Nosotros somos responsables, en la más bella acepción del término, y podemos compartir la situación de los “condenados de la tierra” haciendo nuestras sus necesidades. Las personas de carácter no tienen tiempo para los lamentos porque se ocupan en trabajar para remediar las desgracias y las necesidades de los que sufren.
Para ello es preciso esforzarnos por ampliar nuestro conocimiento de la realidad sociopolítica y cultural de los más desfavorecidos, así como adoptar un modo de vida más austero y de comprometerse con actividades que ayuden a la sensibilización ante los problemas reales que padecen tantos seres humanos como nosotros y cuya suerte no nos es ajena.
Si el voluntariado social no se erige en esta realidad palpitante e ineludible, contribuye a que se perpetúe la injusticia estructural institucionalizando los efectos al no acometer la transformación de las causas. Pasemos el mensaje de boca en oreja acompañado de una conducta coherente con nuestra actitud vital.
Tenemos que seguir el camino de los hombres y mujeres auténticos que nos precedieron y que, hoy mismo, en tantos lugares, anónima y eficazmente, están contribuyendo a este alborear de un mundo nuevo con una sociedad nueva. Al fin y al cabo, ¿qué es la solidaridad sino la respuesta ante una desigualdad injusta?
La solidaridad que queremos construir supone cambios desde las estructuras para transformar nuestra sociedad y abrirnos camino hacia un futuro sostenible. La solidaridad se forja cuando comprometemos nuestra vida, nuestro tiempo, nuestros conocimientos y nuestra voluntad de cambiar una sociedad que no nos gusta por otra más humana, más digna y más justa. No todo está perdido y, si es cierto que “la noche nace al mediodía” como sostienen los sabios chinos, no lo es menos la proposición contraria que se encuentra en la afirmación anterior “la aurora comienza a medianoche”. Dado el abismo en que ha desembocado nuestra sociedad de consumo, de crecimiento ilimitado y de progreso incontrolado, es posible que nos encontremos en ese nuevo amanecer de una nueva cultura de la solidaridad.
Del mismo modo que la caída del muro de Berlín, en 1989, sorprendió al mundo, digan ahora lo que quieran pero ahí están las hemerotecas para comprobarlo, es muy probable que esa nueva revolución se esté produciendo aunque, como en todos los acontecimientos que marcaron el cambio de edades en la historia, sólo sean perceptibles en su forma real cuando ya se hayan producido. Un espacio no se hace visible hasta que no se adquiere una cierta distancia.
El mundo digital está transformando nuestras estructuras desde lo más profundo de forma que son inimaginables las posibilidades del ser humano que, como en el ejemplo de Mac Luhan, “pisa a fondo el acelerador de una potente máquina pero con la mirada puesta en el retrovisor”. Nuestra tarea como voluntarios sociales es ayudar a recuperar nuestras verdaderas señas de identidad.