actualizado 24 de febrero 2014    
Los crímenes contra la naturaleza de la que somos parte
Hay una cultura irresponsable que aún hoy nos ciega
por Víctor Corcoba Herrero
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Víctor Corcoba
Herrero/Escritor.

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Nosotros, los humanos, no cabe duda de que vivimos un momento de gran desconcierto. El caos alcanza al propio ser humano dentro de su contexto natural. La arbitrariedad nos ha equivocado el propio estilo de vida, hasta consentir los crímenes contra la naturaleza de la que somos parte. Quizás hemos puesto palabras donde faltaban ideas, y pensamientos donde restaba conciencia. Convendría, pues, hacer un alto en el camino y recapacitar. Ni todo es blanco ni todo es negro. Hay matices en la acepción que conviene reflexionar. Así, podemos ver las grandes ventajas del mundo moderno, pero también debemos de reconocer las amenazas de una destrucción de la naturaleza por la fuerza de nuestro capricho o actividad. Lo cierto es que hemos perdido el sentido natural de las cosas, la orientación y el significado original que hace referencia a la forma innata en la que crecen espontáneamente plantas y animales. La avaricia, que es esencialmente antinatural, con su legión de mezquinos, ha hecho de este universo material un negocio de mercado, engendrando todo tipo de alteraciones, sin importarle para nada la geología del entorno, los seres vivos, la propia vida del cosmos. Obviamente, la intervención humana ha sido desastrosa, porque ha devaluado su propio hábitat, la flora y la fauna silvestre, rompiendo el equilibro originario y, por ende, sus propias condiciones existenciales.

En este sentido, la aportación de las gentes de ciencia es de suma importancia. Los científicos, y gentes de pensamiento, deben ayudarnos a comprender nuestra relación con la medio ambiente, nuestra capacidad de dominio, las responsabilidades y consecuencias. También los líderes deben impulsar otro tipo de actitudes más ordenadas y respetuosas con el realidad autóctona. Más que gozar con el derroche o con el consumo excesivo y desordenado de los recursos del planeta, debemos avivar otros deseos más humanos con la naturaleza. No se trata de tener, sino de compartir; tampoco es cuestión de aparentar, sino de crecer interiormente. En la raíz de este desquiciado cataclismo del ambiente natural hay un abuso permanente de poder, una altanería sin precedentes en el sentido de crear un mundo sin ética y una arrogancia transformadora a gusto de los poderosos. Por eso, la ciudadanía (coincidiendo con el día mundial de la naturaleza: el día tres de marzo), haría bien en alzar su voz para expresar su profunda preocupación por este tipo de abusos y corrupciones, que son verdaderos delitos ambientales. Está bien fortalecer la cooperación internacional, pero además debemos dar respuestas contundentes de justicia penal.

Precisamente, en los primeros días de este año, el secretario general de la Convención sobre Comercio Internacional de Especies Amenazadas, recordaba los estrechos vínculos entre las redes de crimen organizado con la caza de elefantes, insistiendo en la necesidad de redoblar los esfuerzos por combatir la caza, el contrabando y la venta de marfil. No se puede negar que las especies se están extinguiendo más rápidamente que en otras épocas, en parte debido a las actividades humanas que no sólo agotan recursos sino que también los contaminan, cambiando y deteriorando los hábitats, que recordemos es territorio común a toda la especie humana.

Indudablemente, ante el extendido deterioro ambiental la humanidad tiene que reaccionar. De entrada no se pueden seguir usando los bienes de la tierra como hasta ahora. Sería proseguir con los crímenes ambientales. Tenemos que activar una conciencia innata de apoyo a lo natural, utilizando una visión más estética y menos interesada. Son muchos los comportamientos contaminantes que deberían cesar. La desgana o el rechazo a normas éticas fundamentales no cabe duda de que nos lleva al borde mismo de la autodestrucción. En nombre de un falso avance se han permitido romper ciertos equilibrios ecológicos y esto ha originado una degradación ecológica que están afectando a la misma subsistencia del planeta. No cabe duda de que debemos utilizar de manera más humana el capital natural que poseemos, salvaguardándolo de una economía irrespetuosa con el ecosistema. Naturalmente, la fecha tres de marzo no se ha escogido al azar, sino que coincide con el día de 1973 en el que se aprobó la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres. De este modo, Naciones Unidas, valora el importante papel de la Convención sobre el Comercio Internacional para asegurar que ninguna especie que vaya a ser comercializada a nivel internacional esté amenazada de extinción.

Los crímenes contra la naturaleza revelan de modo evidente esa falta de conciencia moral que nos invade. En algunos casos el daño causado quizás sea irreversible, pero en otros mucho aún puede detenerse la barbarie. Por consiguiente, es un deber de todos los humanos asumir seriamente sus responsabilidades y configurar un desarrollo más respetuoso con las especies vivas. No se puede descuidar la protección y conservación efectiva del bosque, del mar o del mismo aire que nos alienta, tenemos la obligación de recapacitar y de aprender a respetar la naturaleza que nos acompaña. La necesitamos. Es cierto que forma parte de nosotros, que vive con nosotros, y que lo hace a través de un orden natural bien definido y orientado a un fin concreto, que da sentido a la vida.

Por desgracia, hay una cultura irresponsable que aún hoy nos ciega, con doctrinas que nos impiden reflexionar y ver los verdaderos caminos que puedan lograrse reduciendo el impacto medioambiental, por medio de un uso más eficaz y solidario de los recursos naturales. Puede que estos caudales consustanciales con la vida ya estén en este momento sobreexplotados, pero esto no impide que intentemos achicar la deuda ecológica que hemos acumulado a lo largo de estos últimos tiempos. No olvidemos que lo que es contrario a la naturaleza, también lo es a la especie humana. Por tanto, sigue produciendo al día de hoy una verdadero calvario que el mundo de la naturaleza nos siga hablando mientras los humanos apenas prestamos atención a sus suspiros.

Sabemos que los malos ejemplos son tan dañinos como los golpes. Lógicamente, el crimen contra la naturaleza es un acto consentido. Sin duda, hace falta tomar otro espíritu más comprometido con el medio natural, incluida su diversidad biológica, y establecer todos juntos una nueva ética de la administración mundial, tan amenazada hoy en día. Hay que terminar con la falsa creencia de incompatibilidad entre el progreso económico y la protección de la naturaleza. Ambos son compatibles en la medida que las cuestiones ecológicas y la propia economía, adquieran un rostro humano en el que se pueda participar y debatir, a fin de forjar un renovado planeta, donde la fuerza vital de la naturaleza nos reconduzca a saber cuidar y proteger el único hábitat que tenemos.

corcoba@telefonica.net

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