La renuncia de Joseph Ratzinger signa el tiempo perdido de este papado y constituye un férreo llamado de atención al alto clero y a la curia romana. Se persiste en eludir los problemas en vez de encararlos y esclarecerlos, se insiste en mantener una Iglesia elitista que excluye a los marginados y oprimidos.
Durante su gestión, la curia romana se mantuvo en una inercial defensa de dogmas medievales, en concepciones y prácticas misóginas y homofóbicas; sin formular una posición solidaria hacia las sociedades que padecen los efectos más infames de la irracionalidad neoliberal.
A Benedicto XVI le tocó uno de los períodos más difíciles que el cristianismo ha enfrentado en sus más de dos mil años de historia. La secularización de la sociedad avanza a gran velocidad, sobre todo en Occidente bastión de la Iglesia hasta hace relativamente pocos decenios.
La paulatina decadencia de la Iglesia instaurada sobre la roca de San Pedro, se ha agravado con los enormes escándalos de pedofilia en que están implicados centenares de sacerdotes católicos, a quienes parte de la jerarquía protegió o trató de ocultar y que siguen revelándose por doquier.
Ratzinger adujo razones de edad y de salud que lo colocan en situación de incapacidad para el buen ejercicio del ministerio que le fue encomendado. Constituye un reconocimiento honesto y muy poco usual en la tradición vaticana, que exige morir en el cargo como hizo Karol Wojtyla, quien se impuso el ejercicio del pontificado incluso en condiciones agónicas.
El Vaticano influyó en la decisión de retiro de Ratzinger por su declive físico y el menoscabo de autoridad. Durante su papado no se resolvió ninguno de los problemas heredados y acumulados; a contrario sensu, varios se agravaron y complicaron, como el encubrimiento de los agresores sexuales.
El robo de documentos perpetrado por Paolo Gabriele, mayordomo y hombre de confianza del papa, sacó a la luz las feroces luchas, intrigas y turbios enredos de facciones y dignatarios en el seno de la curia de Roma enemistados por razón del poder.
Los escándalos por pederastia y otros abusos sexuales han distanciado del catolicismo a muchos fieles, socavando la autoridad de la Iglesia, su capacidad para afrontar la expansión de otras confesiones y al avance del pensamiento laico y científico. El papado ha dejado al descubierto su incapacidad para colocar a la Iglesia a tono con las realidades contemporáneas, tanto en lo doctrinal como en lo pastoral. La crisis del catolicismo orgánico puede volverse postrero.
La expulsión de Ettore Gotti Tedeschi, presidente de la Institución cercano al Opus Dei y protegido del cardenal Tarcisio Bertone, por “irregularidades de su gestión”, promovida por el papa, así como su reemplazo por el barón Ernst von Freyberg, ocurren demasiado tarde para atajar los procesos judiciales y las investigaciones policiales en curso, al parecer relacionadas con operaciones mercantiles de blanqueo y tráficos ilícitos que ascenderían a astronómicas cantidades de dinero, lo cual sólo seguiría erosionando la imagen pública de la Iglesia y confirmando que en su seno parece prevalecer lo terrenal sobre lo espiritual.
El Vaticano pretende deshacerse de una reputación de falta de transparencia financiera en el banco, oficialmente conocido como Instituto para las Obras de la Religión (IOR), eje de varios escándalos, que administra más de 33 mil cuentas de cardenales, congregaciones, arquidiócesis, fundaciones, monjas, grupos y movimientos católicos. En 2010, la justicia italiana abrió una investigación judicial contra dos directivos del IOR por violar las leyes de su país sobre el blanqueo, a la sombra de una institución que tiene un patrimonio estimado en 5 mil millones de euros.
Benedicto XVI es un eminente teólogo, pero fue un papa frustrado, sin el carisma de dirección y animación de la comunidad que poseía Juan Pablo II. Desafortunadamente, será estigmatizado de forma radical como el papado donde aumentaron los pedófilos, no se reconoció a los homoafectivos y las mujeres fueron humilladas.
Sin duda pasará a la historia como el Papa que criticó duramente la teología de la liberación, vista bajo el prisma de sus detractores, y no a través de las prácticas pastorales y libertadoras de obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos que ejercieron una opción preferencial por los pobres contra la pobreza y a favor de la vida y de la libertad.
El sistema de valores y la brecha entre las generaciones alcanzaron dimensiones insospechadas. La burocracia más vieja del mundo no pudo con la transparencia y formas democráticas del mundo actual.
*Diplomático, jurista y politólogo