Numerosas organizaciones sociales, entre ellas el Consejo General del Trabajo Social, exigen la retirada de la parrilla del programa Entre todos porque con sus acciones, afirman, la televisión pública promueve la sustitución de los derechos sociales recogidos en leyes por la caridad sin respetar la dignidad de las personas, sin abordar los problemas desde el punto de vista de la universalidad de la ayuda, dejando al descubierto la confidencialidad de los datos de los afectados y con el resultado de un simple parche para las familias y un ataque al Estado del Bienestar. Se explica el problema concreto pero no se denuncian las causas que desencadenan esas situaciones para las que se pide ayuda, no se habla de las cifras del paro, de los recortes en investigación ni de la progresiva pérdida del sistema nacional de salud, pero se hace hincapié en el optimismo porque la movilización ciudadana conseguirá la ayuda de manera inmediata.
Desde fuera de España el análisis de este programa ha sido mucho más duro. El longevo diario conservador francés Le Figaro desprecia la labor del magacín en un reportaje reciente, donde explica que consiste en “caras tristes que se desvisten sin pudor delante de la presentadora” y al que describe como “el programa de pobres de España”.
Con las navidades a la vuelta de la esquina y los centros comerciales llenos ya de adornos y regalos dirigidos al corazón pero señalándonos la cartera, la solidaridad vuelve a hacerse presente en nuestras vidas para conmovernos, sensibilizarnos y arrancarnos el compromiso de colaborar. Hay innumerables causas con las que se puede contribuir, normalmente reclaman nuestro dinero, pero también las hay que agradecen nuestro tiempo; algunas están a nuestro lado y otras a miles de kilómetros.
Nadie puede, por tanto, poner en duda que ayudar a los demás es una iniciativa loable. En cualquier situación y de cualquier manera, colaborar con el prójimo constituye una gran labor siempre que se realice de manera ética. En unas semanas las televisiones se llenarán de telemaratones, rifas solidarias, campañas de juguetes, de alimentos, apadrinamiento, etcétera, todo con un mismo fin: despertar nuestra solidaridad, que debería estar alerta y activa también el resto del año para contribuir, con pequeños gestos, a que el mundo tuviera mayor igualdad y más justicia social.
Sin embargo, la crisis económica, el recorte de los derechos sociales y de las ayudas públicas a los más desfavorecidos ha encumbrado a la solidaridad como el principal recurso y casi único reclamo para combatir la necesidad… Los periodistas también enarbolamos esa bandera porque desempeñamos un papel importante en la sociedad: denunciamos casos de injusticia y a la vez solicitamos ayuda para solucionar el problema.
Los programas de televisión mencionados se mueven en esta cuerda floja no exenta de polémica: tiene un trasfondo muy lícito como es la movilización de la audiencia para prestar ayuda al que lo solicita pero con un elevado coste moral al ser un show de televisión que vive de la audiencia y ahonda con morbo en tragedias personales. Al final, muchos de ellos se convierten en un totum revolutum al mezclar enfermedades degenerativas con ideas empresariales, reformas del hogar con peticiones de trabajo… sin demasiado criterio solidario y con la duda razonable de si con el suficiente control.
Tal vez los directivos y programadores no se han preguntado aún qué ocurrirá si la audiencia no respalda o se cansa de este escaparate de telemendicidad en el que se exprime la solidaridad inmediata con tanta adrenalina y entre lágrimas y aplausos. ¿Significará el final de la solidaridad en la televisión? Evidentemente que no, hay otros programas, por ejemplo, que ponen el enfoque en la persona que ayuda, lo que demuestra que no estamos ante ningún invento ni revolución televisiva, sino sólo frente una vieja fórmula para ganar audiencia: apelar a los sentimientos, algo que está bastante alejado del periodismo comprometido y solidario.