Un hogar puede existir sin niños, pero ningún niño puede vivir sin un hogar. Lo saben muy bien en Aldeas Infantiles SOS, organización internacional que dedica sus esfuerzos en España a la protección de la infancia. Sus ‘aldeas’ son espacios de solidaridad y amor hacia el segmento más vulnerable de la sociedad.
Pablo llegó a Aldeas Infantiles a los 15 años de edad. Su infancia había transcurrido sin la figura de su madre, que se marchó de casa, y con la de un padre con problemas de alcoholismo y sin recursos para sacar adelante a sus hijos. A Pablo le tocó ejercer de cabeza de familia ante sus seis hermanos, y con este rol llegó a la aldea que la organización tiene en Cuenca (España). Tardó tiempo en asimilar que en la aldea había adultos que se ocuparían de las necesidades de sus hermanos. “Me di cuenta de que podía dedicarme a vivir lo que tiene que vivir un chaval de 15 años”, asegura Pablo.
Aldeas infantiles apoya a familias en situación de riesgo para que atiendan a sus hijos del mejor modo posible, y acoge y acompaña en su crecimiento a los niños que provienen de familias desestructuradas. Les dan la oportunidad de crecer seguros y respetados, desarrollando su potencial hasta que llega a ser una persona autosuficiente e integrada en la sociedad.
La organización cuenta con ‘aldeas’ repartidas en diversas ciudades. Cada una de ellas está formada por un conjunto de hogares donde residen grupos de hermanos bajo el cuidado permanente de una “madre SOS” y de dos educadores. Las madres SOS son mujeres que ejercen en cada hogar el papel de una madre.
Laura Sáez trabaja como madre SOS desde hace ocho años, al frente de un hogar en el que viven seis niñas de diferentes edades. “Cada casa funciona con un ‘proyecto de hogar’ que elaboramos junto a los educadores y a los niños. Éstos también opinan y hacen sus aportaciones. El ‘proyecto de hogar’ contempla la relación entre los niños y los educadores, si existe algún conflicto, etc. También aborda horarios, actividades, reparto de tareas... Este proyecto se revisa cada tres meses por los niños, educadores y madre SOS de cada casa”.
Según Laura, su trabajo es “absolutamente vocacional, a mí me sale de forma natural”, aunque reconoce que tiene aspectos duros. “A veces los niños vienen de presenciar problemas muy graves en sus casas y necesitan un periodo de adaptación, en el que la figura de la madre SOS actúa como ‘muro de contención’. Muchos necesitan pasar por ese momento de enfado o de incomprensión”.
“Tenemos casos en los que los niños llegan a la aldea con sufrimientos severos, sobre todo si en su casa han vivido situaciones difíciles. Desde niños que han sufrido maltrato a otros que en sus hogares no había comida, y cuando han llegado aquí y han visto la despensa llena lo primero que han hecho es esconder comida. Corregir esos comportamientos requiere de trabajo y tiempo, no se hace de un día para otro”, dice la directora de la aldea.
Aunque Aldeas Infantiles SOS cuenta con varios proyectos, todos dirigidos a la protección de niños y jóvenes, el de acogida a menores en situaciones de riesgo a través de las aldeas es el más conocido. El proceso para que un niño o niña llegue a vivir en uno de estos hogares depende de los servicios sociales de cada Comunidad Autónoma donde la organización tiene presencia, ya que son éstos los que derivan a los niños a sus programas.
“Los servicios sociales son quienes ejercen la tutela de los niños, mientras que nosotros tenemos la guarda. Cualquier decisión que afecte al niño debe ser autorizada por ellos, como pernoctar fuera de casa, acudir a una excursión del colegio, etc. Para las cuestiones del día a día, somos nosotros los responsables”.
Teresa Molina, una de las directoras regionales de Aldeas Infantiles, está convencida de que el seno de una familia es el lugar donde los niños consiguen alcanzar el bienestar emocional y físico para vivir su infancia plenamente y prepararse para el futuro. Según ella, “lo que les hace crecer y avanzar es el vínculo y el afecto, por eso es tan importante el papel de las madres SOS, que son quienes personalizan ese vínculo. Desempeñan el papel de madres sin serlo, sabiendo además que habrá un momento, cuando los niños crezcan, que ese vínculo se romperá. Su trabajo es un acto de generosidad sin límites”.