Parece recordarnos el pintor cubano Nelson Domínguez, residente en la Isla, en unas observaciones que diera a conocer al periódico El artemiseño, el pasado 5 de diciembre, luego de inaugurar una exposición suya, allá en Artemisa, sobre la personalidad de Fidel Castro y en homenaje al 58 aniversario del arribo del yate Granma a Cuba.
La entrevista lleva el título de “Adonis de la revolución”, es decir, Fidel Castro, y entre otras referencias a la hermosura del Comandante, expresa Domínguez que “dibujar al hijo de Birán es dibujar a la historia; dibujar al hermano de Raúl y Ramón, es dibujar la belleza”.
Pensaba yo que, al referirse a la “belleza”, aludía el pintor a alguno de los rasgos humanos que él advierte en el dictador, que eso es válido también, lo abstracto, cuando de belleza se habla.
Pero no, afirma Domínguez en la entrevista citada que si Miguel Ángel estuviera vivo, “no hubiera hecho un David, sino un Fidel”.
O sea, reiteramos, se trata de la belleza física de Fidel Castro.
Pero aquí veo un problema, si Miguel Ángel estuviera vivo ahora, o si Fidel Castro lo hubiese estado en la era de Miguel Ángel, y este lo hubiera escogido de modelo, difícilmente se hubiere realizado la obra.
Pues resulta que Miguel Ángel, si bien llevaba barba, no gustaba de esculpir personajes por él concebidos con este detalle; aunque sí se lo permitía con los bíblicos.
¿Y alguien puede creer que Fidel Castro, famoso por su empecinamiento, se hubiese dejado convertir en una escultura, sin barba? De ninguna manera.
Para Nelson Domínguez, según el entrevistador, “Fidel Castro debe ser recordado por su belleza física también, como el más grande Adonis de todos los jóvenes hermosos que ha tenido este proceso político”.
Uno no sabe mucho de este asunto como para replicarle a Domínguez. De cualquier modo, habría que auscultar bien si en “este proceso político”, tan largo, ha habido otro u otros más bonitos que Fidel Castro. Pero esto significaría un trabajo muy extenso, agotador, y siempre con resultados subjetivos en dependencia de los jueces escogidos, o las juezas, que son más observadoras de tema semejante.
Sobre estas declaraciones del artista cubano he conversado con tres personas cercanas a mí y cada una, como suele ocurrir, me han dado su dictamen en concordancia con su personalidad, su modo de vida o su profesión.
Enrique Hurtado, cubano y católico por más señas, afirma que Nelson Domínguez, en estas expresiones, comete el pecado de Idolatría.
Mi sobrina la psicóloga, luego de un análisis letra por letra de lo declarado por Domínguez, dictamina que sin dudas “el señor ya empieza a padecer demencia senil”.
Mario Rosales, mexicano, dueño de un taller de mecánica, pero inclinado a la lectura y muy observador del semejante, sin dudarlo un instante, dictamina que Domínguez no es más que un “barbero”.
Esto de “barbero” es argot mexicano. Se puede traducir al cubano como “guataca”, “chicharrón”, “arrastrao”, “baboso”, etcétera.
Yo no estoy de acuerdo con ninguno de estos tres dictámenes.
Para mí, el asunto es más sencillo. Lo que mueve al artista cubano —quien en la entrevista citada advierte: “Todavía no he logrado la imagen de Fidel que yo quiero”— a expresarse sobre Castro de la manera en que lo ha hecho, no es más que aquello que nos dedica el maestro Walter Mercado al finalizar sus espacios televisivos: “mucho... pero mucho amor”.
Ya ven. Así van las cosas.
