Fue un viernes y un sábado cuando hace 3 años la literatura universal perdió a dos grandes exponentes, el portugués José Saramago quien dejó este mundo el 18 de junio de 2010 a los 87 años de edad, en medio de la polémica por sus desencuentros con la iglesia católica y el mexicano Carlos Monsiváis, quien pereció a los 72 años y era considerado el último escritor público del México Contemporáneo, ya que gracias a sus entrevistas, críticas y participaciones públicas podía ser ubicado por cualquier connacional. Ambos escritores cruzaron la parábola que “corta la distancia que separa lo efímero de lo eterno”.
En este mundo hay pocos que se dedican al enriquecimiento del lenguaje, al derrame de la imaginación; al uso del mismo para narrar. Imaginemos qué sería de nuestra lengua sin los grandes autores, qué pasaría si la muerte –como en aquella novela de Saramago- en vez de estar en huelga se tornara por llevarse a todos los intelectuales, a todos los escritores. Cómo actuaría la masa social ante un evento de tanta extrañes, qué palabras perecerían sin los relatos y cuentos, ¿acaso se prohibirían los libros como en aquella novela fantástica de Ray Bradbury donde se castigaba con fuego a todo aquel que tuviera algún legado literario en su casa? Esa pregunta podrían resolverla sin tanto apuro, de forma sofisticada los autores de cuyos honores nos encargamos ahora. Porque en la especulación literaria, siempre hay algo de verdad y mucho de misterio.
De Saramago extrañaremos su dura personalidad, su narrativa hipnotizante, las horas de desvelo en una lectura sencilla llena de frases de aprendizaje. Los de habla portuguesa deben darle los honores al único Premio Nobel en su lengua, a aquel escritor luso que decía que “La vida es una orquesta que siempre está tocando, afinada, desafinada, un titanic que siempre se hunde y siempre regresa a la superficie”.
Saramago conoció a la muerte de forma anticipada, como uno de sus protagonistas en la novela “Las intermitencias de la muerte”, ahí reconoció que: “Todo es provincial, todo precario, todo pasa sin remedio, los dioses, los hombres, lo que fue ya se acabó, lo que es no lo será siempre, y hasta yo, muerte, acabaré cuando no tenga a quien matar.”
Parafraseando el mismo libro del autor portugués: la muerte no respeta a nadie, es divina y pretende ser ajena a lo mortal. Como quisiéramos los amantes de la literatura universal que en vez de estas frases sólo pudiéramos leer: “Al día siguiente no murió nadie”, enunciado con el que inicia y termina el homenaje a la huesuda.
De Monsiváis nos hará falta su mirada crítica, su fuerza de opinión, su cordura y puntualidad en temas de interés de la nación mexicana. Extrañaremos su memoria incansable, la cita exacta de aquel filósofo alemán, el sociólogo ruso, el viejo pensador chino, el pensador árabe o el politólogo francés. Una brillantes tan certera y un uso del lenguaje tan liviano que podía entretenernos hablando de sus gatos, sus fieles compañeros. Cuando se llega a esos niveles, cualquier tópico puede adquirir importancia en la voz y letras del autor.
Era sin duda un hombre imaginativo, un cronista y ensayista de fino lenguaje; de intachable sintaxis; un duro y atinado crítico político. Podía reírse de los gobernantes con visión limitada, y hacerles una sátira en su presencia sin que ellos lo entendieran.
Como Octavo Paz, fue un hombre que observó la transformación del país, que vivió y narró la modernización de la joven nación mexicana, táctico con la cultura universal, fue un escritor que enriqueció el brebaje cultural de México.
Afortunadamente para los mortales, las letras de estos hombres perdurarán con el lenguaje. No nos han dado a conocer todo, aún dejan misterio en su mundo literario, en aquellos párrafos ocultos en los sentimientos y emociones que escribieron; en su lealtad a la lengua.
Lo dijo aquel poeta anónimo: “así como celebraron mi nacimiento, celebren mi muerte, que sean mis letras los fervientes recuerdos que les queden de mí, que sean mis poemas, cartas y diarios la parte de espíritu que se quede en la tierra, pues debo confesar que viví más en mis textos y en mis ideas, que lo que mi cuerpo tuvo la oportunidad de disfrutar en vida”.
Que entretenida y ocupada estará la muerte, cuánto por preguntar, por aprender, tanta cultura y puntos de vista por exprimir. Hay que hacerles los correctos honores en letras, así como vivieron de la A la Z, dialogando con los lectores y su conciencia, viviendo eternamente, siendo inmortales. Enterremos el recuerdo de aquellos que perdieron el miedo de externar su opinión libremente, démonos la oportunidad de descubrir sus mensajes aún no descifrados desde sus textos, leámoslos entonces para conocerlos mejor.
Twitter: @Nacho_Amador