¿Qué hacer cuando nos diagnostican una enfermedad grave, o nos quedamos sin trabajo, o nos enteramos de la infidelidad de nuestro cónyuge?
Lo primero que percibimos es que nuestra vida no podrá ser ya tan dichosa, segura y serena como ha sido hasta ahora. Nos sentimos sin fuerza interior para afrontar la nueva situación. No sabemos qué hacer ni a quién acudir. Perdemos la confianza en nosotros mismos y en los demás. Nos estamos quedando sin esperanza.
Cuando se apaga la fuerza interior, nos quedamos sin caminos para seguir viviendo. Nos quedamos sin horizonte. Vacíos de esperanza, podemos hundirnos en la tristeza, la pasividad o la depresión. Podemos dejarnos llevar por el miedo encerrándonos en al aislamiento y la incomunicación: "nadie me puede entender".
“¿Por qué me tiene que ocurrir esto a mí?". Hemos de recordar que la esperanza se puede recuperar, incluso, aunque no podamos resolver nuestro problema como hubiéramos querido. A veces, es la misma persona la que reacciona, supera su primer desconcierto, acierta a valerse de sus recursos y encuentra nuevos caminos para vivir con paz y esperanza. Otras veces, se recupera en contacto con otras personas que la escuchan, le hacen ver las cosas con más realismo y menos angustia, y le ayudan a dar pequeños pasos hasta poder afrontar la situación con otra disposición.
Generar esperanza en las personas es siempre una tarea delicada. No es infundir en ellas ánimos pasajeros. Lo que necesita la persona es recuperar una fuerza interior duradera, una aceptación positiva de la situación, una confianza básica que le permita afrontar el futuro de manera lúcida, responsable y digna.
La acogida sincera despierta esperanza. La persona en crisis se siente más segura y fuerte cuando se siente acogida. Por muy grave que sea su situación, por muy hundida que se encuentre, si percibe que no está sola, que puede contar con alguien que se interesa por ella, es más posible que brote la esperanza. La acogida es la primera actitud en este arte de generar esperanza.
Acoger quiere decir acercarnos a la persona frente al problema. Tiene que sentir que queremos y buscamos sólo su bien. No hemos de abandonar nunca esta actitud, aunque en algún momento esa persona nos irrite, nos engañe o manipule.
Acoger quiere decir respeto total. Esa persona en crisis es portadora de valores, cualidades y resortes que desconocemos. Ahora la vemos rota, pero tiene heridas y miedos, aspiraciones y anhelos que ignoramos. No la hemos de juzgar, menos aún condenar. La acogemos tal como se nos ofrece: necesitada de esperanza.
Antes que nada, la acogida libera de la confusión y el desconcierto. Al desahogarse, la persona en crisis va poniendo nombre a su problema y sus sentimientos, y comienza a comprenderse mejor a sí misma. Escuchar es comenzar a poner luz ante un problema.
La escucha alivia el sufrimiento y suaviza las heridas. La persona rota necesita casi siempre llorar, desahogarse, expresar su rabia, su dolor o impotencia. Si se siente escuchada hasta el fondo, puede empezar a recuperar la paz y la fuerza interior.
La escucha hace crecer la dignidad perdida o maltratada. Ayuda a rescatar la autoestima pues quien está en crisis descubre que su problema es importante para alguien. Hay alguien que comprende sus miedos, errores y desesperanza.
La persona en crisis no busca sólo la solución de su problema. Nos está pidiendo que la acompañemos a recuperar la esperanza. No la podemos defraudar.
Para acompañarla de manera sana y sanadora hemos de tener en cuenta algunos aspectos. Antes que nada, hemos de evitar actitudes dogmáticas que la harían. sentirse más frágil e insegura; consejos fáciles que no le ayudarán a encontrar su propio camino; preguntas innecesarias nacidas de nuestra curiosidad.
Además, hemos de crear un clima de cercanía y confidencia mutua; respetar el ritmo de la persona que nos está abriendo su corazón; comprender su dificultad para mostrarse tal como es; estimular la búsqueda de caminos para afrontar los problemas y de recursos para encontrar soluciones pensando solo en lo mejor para la persona.