Con frecuencia, la soledad y la exclusión van de la mano, producto de un modelo político y cultural insolidario con los más vulnerables. El resultado de la apatía por lo comunitario y de una pérdida de confianza hacia el otro que nos distancia como conciudadanos. De una sociedad individualista y fragmentada.
Sin embargo, “cuando nos referimos a la sociedad, ¿por qué hablamos en tercera persona? ¿Acaso la sociedad no somos cada uno de nosotros?”. Es lo que Mariano Sánchez, profesor de Sociología de la Universidad de Granada (España), preguntó retóricamente en un Encuentro de Voluntariado de la ONG Solidarios para el Desarrollo. Se trataba de un espacio para la formación, la reflexión y la participación acerca de la figura del voluntario como actor de transformación social.
El encuentro reunió a personas adultas y jóvenes, de distintas ciudades, con profesiones e intereses diversos, pero con una inquietud compartida: la solidaridad como respuesta a las injusticias que nos rodean. Aunque sepan que no se puede cambiar el mundo de un plumazo, sí se puede buscar espacios de encuentro con personas cercanas que carecen de redes sociales y de compañía; duerman en un hospital, en un centro especial, en una casa vieja y sin ascensor, entre rejas o en las frías aceras de una ciudad.
El voluntariado social hace de los problemas de ‘la gente’ un problema de todos. El cambio social empieza por uno mismo, desde dentro. Cada uno, mediante sus actitudes y su sentido de la responsabilidad, hace su aportación a la sociedad. Es la naturaleza de una ciudadanía en red, de la interdependencia que caracteriza al ser humano y la que debemos recuperar. “Porque nadie es dependiente o independiente, sino que dependemos los unos de los otros”, afirmó Mariano Sánchez en su ponencia. “El ‘yo’ no consiste en mirarse al espejo, sino en cuidar y ser cuidados”.
A diferencia de las acciones puntuales y paliativas, el voluntariado social busca transformar la sociedad desde dentro. Rechaza el asistencialismo porque supone, de alguna manera, perpetuar las desigualdades sociales. En ese sentido, el profesor Sánchez considera que algunas organizaciones enquistan sin querer el problema que pretendían solucionar y, muchas veces, generan nuevos obstáculos.
A los voluntarios del programa de personas sin hogar les suelen preguntar: “¿Y qué hacen? ¿Dar comida a los mendigos?”. No a todo el mundo le resulta fácil comprender que el objetivo del voluntario va más allá de ofrecer un bocadillo o un café caliente a una persona sin hogar. El café es la excusa para crear un espacio de encuentro y charlar de tú a tú, con naturalidad y sin prejuicios. A pesar de los estigmas que arrastran estas personas, cada una de ellas tiene sus propios motivos, sus heridas del pasado, su historia. Preguntar cómo son las personas sin hogar sería tan absurdo como preguntar cómo son las que sí lo tienen.
Los voluntarios contraen un compromiso múltiple: con los “usuarios” de los programas, con los compañeros de equipo, con la organización y con la sociedad. Esto no se consigue sin desarrollar una sensibilidad, un respeto y la aceptación de personas “acostumbradas a perder” y a que les fallen. El auténtico voluntariado no pretende cambiar a nadie, sino ayudar a que lo haga quien lo desee, desde su propia realidad.
Los participantes del encuentro pudieron confirmar que su trabajo no es aislado, que muchas personas distintas, o parecidas, están implicadas. Aún queda lugar para la esperanza mientras haya personas que se ocupen de los demás y anhelen un entorno más digno y más humano. Como suele repetir el fundador de Solidarios.