Pasar de la teoría a la práctica es una tarea realmente compleja, sobre todo en las ciencias sociales, donde existen diversas condiciones, eventos, fenómenos e intereses que impiden predecir a plenitud el devenir futuro de la realidad social.
Como ciudadanos de países en desarrollo tenemos como compromiso permanente cuestionar a nuestras autoridades sobre el estado de avance y progreso que guardan nuestras naciones; sobre la efectividad, que es la fusión de la eficiencia y la eficacia, de los programas dirigidos a dignificar la vida de los menos favorecidos, y de aquellos que buscan mejorar las condiciones de producción, empleo, seguridad y educación de los que viven en situaciones más ventajosas.
Los avances en materia de medición estadística nos dan una pauta para dimensionar los grandes problemas de nuestros estados, para saber si los programas gubernamentales han sido los más adecuados, para calcular al mediano plazo, si nuestros gobiernos cumplieron y en qué medida son los responsables de un avance o retroceso en el desarrollo de nuestras naciones.
Habrán muchos que con críticas vacías traten de demeritar los grandes acuerdos nacionales, aquellos que culpan a los modelos en sus diversas categorías (político-administrativas, económico-financiero, social, etc.) por el atraso en el país, sin darse cuenta, que en la teoría las ideas son perfectas y que en la práctica es sumamente necesario tener conocimiento pleno de la base epistemológica y de la realidad social para acercarnos a un grado aceptable de aplicación de la misma.
A nivel del gobierno, las características de nuestra cultura, aunadas al estado de precariedad e urgencia de nuestras naciones, sobre todo a nivel del empleo, han frustrado el objetivo del Modelo Burocrático por organizar y atender la complejidad de entes con amplias proporciones y transformaciones constantes como lo son las administraciones estatales. A groso modo se ha confundido el principio de la estructura jerárquica, con el favor político, que vela ciegamente por la lealtad hacia “el jefe”, en vez de hacerlo por “la razón” del estado.
También se ha errado en la aplicación del modelo económico, que no contiene propiamente un aspecto nocivo hacia la sociedad, pues busca que la libertad permita a todo aquel que se esfuerce y tenga las cualidades necesarias, pueda lograr sus objetivos materiales, sino que se ha implementado el modelo neoliberal sin un plazo establecido, sin medir las consecuencias de instaurar de la noche a la mañana un modelo que beneficia a las empresas, en una sociedad acostumbrada al estado benefactor y muchas veces también al gobierno clientelista. Iberoámerica está en un momento de suma importancia para consolidar su liderazgo económico, el cual sólo será loable si logra generar empresas sostenibles, para combatir en cierta forma la informalidad, que niega de seguridad social, de acuerdo con la OIT, al 40% de la población ocupada de nuestra región.
En la feria de las buenas intenciones se ha fallado también en el combate a la demanda más sensible de la población; el rezago y el hambre, necesidades prioritarias que se han atendido con políticas sociales de corte asistencialista, que no resolvieron el problema, sino que lo administraron, convirtiendo a los “beneficiarios” en masas electoreras que bien pudieron marcar la diferencia en diversas votaciones y que tristemente se han acostumbrado a estirar la mano para obtener siempre y a cada visita un beneficio grupal que los incentive a la participación pública.
Nuevos impulsos regionales tratan de aliviar esta condición, como la iniciativa Hambre Cero en Brasil o la Cruzada Nacional contra el Hambre en México, bajo el argumento de velar por el interés nacional para aquellos temas que ya no deben ser trastocados por la ambición individual, ante una sociedad más informada que puede poner en jaque la estabilidad.
Un verdadero interés de estado se define al brindar respuestas inteligentes a los problemas complejos de la demarcación geográfica, lo cual no necesariamente radica en la perspectiva de un líder, que en política, se basa en la intuición que dictan sus intereses individuales, mas que en un enfoque que se nutra de los conocimientos de la realidad social contemporánea y de la experiencia internacional.
El problema no radica en los modelos que prescriben la trayectoria de la vida institucional de nuestras naciones, sino en su aplicación. La fórmula para el desarrollo es ampliamente conocida por los académicos y por los asesores de primer nivel de nuestros líderes. La apuesta debe centrarse en la educación, de gran calidad y amplitud; en una instrucción focalizada hacia lo que busca potenciar nuestro modelo económico: la generación de empresas.
Sin embargo, la inversión social debe igualmente concentrarse en dignificar y nivelar las capacidades culturales, sociales, económicas y políticas de los que menos tienen, porque las mujeres y los hombres solo pueden ser libres en la medida que superen los obstáculos que condicionan la supervivencia, que los atan a vivir en la pobreza en sus múltiples dimensiones.
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