A la Iglesia Católica le preocupa y se ocupa de la familia, porque la mueve el Corazón de Cristo y siente cuando el camino no es la senda por Dios pensada. Y salirse de los caminos de Dios es andar con un pié o los dos, al borde del precipicio.
Se ocupa y le preocupa, y por eso nos convoca a vivir el Año de la Fe. Sin fe, carecemos de Esperanza y caemos en la inanición, que se degradará en la más absurda descomposición.
La Fe se pierde, se pierde la fe en Dios y las ciencias la han desplazado hacia las tecnologías. El moverse en lo que vemos nos produce la sensación, al ser manejadas a nuestro antojo, de ser dueños de nuestro hacer. Somos dioses.
Y nos ha convocado, algo más de un año, para que pensemos, para que recapacitemos en que Dios está cerca, está dentro de nosotros si le buscamos y hacemos su voluntad.
Ahora al Santo Padre le ocupa y le preocupa la familia. La familia cristiana; en ella se trasmite la Fe. Es tierno pensar, en la cercanía de la Navidad, que Dios se hace hombre y quiere vivir, desde su nacimiento en una familia. Un padre de familia, una madre y el hijo. El Hijo de Dos.
En la familia se reza, se perdona; “la madre al esposo, los papás a los hijos, los hijos a los papás”, y también los abuelos entran en este “juego” del perdón. Rezar los unos por los otros, esto es rezar en familia y vuelve fuerte a la familia. La oración”.
“La familia conserva la Fe. Podemos decir con S. Pablo, “he conservado la Fe”. Nos podemos preguntar, ¿de qué manera conservamos la Fe? ¿La tenemos para nosotros, en nuestra familia, como un bien privado o sabemos compartirla con el testimonio, con la acogida, con la apertura a los demás?”Las familias cristianas son familias misioneras”.
“La familia que vive la alegría, y con S. Pablo, “alégrense siempre en el Señor, que está cerca”, y la verdadera alegría viene de la armonía profunda entre las personas, que todos experimentamos en el corazón y nos hace sentir la belleza de estar juntos, de sostenernos mutuamente en el camino de la vida. Y la base de este sentimiento de alegría profunda, está en la presencia de Dios.
Y así vivimos “ inmersos” en la filiación divina. Somos hijos de Dios. Somos de la familia de Dios. |