Debemos actuar con más decisión para que los peores presagios de los científicos no lleguen a cumplirse”, denuncia el Premio Nobel Joseph Stiglitz. Para ello, el economista propone en Los que contaminan deben pagar la factura, que la mejor manera de hacer frente a este efecto mundial es un impuesto mundial. “Los que contaminan no están pagando plenamente los daños que están causando”, denuncia. Ese impuesto, por el que aboga Stiglitz, no debe aumentar la carga fiscal que ahora existe, sino que cada país debería sustituir alguno de los impuestos actuales por otro de contaminación. Para el autor resulta más razonable gravar las cosas nocivas, como la contaminación, que cosas como el ahorro o el trabajo, en principio positivas.
Ya en el año 1995 existían estudios y pruebas de que la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera había aumentado de manera escandalosa desde la revolución industrial y que la actividad del hombre había contribuido de manera significativa a ese aumento. También los ecologistas advertían de los efectos nefastos que tendría el calentamiento de la Tierra. Sin embargo, los peores pronósticos no preveían, entonces, la rapidez con que se iban a producir los acontecimientos, como el deshielo de los casquetes polares o el aumento de las temperaturas. En el año 2050, se espera que la temperatura del planeta sea cinco grados más alta, la misma diferencia que hay entre la temperatura actual y la de la Edad de Hielo. Y el Ártico, perdió en tan sólo un año la superficie helada equivalente a un país como España.
La reducción de los efectos del calentamiento global, según los últimos estudios en la materia, pasan por: disminuir la demanda de bienes y servicios que emiten grandes cantidades de dióxido de carbono; aumentar y promover la investigación de tecnologías limpias; frenar la deforestación; e integrar políticas a favor del medio ambiente dentro de las políticas de desarrollo.
Stiglitz está de acuerdo en que existen fórmulas para ayudar a la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero. Los Gobiernos deberían incentivar a las empresas que invirtieran en tecnologías que respetasen el medio ambiente. Para ello, plantea que se eliminen todos los subsidios destinados a usos nocivos e ineficaces. Como ejemplo, el sistema impositivo norteamericano donde se encuentran ocultos miles de millones de dólares en subsidios a empresas petroleras o de gas. Mientras, Estados Unidos pone aranceles a productos como el etanol proveniente del azúcar, mucho más respetuoso con la Naturaleza.
Lo importante es que los precios de los productos muestren los auténticos costes sociales de la energía derivada de los combustibles fósiles y así, las empresas e industrias fomentarán la innovación y la conservación. Aunque nos parezca inútil cambiar nuestros hábitos de vida, si esos cambios los llevan a cabo millones de personas a la vez, puede suponer una enorme diferencia y un gran beneficio para nuestro planeta y las generaciones venideras. Stiglitz explica que con cambiar el color de los tejados en los climas cálidos para que reflejen la luz solar o plantar árboles alrededor de las casas puede significar un gran ahorro de energía ya que el aire acondicionado no sería necesario.
Es fundamental que la sociedad presione a gobiernos y empresas para que se produzcan cambios en las políticas medioambientales. Conservar la Tierra, nuestra casa durante millones de años, debe ser nuestra prioridad.
No podemos permitirnos el lujo de no hacer nada para cambiar el rumbo del calentamiento del planeta. El informe Stern ha sido un serio aviso de lo que nos puede costar no cambiar nuestros hábitos y estructuras de consumo. Hambre, sequías, inundaciones, olas de calor, pérdida de superficie agrícola, desaparición de ciudades, enfermedades… y como siempre los más pobres son los más vulnerables. El mundo no puede perder ni un minuto más en debates sobre qué hacer. Es tiempo de actuar.