El presidente de Estados Unidos Woodrow Wilson, (Premio Nobel de la Paz) intentó poner en manos del ejecutivo estadounidense, el poder de censurar la prensa estando en juego la “seguridad nacional” o la “reputación del gobierno”.
En su discurso del 7 de diciembre de 1915, sobre el Estado de la Unión, Wilson declaró: “Hay ciudadanos de Estados Unidos… que han vertido el veneno de la deslealtad en las arterias mismas de nuestra vida nacional, que han tratado de arrastrar al desprecio de la autoridad y de la buena reputación de nuestro gobierno… de destruir nuestras industrias… y de denostar sobre nuestra política en beneficio de intrigas extranjeras… Carecemos de leyes federales adecuadas… Os exhorto a no hacer menos que salvar el honor y el respeto de la nación por sí misma. Esas criaturas de la pasión, de la deslealtad y de la anarquía deben ser aplastadas.”
Pese a tal discurso, el Congreso no siguió ipso facto la exhortación del presidente Wilson, y como consecuencia de la entrada en guerra de Estados Unidos, votó la Espionage Act, que retomaba los elementos fundamentales de la Official Secrets Act del Reino Unido.
Cortaba el acceso a la información prohibiendo a los depositarios de los secretos del Estado, revelar lo que saben. Los anglosajones se presentan como defensores de la libertad de expresión, cuando realmente son los peores transgresores del democrático derecho a la información. Así, ellos mismos tienen menos información que los extranjeros sobre lo que acaece en sus propios países.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos, el Reino Unido y Canadá lograron mantener en secreto (en su propio territorio) el Proyecto Manhattan, destinado a concebir la bomba atómica, a pesar de que 130,000 personas trabajaron en ese programa durante 4 años.
En materia de secreto, es importante señalar que Stalin y Hitler tuvieron conocimiento sobre la existencia del Proyecto Manhattan desde el momento mismo de su inicio, porque ambos tenían agentes donde había que tenerlos.
Sin embargo, Truman, en su calidad de vicepresidente de Estados Unidos, no fue informado sino hasta el último momento, o sea después del deceso del presidente Roosevelt.
Washington no estaba preparando aquella arma para la guerra que libraba en aquel momento sino para la siguiente, es decir, para la guerra contra la Unión Soviética. En realidad, la guerra fría comenzó antes del fin de la Segunda Guerra Mundial.
En todo caso, el espionaje ocupa un lugar secundario en la Espionage Act, como lo denota su forma de aplicación. En tiempo de guerra, la misma sirve para castigar las opiniones disidentes. En tiempo de paz, para impedir que los funcionarios develen, publiciten un sistema de fraudes o crímenes cometidos por el Estado, incluso aunque revelen hechos de los que el público previamente ya conocía, pero que hasta el momento de las revelaciones impugnadas no han podido comprobarse.
Bajo la administración Obama ya han recurrido a la Espionage Act en 8 ocasiones, lo cual en tiempo de paz es todo un récord.
Edward Snowden, publicó diversos documentos de la NSA que exhiben el espionaje estadounidense contra China… y también contra los invitados al G20 organizado en Reino Unido. Lo más importante es que demostró la envergadura del sistema militar de escuchas de las comunicaciones telefónicas y a través de Internet, prácticas a las que nadie escapa.
El soldado Bradley Manning, transmitió a Wikileaks los videos de dos crímenes perpetrados por el ejército estadounidense, 500,000 informes de inteligencia de sus bases militares en Irak y 250,000 cables sobre los datos de inteligencia recogidos por diplomáticos estadounidenses durante sus conversaciones con políticos extranjeros.
El general James Cartwright, exnúmero 2 de las fuerzas armadas de Estados Unidos, exjefe adjunto del Estado Mayor Conjunto, y también consejero del presidente, tan cercano a este último que en Washington llegaron a llamarle “el general de Obama”, y contra quien acaba de abrirse una investigación.
Estos ejemplos verdaderamente demuestran que, en Estados Unidos, desde el simple soldado (Bradley Manning) hasta el número 2 de las fuerzas armadas (el general Cartwright), existen hombres que luchan a como pueden contra un sistema dictatorial al enterarse de que son parte del mecanismo.
Snowden, Manning y Assange, son paladines de la libertad de expresión, luchadores en pro de la salud de la democracia y de los intereses de todos los ciudadanos del planeta. Hoy acosados y perseguidos por el “Gran Hermano” estadounidense.
Diplomático, jurista y politólogo*