Las personas esperan que los expertos conozcan todas las respuestas sobre ciertos temas
La decadencia de la democracia es una tendencia global que es en parte consecuencia del déficit de confianza y credibilidad que las instituciones publicas experimentan hoy en día. Una de las respuestas que se han propuesto para resolver este problema es la participación de expertos en los debates públicos, con el fin de utilizar la autoridad moral y científica de éstos para contrarrestar los mencionados déficits.
Hay al menos tres preguntas que abren el debate respecto al papel de los expertos en la democracia: ¿Qué esperan los individuos (ciudadanos y políticos) de los expertos? ¿Qué no puede esperarse de los expertos? y ¿Cuáles son los limites de los expertos en los foros públicos?
En este tenor, se puede definir a un experto como un individuo que domina las reglas de un área particular, alguien que tiene experiencia, conocimiento y habilidades suficientes para responder con confianza e intuición a las situaciones que derivan de dicha actividad. Es así, que su nivel de especialización se enfoca a ciertos campos del conocimiento, algo que normalmente es ignorado por la población.
Las personas esperan que los expertos conozcan todas las respuestas sobre ciertos temas, buscan certeza, asumiendo que los expertos dominan las reglas, y que por tanto son capaces de explicar qué pueden hacer y cómo pueden hacerlo. Los individuos esperan respuestas creíbles con una clara explicación de los procesos.
Esta situación puede generar tenciones en los expertos, ya que para formular respuestas creíbles y fáciles de entender, tienen que enfrentarse al enorme reto de “convencer” a la población, lo cual es sumamente complicado para un experto, ya que normalmente el uso del lenguaje persuasivo no es parte de sus habilidades.
Para los expertos es igualmente difícil explicar los procesos que les conducen a proporcionar conclusiones respecto a ciertos temas, debido a que al hacerlo tendrían que reducir sus niveles de expertise con el fin de hablar un lenguaje ciudadano que ellos no dominan.
Por otro lado, el rol de los expertos en los asuntos públicos puede ser considerado como una herramienta de validación, esto es, puede servir como soporte para ciertos argumentos políticos, tanto en el ámbito local como en el internacional. De acuerdo con el académico Clark A. Miller de la Universidad de Wisconsin-Madison se ha convertido un requisito que cuando se firma un tratado internacional se crea igualmente un comité científico, esto con el fin de garantizar credibilidad en dicho instrumento jurídico.
Algunos autores como Leah Ceccarelli de la Universidad de Washington ven con preocupación que los expertos se conviertan en herramientas políticas, pues éstos pueden crear debates o controversias artificiales para beneficiar intereses particulares de grupos en el poder.
En este tenor podría cuestionarse la racionalidad de invitar a los expertos a participar en temas públicos, sobre todo porque idealmente la ciencia se guía por la verdad, mientras que la política lo hace por el poder, de manera que ambas áreas tienen una naturaleza completamente distinta. El adecuado manejo en la relación entre ambas es uno de los grandes retos que tienen incluso las democracias más avanzadas.
Pese a que la población espera que los expertos generen certidumbre en los asuntos públicos, este es un objetivo alejado de la realidad. Mientras que existe la idea generalizada de que la ciencia es rígida y que los expertos son iconos de la verdad, en realidad, de acuerdo con el aclamado académico británico Harry Collins, los expertos deben comunicar a la sociedad que la ciencia no es una sola verdad, ya que su cualidad de cambio es su motor de desarrollo.
La ciencia no debe considerarse un dogma o una verdad religiosa. Cuando los expertos expresan sus opiniones en foros públicos, y las mismas son tomadas en consideración por los actores del poder, no se está desarrollando conocimiento, sino que se está tratando de persuadir a un público especifico para alcanzar un fin determinado.
Podemos decir que el papel de los expertos en los debates públicos contiene argumentos contrastantes. Mientras que la población espera de los expertos certeza, éstos tienen la difícil tarea de enfrentarse a escenarios de gran incertidumbre, porque la ciencia es dinámica. La gente espera que los expertos puedan comunicarse claramente, con argumentos convincentes, sin embargo, los expertos no se concentran en la forma (que es un mecanismo efectivo de persuasión), sino en el fondo, mediante el uso de su conocimiento, intuición, experiencia y confianza.
Los expertos pueden validar e incluso legitimar argumentos políticos, pues son capaces de enriquecer foros democráticos gracias a su autoridad moral. Sin embargo, si los expertos son utilizados como instrumentos políticos, creando debates artificiales o tomando una posición ideológica, ellos pueden contribuir al incremento en la desconfianza, que las instituciones democráticas ya experimentan hoy en día.
Twitter: @Nacho_Amador