Como un moderno jinete del Apocalipsis, un fantasma recorre América diseminando odio, miseria y muerte. Se llama Hugo Rafael Chávez Frías y es un aborto de la generosa tierra venezolana que parió a libertadores de cinco naciones americanas. Los médicos lo han declarado muerto y los brujos perdieron la batalla de producir un milagro donde había fallado la ciencia. Pero donde la ciencia y la brujería fracasaron se han anotado un triunfo, al menos por el momento, los artífices de una antigua mitología revolucionaria y de una moderna religión ideológica. Como Lenín, Mao, Ho Chi Minh y otros abanderados del odio de clases, Chávez será embalsamado en un intento por preservar su legado.
Pero sus acólitos y conmilitones no están interesados en su legado sino en el cash que ha de representarles la preservación del poder absoluto al que los acostumbró el fenómeno histriónico, demagógico y mediático que fue Hugo Chávez. Tanto el asno llorón y balbuciente de Maduro como el cerdo rollizo de Cabello saben que ellos son incapaces de inspirar la adoración y el fanatismo inspirados por Chávez entre las multitudes que acompañaron su cadáver derramando mares de lágrimas y haciendo promesas de fidelidad eterna. Por eso han limado asperezas, se han puesto de acuerdo y se proponen mantenerlo vivo. Como el Cid Campeador, Chávez tiene que seguir cabalgando y ganando batallas aún después de muerto.
La decisión festinada de embalsamar su cadáver es un intento de crear el mito de una religión política que les permita aferrarse al poder después de desaparecido el Mesías. Por ello, Venezuela confronta un presente aterrador y un futuro nefasto. A grandes rasgos, es un país donde multitudes histéricas que lloran por Chávez, lideradas por una camarilla de mafiosos y ladrones, seguirán llevando a la ruina a una economía colgada del hilo de una industria petrolera arruinada por años de explotación voraz sin casi ninguna labor de mantenimiento. En síntesis, la receta perfecta para el desastre económico y el caos social.
Lo más lamentable es que esta pesadilla pudo haber sido evitada. Pero, según reza el refrán, "nadie escarmienta por cabeza ajena". En 1959, los cubanos decíamos "los Estados Unidos jamás permitirán el comunismo a 90 millas de la Florida". Nos equivocamos y hemos pagado un alto precio por nuestra inercia y nuestro falso sentido de seguridad. Cuando caímos en desgracia quisimos advertir a otros pueblos de América, incluyendo al venezolano, sobre los peligros de los propósitos imperialistas y los métodos subversivos de Fidel Castro.
En mis numerosos viajes a Venezuela, donde, hasta la llegada de Hugo Chávez, siempre me he sentido como en mi segunda patria, muchos venezolanos y cubano-venezolanos me dijeron que Fidel Castro no representaba un peligro para Venezuela porque su país contaba con fuertes partidos políticos y sólidas instituciones democráticas. Alguno que otro, invadido quizás por una masiva dosis de arrogancia, llegó a decirme que allí no surgiría un Fidel Castro porque los venezolanos eran más machos que los cubanos. El resultado, el cáncer político que ha dejado a su paso Hugo Chávez es una metástasis del cáncer castro-comunista que hemos sufrido los cubanos por más de medio siglo. Ambos pueblos no podemos culpar a más nadie de nuestras desgracias que a nosotros mismos.
Por su parte, la oposición política venezolana tiene ante sí la tarea gigantesca de ganar unas elecciones frente a régimen que controla todos los organismos de poder y cuenta, hasta este momento, con el apoyo de un ejército politizado al mando de una banda de ladrones sobornados con los tesoros de la maquinaria chavista. Exactamente la fórmula exitosa aplicada en Cuba y transmitida por los emperadores de La Habana a sus procónsules venezolanos.
Esa misma fórmula fue la aplicada por Maduro, el discípulo más dócil de la satrapía castrista, cuando, en violación flagrante del artículo 233 de la Constitución Bolivariana, firmó un decreto antes de que nadie lo juramentara declarando siete días de duelo por la muerte de Chávez. Esto fue, sin lugar a discusión ni dudas, un golpe del estado al estilo de los dados por los mas anacrónicos espadones latinoamericanos.
Y cuando lo juramentaron, endilgándole el título ridículo de "Presidente Encargado", no juró defender la soberanía venezolana que él y Chávez han arrodillado ante los Castro. Acostumbrado a la adulación más abyecta al megalómano difunto dijo: “Juro […] a nombre de la lealtad más absoluta al comandante Hugo Chávez, que cumpliremos y haremos cumplir esta Constitución Bolivariana con la mano dura de un pueblo dispuesto a ser libre, lo juro”.
Chávez es el amuleto, la consigna, la imagen y el libreto con los cuales Maduro y sus compañeros de fechorías harán una campaña sucia y despiadada contra el candidato de la oposición. Que se prepare el candidato opositor, Henrique Capriles, para una andanada de improperios como majunche, pitiyanki, apátrida y lacayo. El doble objetivo, como era el de Chávez, es descalificar al adversario y enardecer a las masas fanáticas que siguen ciegamente al chavismo. Ejemplo de ello, las declaraciones de un ciudadano de a pie a un periodista extranjero. Raonel Bello, un caporal de 56 años, dijo: "Voy a votar por Maduro porque es una orden de Chávez que tenemos que cumplir".
Por su parte, Capriles, como ha hecho con anterioridad, tiene que actuar con cautela y medir sus palabras. Luce muy mal atacar la imagen de un muerto y es casi imposible derrotar a un mito en las urnas.
Sin embargo, las recientes declaraciones de Capriles muestran a un hombre frustrado y, en gran medida, encolerizado por lo que se vislumbra como la preparación de un fraude electoral por parte del oficialismo como el de las últimas elecciones. En aquel momento, Capriles fue criticado por declarar con demasiada premura que el proceso electoral había sido honesto. En esta ocasión se ha mostrado enérgico y hasta belicoso.
En el curso de una conferencia de prensa dijo: “Que el mundo sepa, esto que se va a dar ahora es una juramentación, en los términos que se da, fraudulenta”. Y más adelante agregó: "Lo digo con todo respeto, el gobierno cubano no va a mandar en Venezuela, aquí estamos millones de venezolanos que vamos a defender la soberanía del país, la determinación, la no injerencia”. Lo aplaudo por su valentía pero creo que debió ahorrarse el "respeto" hacia unos rufianes que oprimen a dos pueblos, el de su patria y el de Cuba.
Pero Capriles confronta todavía otros obstáculos mayores. Un electorado que, en las últimas elecciones, votó en cantidades casi igualitarias por ambos candidatos y que pone de manifiesto la profunda división del pueblo venezolano. Un Chávez presentado como mártir de su pueblo que motivará a sus seguidores a asistir a las urnas con mayor intensidad que los partidarios de Capriles. Un gobierno que compra votos repartiendo prebendas. Una masa oficialista enardecida que controla las calles por el terror e impide los actos de campaña de la oposición. Un aparato de campaña del chavismo que lleva varios meses preparándose para la inevitabilidad de las elecciones. Un tiempo muy escaso para organizar una campaña que sea capaz de enfrentar tales retos. Y, por último, pero más importante todavía, un sistema electoral de cuyos programas de computación se ha dicho con frecuencia que están diseñados para favorecer a los candidatos oficialistas.
Ese oficialismo sugirió hace unos días que sus adversarios se estaban preparando para no participar en las venideras elecciones presidenciales. Pero Capriles y la oposición decidieron confrontar el reto. Creo, sin embargo, que la oposición debe demandar la sustitución del fraudulento sistema electoral de las últimas elecciones por un sistema diseñado por una empresa inmune a la influencia chavista. Sería incluso una gran idea regresar a sistemas anticuados pero más confiables como el papel, el lápiz y una urna de cartón o madera.
De lo contrario, estarían jugando con unas cartas marcadas que darían la victoria a Maduro, convalidarían su golpe de estado y darían credibilidad a la farsa electoral del chavismo. Que cometan el fraude a solas para que el mundo los conozca en su vileza y la oposición cuente con el argumento para denunciarlos. La hora de Venezuela y de América demanda decisiones drásticas y valientes. Sería incluso preferible llegar al extremo del abstencionismo electoral antes que dejarse arrastrar a la complicidad con el fraude.