Retrocediendo en América Latina por casi una década, Washington pretende responder a los desafíos, consolidando su rol hegemónico en la región. Desde la desaparición física de Chávez, la Casa Blanca instrumentó un conjunto de iniciativas económicas, políticas, militares, diplomáticas e ideológicas.
John Kerry, Secretario de Estado, el 17 de abril (2013), expresó ante el Comité de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes, un trascendente objetivo de la diplomacia estadounidense: “América Latina es nuestro patio trasero... tenemos que acercarnos de manera vigorosa”.
En 1991, George W. Bush (padre), lanzó el gran proyecto interamericano para la posguerra fría: la “Iniciativa para las Américas”, la idea era construir una gran área de libre comercio, ampliando el acuerdo entre Canadá, Estados Unidos y México (NAFTA), hasta Tierra del Fuego.
La apuesta neoliberal del ALCA la continuaron Clinton y Baby Bush, pero fue derrotada en Mar del Plata a raíz del cambio en la correlación de fuerzas y de la aparición de un programa alterno de integración latinoamericana.
El desgaste que implicó tal derrota, más las apremiantes preocupaciones en Afganistán, África, China, Irak, Irán, y Oriente Medio, sustrajeron a América Latina del foco de atención del Departamento de Estado.
Tal descuido se prolongó durante el primer mandato de Obama, fortaleciéndose el eje bolivariano, surgiendo nuevos escenarios de integración entorno al ALBA, la Unasur y la Celac, e incrementando la presencia de China y otros emergentes extrahemisféricos.
Iniciando su segundo mandato como presidente, denota el claro interés de la Casa Blanca por reposicionarse en la región. Intensificó su estrategia de recuperar un área que históricamente estuvo bajo su influencia, impulsando las relaciones comerciales y financieras con sus vecinos del sur.
Persigue retomar la iniciativa diplomática, debilitando a sus rivales regionales, especialmente el bloque de países del ALBA, con Venezuela a la cabeza. El deceso del líder bolivariano y principal impulsor de la integración, para Estados Unidos es una gran oportunidad.
Washington movió con gran destreza infinidad de fichas: gira de Obama por México y Costa Rica; visita estratégica del vicepresidente Biden a Brasil, Colombia y Trinidad y Tobago; recepción de los mandatarios de Chile y Perú en la Casa Blanca; visita de Kerry a Guatemala; y la invitación a Dilma Rousseff para una visita de Estado.
Apoyo a la Alianza del Pacífico: los principales aliados de Washington, impulsan esta integración de matriz neoliberal y afín a la Asociación Transpacífica, desestabilización en Venezuela al no reconocer el triunfo electoral de Nicolás Maduro.
Estados Unidos impulsó a Colombia para su ingreso en la OTAN y recibir al opositor Capriles, y negoció para que la DEA vuelva a actuar en Argentina. Su diplomacia actúa intensamente para reordenar el “patio trasero”, luego de las turbulencias que supusieron las rebeliones populares, el surgimiento de movimientos antiimperialistas y la creación de instancias de integración, apuntando a recuperar la autonomía.
Desde el fin de la guerra fría, los países latinoamericanos no desafiaban tan abiertamente la agenda del Departamento de Estado, quien contrariado por el desafío regional, trata de poner las cosas en su sitio. Las promesas de ayuda financiera, concesiones comerciales, inversiones e intercambios académicos, tradicionalmente coexistieron con amenazas, desestabilizaciones, sanciones económicas y apoyos a militares golpistas.
Para conseguir aprobar el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca en 1947, ofrecieron una suerte de “Plan Marshall para América Latina”. La Alianza para el Progreso, fue proyectada para lograr los votos que permitieran expulsar a Cuba de la OEA. Los ofrecimientos, acuerdos de libre comercio, inversiones y asistencia financiera, para gobiernos neoliberales de la región, funcionan con amenazas para quienes confronten con los intereses de Washington.
Los documentos filtrados por Edward Snowden revelan secretos que involucran a Estados Unidos y Reino Unido, concediéndose poderes legales, autorizándose espiar todas las comunicaciones personales y comerciales de cualquier sistema mundial de telecomunicaciones a su alcance. Que los datos interceptados tengan o no que ver con el terrorismo o la delincuencia, resulta irrelevante. La denunciada red de espionaje de Estados Unidos, se expandió por toda América Latina, enfocada en asuntos militares, secretos industriales, propiedad intelectual, etc.
La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff se propone denunciar el caso ante las Naciones Unidas, en vísperas de su primera visita de Estado a Washington, prevista para el próximo 23 de octubre (2013), cuando deberá ser recibida por su homólogo Barack Obama en la Casa Blanca. Los movimientos sociales y las fuerzas políticas populares de la región advierten esta nueva ofensiva imperialista.
*Diplomático, jurista y politólogo