El ideal sería que una chica, ante un embarazo no deseado, hablase con sus padres y estos le ayudasen a tomar una decisión serena y libre de prejuicios; y que la acompañasen en todo momento, incluido el acto médico de esa interrupción consciente.
Ahora bien: Imaginemos a una chica mayor de 16 años, embarazada, por violación, rotura del preservativo o porque “no sabía lo que hacía”, y que su padre o madre fueran integristas, fundamentalistas católicos, islámicos, mormones, o de sectas que condenan la interrupción de ese embarazo no deseado basándose en argumentos ideológicos; respetables, pero que no tienen derecho a imponer a nadie. ¿Tendrá la hija que someterse al diktat de sus padres? ¿La pueden obligar a que nazca ese hijo no deseado y que va a marcar su vida tanto o más que “el síndrome de un aborto”?
Opino que esa hija que ha tenido capacidad, libertad o insensatez para quedarse embarazada tiene el derecho de acudir a una clínica oficial y hablar con los médicos para que actúen con las garantías sanitarias y sicológicas que precise.
En el caso de una relación de riesgo que pudiera ocasionar un embarazo, tiene derecho de ir a una farmacia y tomar la píldora post coital, que no es abortiva, sino que impide la implantación en su útero de un espermatozoide perdido en un óvulo despistado. Como tantos espermatozoides “perdidos”.
Estoy a favor de una formación integral, de salud y sobre una sexualidad responsable. Estoy a favor del uso del preservativo, y me parecen peligrosas las condenas contra su uso por clérigos y familias “ejemplares”. Apoyo la planificación familiar y la utilización de sistemas anticonceptivos supervisados médicamente puesto que acepto la paternidad/maternidad deseadas o aceptadas pero jamás impuestas por nadie.
¿Qué es eso de que “cuántos más hijos, mejor”, porque “los quiere Dios”, son para “su gloria” y “traen un pan debajo del brazo”?
Lo que me asombra es que sobre estos temas de matrimonio, sexualidad, erotismo, amor, embarazos, preservativos, masturbación o juegos eróticos traten de imponer sus criterios unos profesionales del celibato, una forma de eunucos, en gran parte, reprimidos y que desde el siglo XI han tergiversado el mensaje de Jesús. Sugiero leer “Eunucos por el Reino de los cielos”, de la gran teóloga católica, madre y de un prestigio incontestable, Uta Ranke Heineman, editado por Trotta.
También sugiero buscar en las páginas de los Evangelios cuántas palabras dedica el Rabí Jesús al sexo… en comparación con las dedicadas a la justicia, la solidaridad, la fraternidad, la comprensión, el amor, la libertad, la alegría, la acogida a los demás…
Parece que los clérigos viven obsesionados por el sexo y el erotismo que reprimen o subliman o emponzoñan en actividades penadas por decisiones judiciales. Menos mal que hoy el papa ha dicho “dejémonos de hacer batalla con el aborto, el matrimonio gay y los anticonceptivos… hay que curar heridas”.
¿Por qué no releer las cartas a Timoteo y a Tito? “…es preciso que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, no dado al vino ni pendenciero… que sepa gobernar bien su propia casa, que tenga a sus hijos en sujeción; pues quién no sabe gobernar su casa, ¿cómo gobernará la Iglesia?” Iª Tim. 3, 1-6
“… que constituyeses por las ciudades presbíteros en la forma que te ordené. Que sean irreprochables, maridos de una sola mujer, cuyos hijos sean fieles…” Tito.1, 5-9.
Y en cuanto a Jesús y el sexo… baste recordar los espléndidos pasajes con la samaritana, con la adúltera, con María en casa de Simón el leproso, o con Magdalena. A este Jesús, sí lo admiramos y seguimos millones de personas sencillas o letrados, hombres o mujeres, sanos o enfermos, pero no a desaforadas campañas de algunos de sus seguidores “oficiales”. Prefiero al Jesús “pobre al nacer, más pobre en su vida y pobrísimo en la cruz”, el que no tuvo lugar donde reclinar su cabeza, que amó y fue amado, que sólo tuvo palabras de condena para los sacerdotes, escribas y fariseos corruptos, a esos sacerdotes “sepulcros blanqueados” a quienes las prostitutas les precederían en el reino de los cielos. No me cuesta nada considerar a Jesús en su plenitud sexual, libre, responsable, compartida y placentera.