Nada ha afectado tanto a la Iglesia católica, como la inhumana, poco cristiana e infausta Inquisición. Por ende, podemos parafrasear con propiedad, lo que dijo el teólogo Hans Küng: Ceterum censeo, Romana Inquisitionem esse delendam (Por lo demás, opino que hay que destruir la Inquisición romana).
Esta temible y polémica institución sigue existiendo como policía secreta de la Iglesia Católica, encargada de reprimir, a los disidentes internos y externos. Solamente ha cambiado de nombre, ahora la denominan: “Congregación para la Doctrina de la Fe”. Ya no envían a la hoguera a quienes a su juicio eran herejes, sino que los aniquilan psíquica y moralmente. En el Siglo XXI, su cotidiana actividad a escala mundial, ahora alcanza una dimensión global y moderna.
Las denuncias que a diario recibe por correo electrónico en contra de obispos tercermundistas, teólogos de la liberación, religiosos y religiosas, sacerdotes y novicios de todo el mundo, quedan fielmente registradas en los ordenadores del Vaticano.
En este sui generis Tribunal, el procedimiento continúa siendo secreto y los autos son inconsultos para los inculpados, derecho concedido a cualquier criminal en una sociedad democrática. Por tal razón, el Vaticano no puede firmar la Declaración de Derechos Humanos del Consejo de Europa, algo desconcertante o incomprensible, considerando que el Papa constantemente pide que se respeten los derechos humanos en todo el mundo.
Entre ellos no solo están los teólogos y obispos de la “niebla del norte”, donde el espíritu de Lutero sigue desconcertando a la gente. Igual trata de reprimir a teólogos a quienes destituyen o mantienen alejados de importantes cargos, a obispos brasileños por defender la pobreza, a teólogos de la India o Sri Lanka, castigados férreamente por disentir de la teología neo-escolástica incomprensible para las raquíticas mentes del cuarto y quinto mundo subdesarrollado.
El más ultra secreto de los archivos del Vaticano ha sido el de la Inquisición, la violación de este secretissimo era castigado con la excomunión, cuya absolución era reservada de specialíssimo modo al Sumo Pontífice en persona. ¿Qué demanda tanto secreto, serán tantos los crímenes que ocultar?
No obstante, con la llegada del papa Juan XXIII y la realización del Concilio Vaticano II, se decidió abrir parcialmente los archivos de la Inquisición de los Siglos XVI al XIX, pero manteniendo cerrados los del Siglo XX.
Galileo Galilei y Gordiano Bruno ya no pueden dañar a la retrógrada ortodoxia de la Iglesia, pero continúan siendo peligrosos los teólogos heterodoxos como el Padre Pierre Teilhard de Chardin, quien intentó sintetizar ciencia y religión, y por sus ideas evolucionistas, fue rechazado, silenciado, implacablemente perseguido y finalmente desterrado de la Iglesia, a la que solo intentó servir. ¿Acaso no es un contrasentido que la cristiandad obstaculiza el progreso de la ciencia?
En pleno Siglo XX, Pío X, al subir al trono papal inició una cruzada antimodernista de la que fueron víctimas una serie de teólogos importantes; también puso en dificultades a los obispos de Italia, Francia y Alemania, distanciando más a la iglesia de la intelligentsia.
Qué positivo sería si se abriesen los archivos para saber de una buena vez, la actitud de la Iglesia durante la época del fascismo, del nazismo y del franquismo en las cuales los obispos bendecían las armas con que se asesinaban a sus hermanos españoles.
El papa Pío XII, quien “no dijo ni pío” durante la exterminación de los judíos por Hitler, canonizó al inquisidor Pío X e inició una nueva campaña con la encíclica Humanis generis, prohibiendo los sacerdotes obreros, y destituyendo a los teólogos más importantes de su época, como los jesuitas Teilhard de Chardin y Henri de Lubac, y los dominicos Yves Congar y Merie-Dominique Chenu. ¿Hasta qué punto, estos y muchos otros eran inocentes? Solo abriendo los secretissimos archivos lo sabremos.
Ciertamente, la Iglesia romana es hoy una “viña devastada” por escándalos económicos, abusos sexuales a menores, intrigas internas, espionaje entre prelados; “un papa rodeado de lobos”, como ha reconocido el ya emérito Benedicto XVI.
Desde una perspectiva de absoluto poder (que aún persiste), la Iglesia católica construyó su imperio. Donde no tardaron mucho los otrora perseguidos en convertirse en tenaces perseguidores.
Voltaire, en 1765, calculó que el cristianismo había ocasionado doce millones de muertos en guerras de religión, cruzadas contra infieles, caza de supuestos herejes y de brujas y los autos de fe de la terrible Inquisición. Sin duda la más tristemente célebre época de la Iglesia.
*Diplomático, jurista, y politólogo