Ante la crisis financiera y económica que padecemos, afirmamos que otro mundo es posible, porque es necesario. El actual, regido por un neoliberalismo salvaje y la dictadura de los mercados, se nos presenta cargado de amenazas: la libertad de circulación de capitales, los paraísos fiscales y la explosión del volumen de transacciones arrastran a los gobiernos hacia una carrera para ganarse el favor de los grandes inversores privados. En nombre del "progreso", más de dos billones de dólares circulan cada día por Internet en busca de una ganancia rápida, al margen de la economía productiva. Produce rubor la naturalidad con la que se producen los escándalos financieros que han conducido a la ruina a naciones enteras. Sus dirigentes eran presentados ante la ciudadanía como ejemplos de los triunfos adonde llevaba la política neoliberal impuesta por el pensamiento único: banqueros, empresarios, políticos, periodistas y hasta líderes religiosos han mostrado su faz más turbia y enlodada.
La globalización financiera agrava los desequilibrios e inseguridad sociales, y menoscaba las opiniones de los pueblos, al limitar los controles que corresponden a sus instituciones representativas y a la mayoría de los Estados, responsables de defender el bien común. Tales controles fueron sustituidos por lógicas especulativas que sólo expresan el interés de las empresas transnacionales en los mercados de capital, aspirando éstos a constituir una especie de gobierno financiero mundial.
La ciudadanía ve cómo se le cuestiona el poder de decidir sus propios destinos, en aras de una transformación presentada como algo inevitable. Así se generan sentimientos de impotencia frente a la incesante desigualdad en las distintas zonas del planeta, ante el creciente deterioro de los derechos y conquistas sociales logrados a lo largo del siglo XX, así como por el consiguiente avance de actitudes individualistas, insolidarias y xenófobas.
Pero contra el fatalismo, instaurado por los propios dirigentes de ese "gobierno del dinero supranacional", surgen alternativas esperanzadoras que nos impulsan a retomar la esperanza superando la angustiosa espera.
El destino de la humanidad depende de los dictados de unas instituciones económicas (FMI, OCDE, Banco Mundial y OMC) no democráticas, que intentan controlar el mundo como representantes del poder financiero. Los Estados sucumben a sus decisiones con muy poca resistencia entre los principales partidos, ya que éstos buscan ser merecedores de confianza por ese capital para llegar a gobernar y se encuentran acompañados en dicha complicidad por medios de comunicación que suelen comportarse como portavoces de la política de mundialización. Como ejemplo, una España que dice no estar intervenida pero que no se mueve sino al dictado de esos banksters.
Las consecuencias de la especulación financiera se traducen en un constante riesgo para las condiciones sociales de los seres humanos: mientras crece la miseria en los pueblos empobrecidos del Sur, en una veintena de países ricos del Norte casi se ha desmantelado el Estado de bienestar con graves efectos en la sanidad, la educación y los demás servicios básicos de bienestar social; aumenta el desempleo junto a la precariedad en el trabajo y aparecen nuevas bolsas de exclusión y de pobreza.
Pero en la sociedad civil emergen pujantes movimientos de resistencia global para despertar la conciencia ciudadana ante la complicidad de los gobernantes para que actúen presididos por la ética, por la libertad y por la justicia social.
La movilización ciudadana se plantea como denuncia social dentro del espíritu de la Declaración Universal de los Derechos Humanos que reafirma la legitimidad del "supremo recurso a rebelarse contra la opresión", ya que la ciudadanía tiene hoy el deber ético de ejercitar su resistencia contra la dictadura de los mercados.
Noam Chomsky afirmó que el nuevo milenio comenzó con dos crímenes monstruosos: los atentados terroristas del 11 de septiembre y la respuesta a ellos, que se ha cobrado un número mucho mayor de víctimas inocentes. Junto a otros respetados pensadores, denuncia el nuevo desorden mundial que enmascara una hegemonía producto del miedo ante lo desconocido satanizado en la abstracción del terrorismo, sin preocuparse por analizar su causas. Pierre Bourdieu nos recordaba que el fatalismo de las leyes económicas enmascara una política de mundialización que pretende despolitizar a los legítimos representantes de la ciudadanía.
De ahí la necesidad de construir un movimiento social capaz de reunir los diferentes movimientos para superar a las tiranías dominantes y coordinar las acciones. Estas deberían tomar la forma de una red capaz de asociar a individuos y grupos de forma que nadie pueda dominar a los demás y que conserven todos los recursos ligados a la diversidad de las experiencias, de los puntos de vista y de los programas.