actualizado 28 de febrero 2014    
La hipocresía y el oportunismo de la izquierda ignorante
Hay gente que utiliza su acceso a los medios de información para promover sus ideologías o sus intereses mezquinos
por Alfredo M. Cepero
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Alfredo M. Cepero
Director de La Nueva Nación.

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La heroica batalla de los jóvenes venezolanos frente al oscurantismo y la barbarie de sus tiranos ha despertado la admiración y la solidaridad de muchos pueblos del mundo. Esa es la reacción lógica de hombres y mujeres bien nacidos que no contemplan estas atrocidades a través del prisma de sus intereses personales o de sus fanatismos ideológicos. Para los seres normales la compasión humana disfruta de prioridad absoluta sobre cualquier interés personal o dogmatismo ideológico. La defensa de ninguna ideología o interés justifica las imágenes desgarradoras que hemos visto por estos días de muchachas desfiguradas por escopetazos, estudiantes pateados por esbirros gubernamentales y ciudadanos asesinados por pandilleros que hacen la labor sucia de la dictadura. Las páginas cibernéticas, los periódicos y los canales de televisión se han encargado de despertar al mundo de su letargo.
Por eso la indiferencia se ha convertido en indignación y denuncia por parte de personas que, hasta hace unas pocas semanas, no tenían la más mínima idea sobre el drama venezolano. El sonido de estas voces solidarias llena el silencio cómplice de los gobernantes corruptos y de los anodinos organismos internacionales que ignoran a las víctimas y se empecinan en hacer causa común con los represores. Quienes se juegan hoy la vida en Venezuela necesitan de estas muestras de solidaridad para seguir adelante en su marcha inexorable y heroica hacia la libertad.

Por desgracia, hay gente que utiliza su acceso a los medios de información para promover sus ideologías o sus intereses mezquinos en situaciones dramáticas como la venezolana. Su indignación es ficticia y su denuncia oportunista. Son esas personalidades del mundo artístico que incursionan en la ideología y en la política como si se tratara de la trama de una obra teatral o de la letra de una canción. En ellas los dictadores son benévolos, los heridos no sangran y los muertos no terminan en el cementerio.

Gente como Jane Fonda, Jack Nicholson y Oliver Stone viven en una burbuja de fantasía sin molestarse en tomar conciencia del mundo real que los rodea. La coincidencia de su arrogancia y su ignorancia los lleva a hablar tonterías y a actuar en forma disparatada. Es la única explicación lógica para la conducta de Jane Fonda durante su viaje a Vietnam del Norte en 1972. En medio de una guerra que dividía a la nación que la vio nacer, esta mujer posó sentada en una batería antiaérea que los comunistas utilizaban para derribar aviones norteamericanos y acusó de criminales a los soldados de Estados Unidos. Su acto de traición a la patria le gano el calificativo de "Hanoi Jane" y la repulsa hasta el día de hoy de gran parte de sus compatriotas.

Los casos de Oliver Stone y de Jack Nicholson no tendrán matices de traición a su patria pero si de traición a quienes luchan por la libertad en el mundo. El primero hizo siempre ostentación no solo de su amistad personal sino de su admiración por el enajenado de Sabaneta. El segundo se fue a La Habana, habló tres horas con el diablo mayor y salió diciendo que era "un genio y un humanista" que nunca "quiso cortar las relaciones con nosotros" (Estados Unidos). Si yo tuviera acceso a este analfabeto político le diría que Castro quería "relaciones con impunidad" para robarse, como lo hizo, casi 1,000 millones de dólares en propiedades que pertenecían a ciudadanos norteamericanos sin pagar compensación alguna.

Una película similar la estamos viendo por estos días en el respaldo dado por algunos artistas a los estudiantes que se enfrentan a los tiranos venezolanos. En la misma hay no solo una falta total de correlación entre la fantasía y la realidad sino un repulsivo cinismo. Han dado un giro de 180 grados para ponerse acordes con la dirección del viento. Tipejos como Juanes, Ricky Martin y el dúo irreverente de Calle 13, que ahora se pronuncian contra el régimen totalitario de Maduro-Cabello, se han pasado años cantando loas al régimen de Fidel y Raúl Castro. Sin los dos diablos cubanos no habría existido un Hugo Chávez y, sin Hugo Chávez, Maduro estaría hoy hablando con pajaritos bajo un árbol de algún barrio marginal y Cabello sería una versión venezolana del gordito Al Capone.

Después de haber pasado la mayor parte de su vida escondido en closets sexuales y políticos Ricky Martin decidió soltarse el moño. Mostró el rostro pérfido de los hipócritas cuando, en una carta a sus fanáticos, dijo: “Soy chavista y castrista, ¿y qué? Soy socialista como mi amigo René Pérez 'Residente'. Ya me cansé de estar en closets". Y, no contento con la descarada revelación, la emprendió contra personas que habían sido sus amigos de la víspera: “Nunca pude hablar de ello porque Emilio y Gloria Stefan, y los anélidos cubanos de Miami, romperían y quemarían todos mis discos a través de las pantallas de CNN en español. Además, Posada Carriles me perseguiría y me mataría". Ricky, para que no te hagas ilusiones, Luis Posada Carriles nunca habría perdido el tiempo persiguiéndote porque siempre ha sentido una atracción intensa por las mujeres.
He dejado para el cierre al más detestable de estos falsos pacificadores.

Responde al nombre artístico de Juanes y confieso que no me ha interesado buscar el nombre de nacimiento de este sujeto oportunista y sinuoso. En marzo del 2008, Juanes y su equipo mercantilista concibieron la idea de promover su nombre a nivel internacional con un concierto al que ostentosamente llamaron "Concierto por la Paz". Lo pusieron en escena en el Puente Internacional Simón Bolívar en la frontera colombo-venezolana y extendieron invitaciones a Hugo Chávez y a Álvaro Uribe. Cuando Chávez se negó a asistir, Juanes y sus adláteres retiraron la invitación a Uribe a menos de doce horas antes del concierto. Este sólo gesto delata el carácter oportunista y manipulador de este individuo.

Al año siguiente, envalentonado por la publicidad gratuita que le produjo este concierto subió la parada con un segundo concierto por la paz, nada menos que en la infortunada isla que por más de medio siglo no ha conocido otra paz que la de los sepulcros. Se calcula que más de un millón de personas desafiaron temperaturas de 30 grados centígrados y la intensa humedad cubana para ver y escuchar a Juanes y a sus 14 acompañantes. Pero el talento de Juanes y sus acompañantes no puede reclamar crédito por esta asistencia multitudinaria. Un pueblo miserable y hambriento se aferra a cualquier tipo de entretenimiento con tal de olvidar la horrible realidad de su precaria existencia.

Andando el tiempo, Juanes ha tratado de confrontar las críticas con subterfugios dignos de un monólogo de Cantinflas. Ha destacado que durante el concierto pidió por la paz y la unidad de todos los cubanos. Pero cuando se piden unidad y paz en un escenario controlado por los tiranos de un pueblo lo que se propone es la unidad impuesta por la fuerza y la paz lograda bajo amenazas de cementerio o cárcel.

Aunque en un grito histérico en medio de su actuación se haya referido al concierto diciendo que "Ha sido la mayor demostración de amor después del nacimiento de mis hijos", lo cierto es que aunque este pelele haya sentido amor el pueblo de Cuba ha sido por décadas víctima del odio. Y que quienes ganaron prestigio por permitir el concierto fueron los tiranos del pueblo de Cuba. Al día siguiente los cubanos regresaron a su infierno cotidiano. El mismo que combaten hoy los heroicos hijos de Venezuela. Ni ellos ni nosotros necesitamos tipos como este "vivo" de pacotilla que lucra con sus falsas credenciales de pacificador.

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