actualizado 9 de junio 2014    
Maltrato y desatención, la epidemia de los nuevos tiempos
Los datos no pueden ser más concluyentes
Por Víctor Corcoba Herrero
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Víctor Corcoba Herrero/Escritor.

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Para desgracia de todos, somos una sociedad que insulta, maltrata, desprecia y desatiende a nuestros semejantes de muy diversas formas, lo que indica el poco amor que nos tenemos como especie. Ni con los pétalos de una flor deberíamos golpearnos, pero la realidad es bien distinta, y nos sorprende cada día con un capítulo de daños inenarrables, que cuesta asimilarlos. Este mundo de dominaciones y de pocas franquezas, enfermo con las ruedas del poder y apenas nada auténtico, suele ensañarse con los más débiles y, posteriormente, lavarse las manos. El silencio es en demasiadas ocasiones una mala respuesta, una réplica tristísima. No se puede callar ante la nube de contradicciones e injusticias que nos circundan. Tendríamos que responder con docilidad si quieren, pero con diligencia. Tal vez la ola de desprecios con la que convivimos, nos impide tomar conciencia y entendimiento de este grave problema. Nos hemos degradado tanto que el maltrato a vidas humanas se ha convertido en una contrariedad social que, desde hace tiempo, viene afectando a millones de ciudadanos en todo el planeta.

Los datos no pueden ser más concluyentes. Una vergüenza. La trágica situación es que en el mundo hay personas que sufren abusos de todo tipo. Por supuesto, hasta financieros, sobre todo entre personas mayores y discapacitados. Hemos perdido toda sensibilidad. Da la sensación como que nada nos preocupase. Según Naciones Unidas se estima que entre el 4% y el 6% de las personas mayores de todo el mundo han sufrido alguna táctica de abuso y maltrato. Por otra parte, estudios internacionales recientes dan cuenta que aproximadamente un 20% de las mujeres y un 5 a 10% de los hombres manifiestan haber sufrido abusos sexuales en la infancia, mientras que un 23% de las personas de ambos sexos refieren maltratos físicos cuando eran niños. Además, se acrecienta el número de personas que son objeto de maltrato psicológico (también llamado maltrato emocional) y víctimas de desatención. El desaire reporta estos calvarios inhumanos y, así, cada día son más los seres humanos que pueden hallarse en situación de riesgo. Deberíamos, pues, reflexionar sobre ello, sobre nuestras actitudes con respecto a estas personas verdaderamente sufrientes de explotaciones y sus agresores deberían rendir cuentas ante la justicia.

Precisamente, el 15 de junio, Naciones Unidas designó este día a través de su Asamblea General, como jornada para expresar la más enérgica oposición a los excesos y sufrimientos infligidos a nuestras generaciones mayores. Algo que pasa casi inadvertido, en parte también porque se oculta. Lo mismo sucede con la población naciente, publicaciones universales nuevas nos indican que los riesgos de abuso aumentan entre los menores de cuatro años y los adolescentes, también entre los niños de un embarazo no deseado, con discapacidad o aquellos que lloran en exceso. Realmente vivimos un clima de desatención al ser humano más débil, que deberían adoptarse medidas protectoras con urgencia, no olvidemos que el atractivo de la democracia radica en parte su vinculación con el mejoramiento de la calidad de vida de todos los ciudadanos, sin exclusión alguna. Si en verdad, fuésemos una sociedad bien organizada, dinámica y responsable, este tipo de atropellos, no existirían. La coherencia y la coordinación de todos será esencial si queremos avanzar hacia sociedades pacificadoras. Por ejemplo, el que se hayan reunido en los jardines del Vaticano (8 de junio) israelíes y palestinos, judíos, cristianos y musulmanes, para expresar sus deseos de paz, me parece un acto coherente con el espíritu religioso como miembros de la familia humana. Ojalá se extiendan estos modelos por todas las culturas, puesto que el mejor obsequio que podemos darnos es nuestra atención, los unos para con los otros.

Evidentemente, tanto el maltrato como la desatención, prolonga y exacerba la deshumanización. Nefasta epidemia que tenemos que combatir con eficacia. No podemos (ni debemos) dejarnos ganar la batalla pasivamente. Para ello, tenemos que avivar los referentes. En este sentido, considero una acertada decisión que Naciones Unidos, adoptase en este mismo flamante mes de junio, la creación del Premio Nelson Mandela, para estimular de este modo las acciones que recojan la antorcha de este líder sudafricano, en lucha permanente por la liberación de su pueblo, así como por su continua labor a favor de una cultura armónica en el mundo. Estoy convencido de que son estos pequeños quehaceres los que nos ponen en movimiento, los que nos hacen recapacitar y ver, que la solución a los conflictos viene de la mano de la compresión a través de la relación interracial de servicio a la humanidad, mediante la promoción y protección de los derechos humanos, entre otros principios. Para ello, no es suficiente con la voluntad y las buenas intenciones, son los hechos solidarios los que validarán esa fraternización ciudadana tan necesaria como imprescindible.

Los acontecimientos a menudo nos abruman con noticias trágicas de seres humanos abandonados a su suerte, que debilitan nuestra sociedad y desmerecen nuestra vínculo de familia humana. Es hora de compromisos leales y fuertes, de que los gobiernos diseñen y lleven adelante una prevención más efectiva, que incluya legislaciones y políticas para abordar todos los aspectos del maltrato a vidas humanas y su desatención a personas vulnerables. Asimismo, resulta francamente preocupante el aumento de las desapariciones forzadas o involuntarias en diversas zonas del mundo, como los arrestos, las detenciones y los secuestros cuando son parte de las desapariciones forzadas o equivalen a ellas, y por el creciente número de denuncias de actos de hostigamiento, maltrato e intimidación padecidos por testigos de desapariciones o familiares de personas que han desaparecido, algo que merece con prontitud actuación para derribar la estrategia de infundir el terror a los ciudadanos.

Lo mismo sucede con la desatención a los migrantes, a las personas desplazadas, muchas de ellas huyen de condiciones de vida horrendas, pero terminan enfrentándose a violencias y violaciones de todo tipo. La pesadilla no finaliza, prosigue el calvario, cuando deberíamos garantizar sus derechos, donde quiera que ese hallen y sea cual sea su situación. Ahí están los naufragios masivos en el mar Mediterráneo, que han causado multitud de muertos en los últimos años. Es la gran necrópolis de nuestro siglo. Ante este horizonte de azul ennegrecido por el luto de las lágrimas vertidas a ola viva, no podemos permanecer impasibles, como hasta ahora lo hemos estado, a mi juicio el tema ha de ser abordado por el conjunto de la comunidad internacional, para que sean tratados con mayor respeto y dignidad, también los que se encuentran en situación irregular. No es de recibo que algunos países les nieguen las protecciones básicas en el ámbito laboral, las debidas garantías procesales, la seguridad personal y la atención de la salud. Desde luego, con esta panorámica de crueldades difícil lo tenemos para hermanarnos. Tendremos que dejarnos gobernar por la patria del corazón. El día que a todos nos afecten las amenaza contra el más ínfimo de los seres humanos, habremos conseguido despojarnos de nuestra debilidad humana, de nuestra manera superficial de considerar la existencia, de nuestro modo imperfecto de actuar. Dicho queda con la bravura del eterno oleaje.

corcoba@telefonica.net

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