Una población cada vez más envejecida, empobrecida, desestructurada y con peor salud es la fotografía que llena el paisaje de la crisis a nuestro alrededor. Casi cinco años de retroceso económico y social han dado al traste con décadas de desarrollo y conquistas de derechos. Cada dato macroeconómico viene siempre respaldado por una decisión política, pero sus consecuencias son millones de historias con nombres y apellidos, sueños truncados, vidas rotas, salud arruinada, dignidad olvidada y hogares desechos por el empobrecimiento paulatino y la falta de soluciones del Estado de Derecho.
El informe Desigualdad y Derechos Sociales. Análisis y Perspectivas 2013, presentado por Cáritas hace unos meses, revelaba el aumento de la pobreza en España: 10 millones de personas en situación de pobreza relativa y 3 millones en la pobreza extrema. La ONG Intermón Oxfam, por su parte, presentó la semana pasada el informe La trampa de la austeridad, que sitúa en 120 millones de personas la cifra de pobres en Europa y vaticina 25 millones más en la próxima década por las equivocadas medidas políticas para superar la crisis.
La situación actual que vivimos no sólo ha originado empobrecimiento, sino sobre todo desigualdad hasta el punto de arrinconar a la clase media: los ricos son cada vez más ricos y los pobres tienen cada vez menos posibilidades, menos oportunidades y menos ingresos, pero han aumentado exponencialmente en número gracias a las medidas políticas, que sólo han conseguido detener el crecimiento e incrementar el sufrimiento con sus injustos y decepcionantes resultados.
El informe de Intermón introduce una variable clarificadora como es la comparativa con los resultados que las políticas de austeridad tuvieron en Hispanoamérica, África y el Este de Asia en los años 80 y 90 del siglo pasado. La conclusión la expresa la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff: “Nosotros ya hemos vivido esto. El Fondo Internacional nos impuso un proceso que llamaron de ajuste, ahora lo llaman austeridad. Había que cortar todos los gastos. Aseguraban que así llegaríamos a un alto grado de eficacia, los salarios bajarían y se adecuarían los impuestos. Ese modelo llevó a la quiebra a casi todo el continente en los años 80”. Esos países tardaron entre 15 y 25 años en recuperar los niveles de pobreza que había antes de la crisis y el camino emprendido se asemeja mucho al actual.
El resultado es que con uno de cada cuatro españoles en riesgo de pobreza o exclusión social, casi 2 millones de hogares con todos sus miembros en paro y, aún hoy en día, demasiados desahucios, el círculo vicioso cada semana en más hogares es la falta de esperanza y la desesperación. Hay jóvenes excelentemente preparados, con másteres, idiomas e incluso prácticas en el extranjero pero que no encuentran trabajo en España porque exigen experiencia, padres en paro, muchos de ellos sin apenas percibir prestación por desempleo y situados en esa franja de edad en la que son muy mayores para casi todo a nivel laboral. A ellos se les suman los abuelos, auténticos sustentos hoy en día de no pocas familias con su pensión, también a la baja. Muchos, incluso, rescatados de las residencias de mayores por la imposibilidad de pagarlas… Sin trabajo, con privatizaciones en la sanidad, recortes en la educación, en las pensiones, sin poder hacer frente al pago de la vivienda, con subidas de impuestos, menos derechos para los inmigrantes, desconfianza en la justicia y en la política… no se debería seguir haciendo lo mismo desde todas las instancias porque los resultados continuarán siendo desalentadores para la población, el elemento más débil y menos tenido en cuenta. Si los argumentos financieros y la sumisión a las potencias mundiales prevalecen sobre las motivaciones sociales y políticas se acentuará el empobrecimiento, la desigualdad y la fractura social con una democracia cada vez más mermada y con menos capacidad de reacción.
Para que la esperanza diese paso a la ilusión, y ésta a las oportunidades en una democracia real, bastaría un sistema de tributación más justo y equitativo y la potenciación y el blindaje de los derechos sociales, porque mientras esto no ocurra seguirá siendo una realidad una pintada callejera que reza que “nos quitaron tanto, tanto, que acabaron quitándonos el miedo…”.