Balsero es un animalito extremadamente simpático que me acompaña en mis caminatas haciendo cabriolas y jugando a los escondidos entre los matojos y los arbustos
Por Alfredo M. Cepero
Quienes hacemos periodismo por vocación y casi por compulsión recorremos a diario caminos donde se multiplican acontecimientos mundiales que impactan las vidas de millones de seres humanos.
Acontecimientos donde predominan por mayoría abrumadora la miseria, la calamidad, la muerte y el desastre. En unos escasos tres años la guerra de Siria ha arrojado el saldo aterrador de 150,000 muertos y más de un millón de refugiados, los clérigos iraníes avanzan sin ser perturbados con sus planes de borrar a Israel del mapa por medio de un ataque nuclear, Putin se robó la península de Crimea y amenaza con invadir a Ucrania, los venezolanos pagan una cuota tenebrosa que se acerca al medio centenar de muertos, centenares de desaparecidos y millares de presos políticos por recuperar su libertad ante un mundo en gran medida indiferente y de mi pobre e infortunada Cuba ya nadie se acuerda.
De no ser manejada con ecuanimidad y sabiduría, la visión de ese mundo alucinante es capaz de causar daños y desequilibrios en la psiquis del más equilibrado ser humano. De ahí que los profesionales de la información no podamos darnos el lujo de sentir y sufrir como propias las penas del mundo sobre el cual informamos o comentamos. Para ser efectivos comunicadores tenemos que mantener nuestra sanidad mental y nuestro equilibrio emocional. Para ello, es de suma importancia inocularnos con antídotos acordes con nuestras respectivas personalidades. Yo comparto hoy con ustedes mi antídoto para mantener la cordura.
Desde hace más de una década vivo en un pequeño y privado zoológico rodeado de peces, pájaros, gatos, perros y caballos. Antes de que alguien incurra en conclusiones erróneas dejo bien claro que, como bien saben quienes me conocen y me leen, estoy totalmente comprometido con el bienestar de todos los seres humanos. Pero, gracias a un Dios que me ha recompensado con una larga vida, he comprobado que los animales son más agradecidos que los hombres. De ahí que amo a los primeros sin condiciones y a los segundos con cautela.
Hablando de Dios y del reino animal, hace unos meses apareció como por milagro una mañana un nuevo habitante en mi pequeño zoológico. Un famélico perrito callejero, mezcla de Chihuahua y de Rat Terrier, que entró por un hueco de la cerca y exigió una porción de desayuno. Mirado con recelo en un principio fue adoptado casi de inmediato por mis dos perras Labradoras. Muy pronto compartía el lecho, la comida y las golosinas con las que siempre he malcriado a mis dos privilegiadas damas. Y casi de inmediato, me seguía a todas partes, ladraba a todo el que se me acercara y dirigía el tráfico en el camino a los establos donde residen unos caballos alimentados en exceso y que nadie monta.
Decidí que un personaje que había escapado de la miseria, que se adaptaba con extrema facilidad a un nuevo ambiente y que tenía una capacidad excepcional de improvisación e independencia no podía ser llamado de otra manera que Balsero. La versión perruna de esos "argonautas" cubanos que desafían tiburones en el Estrecho de la Florida para escapar de la maltrecha nave castrista y disfrutar de los privilegios del "vellocino de oro" americano.
Pero, a pesar de todas mis atenciones, Balsero no es mi perro porque él no reconoce dueño. En nuestra relación, Balsero es el que manda y yo me limito a acariciarlo cuando a él me lo permite, que no es con mucha frecuencia. Tampoco puedo bañarlo o llevarlo al veterinario porque no se deja someter a la obediencia. Es un espíritu libre que me ha llenado la cerca de huecos para entrar y salir cuando le viene en ganas. Si hubieran muchos humanos como Balsero en el mundo no habría dictadores.
Tiene, por otra parte, un don especial para hacerse respetar por los demás animales con los cuales comparte el espacio de mi finca. Impone su voluntad sin dejarse intimidar por el tamaño de aquellos con los cuales entra en contacto. Uno de ellos es un burro enano, terco como todos ellos, que hostigaba constantemente a las perras Labradoras mordiéndoles el rabo. Con la llegada de mi pequeño Napoleón, el burro pasó de intimidador a intimidado, con Balsero mordiéndole el rabo y las perras disfrutando de una añorada y bien merecida tranquilidad.
Es además un guardián extraordinario que sabe distinguir entre conocidos y desconocidos avisando de la presencia de cualquier extraño que se acerque a la reja principal a cualquier hora del día o de la noche. Al riesgo de ser acusado de estar sufriendo de un ataque de senectud les digo que Balsero es más inteligente que los americanos que votaron por Obama, los venezolanos que votaron por Chávez o los cubanos que le dijimos a Fidel Castro: "Esta es tu casa". Ninguno de estos personajes despreciables podría entrar en mi casa sin ser hostigado por Balsero.
Concluyo destacando la que considero como su mayor virtud, por lo menos en lo que respecta a mi equilibrio mental. Balsero es un animalito extremadamente simpático que me acompaña en mis caminatas haciendo cabriolas y jugando a los escondidos entre los matojos y los arbustos. Nunca le he visto de mal carácter. Hasta cuando ladra, su ladrido parece una sonrisa más que una amenaza. En medio de mis momentos más difíciles, sus travesuras me recuerdan que, a pesar de sus retos, la vida está llena de oportunidades y de alegrías.