Imaginen un buen coche con todas sus prestaciones. Ahora supongan que llega un mecánico y comienza a quitarle las piezas necesarias para su buen funcionamiento. Algo así ocurre con la investigación y la educación en España. De ser un país que cuidaba a sus estudiantes y profesionales, ha pasado a desprotegerlos y despreocuparse de ellos. Como a ese automóvil nuevo que se ponen a desmontar en el desguace.
Si hace unos años un título universitario era una ventaja para evitar la cola del paro, en la actualidad no parece ser así. Según las estadísticas, el 24% de los jóvenes salidos de las universidades españolas están en paro, frente al 32% de los no titulados. La distancia se aminora, pero no sólo eso. El hecho de que un joven no encuentre una compensación laboral después de sus estudios, o trabaje en un puesto para el que está sobrecualificado, es desmotivador y poco edificante. Muchos jóvenes se pueden preguntar qué sentido tiene esforzarse durante tres, cuatro, cinco o seis años, si al final todos van a acabar en el mismo lugar. España es el país de la Unión Europea que está a la cabeza de la sobrecualificación laboral, según Eurostat.
Andrea Preda y Borja Mozo acaban de terminar un posgrado en la Universidad Complutense de Madrid. Hace dos años, el Máster en Estudios Literarios que han cursado no llegaba a los 1500 euros. Debido al aumento de tasas impuestas por el gobierno, la misma matrícula aumentó hasta alcanzar casi los 4000 euros. Para cerrar este baile de cifras, en Francia los mismos estudios no sobrepasan los 400. A pesar de sus buenas calificaciones, la joven pareja ha decidido marcharse de España. Borja irá a Grenoble, mientras que Andrea lo hará a París. Las posibilidades de trabajar y seguir formándose en el ámbito académico en España es algo casi imposible. No tienen pensado volver a corto plazo.
Desde el 2008, casi 400.000 españoles se han ido al extranjero. Se ha hablado mucho de la fuga de cerebros, pero es una fuga masiva de capital humano, que no se sabe cuando volverán a reinvertir sus conocimientos y mano de obra cualificada en España. Al principio, los más benevolentes veían la situación como una manera de curtirse en la vida. Salir al extranjero, aprender o perfeccionar un idioma, tener una experiencia, conseguir un trabajo en el que poder desarrollar los conocimientos. No deja de ser todo eso, pero sin olvidar que esta realidad es ante todo consecuencia de una crisis económica que ha cogido a todos con el pie cambiado. Casi ninguno de los que se han marchado fuera lo tenían previsto hace apenas unos años. La Ministra de Trabajo, Fátima Báñez, llamó en su momento a esta estampida migratoria: “movilidad exterior”. Es muy posible que este eufemismo sea fruto de su falta de soluciones, o de su incapacidad metafórica y profesional.
No todos los que se van al extranjero acaban con el trabajo soñado, al igual que estos que sirven de modelo en los programas estilo a “Españoles por el mundo”. Hay licenciados en arquitectura o biología, periodismo o derecho trabajando de lavaplatos o de camareros. Por no decir la gente que acaba de vuelta en España sin haber conseguido ninguno de sus objetivos, sobre todo los que se lanzan a la conquista europea sin planteamiento previo. ”Pedimos al Gobierno español que ponga a gente para ayudar a los que aterrizan aquí”, asevera Francisco Ruiz, presidente del consejo de españoles residentes en Suiza, un país en el que hay más de 100.000 españoles.
Los recortes en educación y la falta de apoyo a los investigadores no sólo ha producido una fuga de cerebros, sino que empobrece a la sociedad española, tanto económica, como social y culturalmente. Estudiantes como Andrea y Borja se marchan al país vecino para poder desarrollar su carrera profesional. Es una oportunidad para ellos, pero un fracaso para el conjunto de la sociedad española. Una cosa es acumular experiencias con las que enriquecer tu vida. Otra muy distinta es tener que salir de tu país porque no te queda más remedio. Eso no es “movilidad exterior”, sino desesperación.