Los expertos fijan entre los tres y los cuatro años la etapa en la que un niño no hace otra cosa que preguntar ¿y por qué?, acabando incluso con la paciencia de sus padres. Preguntas con las que pretenden obtener datos que les permitan entender el mundo que están descubriendo. Para conseguirlo necesitan que sus padres se lo expliquen con sus respuestas.
Pues lo mismo ocurre con los periodistas, intermediarios de los que se sirven los ciudadanos para comprender la sociedad en la que viven cuando llegan a la edad madura, para hacer lo que ellos hacían de pequeños, preguntar.
No es otra cosa lo que hacemos los periodistas en las ruedas de prensa, al preguntar a políticos, banqueros, empresarios, artistas o deportistas. Preguntas con cuyas respuestas podamos saciar el ansia inagotable de saber de los ciudadanos.
Preguntar no es un derecho de los periodistas. Nuestro papel es ser intermediarios entre quienes quieren enviar un mensaje a los ciudadanos y éstos. Pero no cualquier mensaje, porque nuestro papel es ser garantes del derecho a la información que tienen los ciudadanos.
Sólo si se entiende así la profesión de periodista, como la intermediación entre el emisor y el receptor, se entenderá la pelea que algunos, pocos al principio, iniciamos hace ya más de cinco años, cuando dijimos NO a las ruedas de prensa sin preguntas, en cartas que enviamos al entonces presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, y al que era líder de la oposición, Mariano Rajoy, por sus convocatorias a los medios para hacer ante ellos declaraciones sin permitir hacerles preguntas, pedirles aclaraciones.
Lo que entonces fue propio de quien clama en el desierto, se fue extendiendo entre los colegas y ahora la demanda ha traspasado las fronteras de la profesión, para convertirse en una exigencia ciudadana.
Defender que quienes se ponen delante de los periodistas estén obligados a responder preguntas no es una concesión al periodista. Son los ciudadanos los que pese a haber superado la etapa infantil de los “¿y por qué?” tienen derecho a preguntar.
Ese derecho, que ejercen a través de nosotros, no se debe traducir en preguntas porque sí, o para quedar bien, ya sea haciendo la pelota o para demostrar lo listos que somos. No. La obligación del periodista es ponerse en el lugar del ciudadano y formular las preguntas que ellos harían al mismo personaje si lo tuviesen delante. Pedirles las aclaraciones que exigirían ellos, o plantear las dudas que asaltarían a los ciudadanos al oír a nuestro interlocutor.
Claro que los políticos, sobre todo ellos, tienen derecho a comparecer ante sus partidos, a puerta cerrada o permitiendo que los periodistas puedan escuchar sus discursos, aunque sea a través de un plasma, faltaría más, pero eso no suple su obligación de dar respuestas a los ciudadanos sobre lo que quieren saber.
Para eso están las ruedas de prensa, las entrevistas. Intentar eludir las preguntas parece consustancial al político, y se da en todos los sitios en mayor o menor medida, pero nuestra obligación será exigir siempre poder preguntar. Eso sí, no sólo es cosa nuestra. Son los ciudadanos los que deben exigir que los políticos den explicaciones, los que pidan que haya ruedas de prensa donde nosotros podamos preguntar, actos en los que ellos mismos puedan hacerlo. Son los ciudadanos los que deben premiar a quienes se sometan a los “¿y por qué?” y castigar a los que se nieguen. A nosotros, los periodistas nos quedará lo más difícil, saber preguntar lo que de verdad los ciudadanos quieren saber, no lo que nos interesa a nosotros o a otros intereses que no sean los de los ciudadanos.