos estaban envenenando como un gas paralizante hasta que se rematase la privatización del Estado de Bienestar Social. Vemos cómo se privatizan servicios fundamentales como la educación, la sanidad, la investigación, se reducen las prestaciones a personas dependientes, los desahucios se cuentan por cientos de miles de euros, las personas sin trabajo alcanzan los 6 millones, se incrementan los suicidios mientras se respaldan 40.000 millones de euros para “rescatar” la banca responsable de los escándalos inmobiliarios y de evasiones de capitales.
Parece que la transición fue una gran estafa al prolongarla después del golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, escribe el profesor Pedro Luis Angosto. No es el nivel de corrupción lo que mina nuestra democracia, hunde nuestra economía y envenena nuestra convivencia porque no podemos admitir que todo el mundo está corrompido. No existiríamos como sociedad porque, hasta en las bandas de ladrones, recuerda Aristóteles, rigen normas entre ellos, al menos, para el reparto del botín.
Es responsabilidad de los poderes públicos dotarse de medios suficientes para educar ciudadanos conscientes de sus derechos y de sus deberes, entre otros el de no votar a delincuentes ni a partidos que informan su ideología en lo peor de nuestro pasado reciente. Y disponer de los instrumentos necesarios para que quien soborne, prevarique o utilice la representación democrática en su provecho, sea castigado por las leyes. Las leyes existen pero se aplican a los más débiles y a quienes no están protegidos por las marañas de los partidos, los sindicatos, las patronales o dudosas fundaciones. De las patronales se ha sabido que de cada 10 euros que gastan, 7 proceden del Erario público, esto es, de los impuestos directos o indirectos de los ciudadanos.
Lo positivo es que ya hablamos públicamente de estas corrupciones en las redes sociales y en los medios, en las tertulias y en las conversaciones corrientes. Millones de personas no sólo se han echado a las calles sino que respaldan mociones ante el Congreso de los diputados contra este estado de corrupción que ha ido creciendo desde que el Partido Popular fue alcanzando más cotas de poder por más tiempo y desde que el Partido Socialista comenzó a olvidarse de su razón de ser. Ante el hedor que producían las sentinas del poder económico y político se perfila la explosión de sus tapaderas para que salgan de una vez las ratas, se avienten las inmundicias y se meta el caudal de un río como el que limpió los establos de Augias, que hacía más de treinta años que no se limpiaban.