Desde que China comenzara su reforma económica y el proceso aperturista a principios de los años 80, sus exportaciones a los países occidentales se han disparado, casi tanto como las migraciones. Primero fue hacia Estados Unidos, pero en la última década las comunidades chinas han comenzado a instalarse en los países europeos y se centran, sobre todo, en actividades económicas en torno a la alimentación, el comercio textil y los bazares. El éxito de sus negocios en el extranjero es indiscutible, y la rápida proliferación de comercios chinos así lo atestigua. Pero, ¿qué hay detrás del “milagro económico chino”?
Jornadas laborales interminables, mano de obra rápida y de muy bajo coste, escaso consumo y mucho ahorro. Son algunos de los tópicos de que se sirven los expertos en economía a la hora de explicar este fenómeno, que ha contribuido sobremanera a que el gigante asiático se afiance como la segunda economía del mundo, llegando incluso a poder competir con Estados Unidos por el primer puesto en algunos campos.
Pero semejante proeza no se sustenta únicamente en el sacrificio de sus ciudadanos. Propietarios chinos de talleres textiles en Europa someten a sus trabajadores a jornadas laborales que alcanzan las 16 horas, sin apenas descanso y sin derechos sociales. Los talleres a menudo son clandestinos, al igual que la mano de obra que procede de su. La aparente inexistencia de mafias chinas en Europa no impide que afloren estos casos de explotación laboral o de trata de personas. También se han detectado redes de prostitución, de contrabando de tabaco y de medicamentos falsos, o comercio de artículos falsificados. Si bien el mayor volumen de negocio procede de actividades lícitas, los métodos utilizados incurren a menudo en la ilegalidad.
Al contrario de lo que suele escucharse, los comerciantes chinos no cuentan con ventajas fiscales en el extranjero. Se sirven de las fisuras del sistema para cometer fraude fiscal y así ganar ventajas competitivas y maximizar beneficios. Al ahorro impositivo en mano de obra y en la explotación de algunos locales, se une el de los aranceles e impuestos indirectos derivados de las exportaciones. Los empresarios chinos se aprovechan de la imposibilidad de revisar cada contenedor que llega procedente de China a los puertos europeos para falsear la naturaleza, la cantidad y el valor de la carga. En algunos casos, apenas se declara el 20% del valor total de la mercancía, y el 80% restante pasa a engordar la millonaria economía sumergida que los chinos generan en los países europeos.
Estas redes de corrupción ocultas también actúan en la economía familiar de los inmigrantes chinos. Para dar salida a los beneficios en dinero negro derivados de la actividad económica, lo camuflan en remesas que se envían a China a través de agencias y matrices financieras controladas por ellos mismos. Lo hacen en pequeñas cantidades para no superar el límite que fijan los bancos centrales de cada país, a la vez que evitan las transacciones bancarias que reflejarían la obtención fraudulenta de ese dinero. De este modo, se calcula que sólo en Italia se sacaron 4500 millones de euros en cuatro años, según las autoridades del país. Además, estas remesas a menudo se destinan al pago de proveedores en China, y no llegan a las familias.
La cultura del trabajo y del esfuerzo en China es una realidad incuestionable que impide caer en generalizaciones sobre las prácticas fraudulentas que cometen algunos de sus compatriotas en el extranjero. Pero también lo es que estas condiciones se traducen en una competitividad inalcanzable para los comerciantes europeos, si bien no es tanto culpa de los ciudadanos chinos que buscan ganarse la vida lejos de casa, como del sistema económico que sustenta su actividad, apoyado desde las más altas esferas políticas y financieras.
El concepto de competencia se desplaza al tablero internacional gracias al libre comercio, y las multinacionales, en su afán por aumentar sus beneficios e imponerse, abaratan costes en mano de obra y buscan cualquier resquicio para evitar el pago de impuestos y aranceles. Es una pugna por ver quién llega más lejos, en la que gana quién tiene mayor capacidad de sacrificio, aun a costa de las leyes o los Derechos Humanos.