Por Hugo J. Byrne
Con el motivo de la primera visita a La Habana del ex presidente Jimmy Carter escribí hace tiempo un trabajo titulado “The Perfect Match”. Era un estudio de las probables interacciones entre un jefe de estado místico e insuperablemente incapaz y el déspota más perverso y habilidoso de la historia del Hemisferio Occidental. En ese entonces yo escribía en inglés con mayor frecuencia que en español.
Me entusiasmé con la acogida que tuvo un artículo anterior sobre el arresto temporal del ex dirigente y entonces senador chileno, Augusto Pinochet, en Londres. Ese arresto fue ordenado por quien era Primer Ministro británico Anthony Blair. La acción de Blair fue el resultado de una intriguita política originada entre peninsulares de la izquierda radical. Ese grupo era dirigido por un juececillo de la misma calaña llamado Baltasar Garzón. En definitiva la trapisonda fracasó y Pinochet, quien nunca fue santo de mi devoción, fue devuelto a Chile.
En esa oportunidad leí la opinión de un desconocido exiliado cubano (un servidor) reproducida en un rotativo importante como el “Orange County Register”: eso me proporcionó solaz. Había enviado el trabajo a varios medios de difusión y uno de los principales lo había publicado.
El “Register” era entonces el segundo periódico con mayor circulación del sur de California después de L.A. Times. La opinión editorial del “Register” era la misma que ahora se define como “moderadamente” conservadora. Dicen que más tarde el “Register” evolucionó a “libertario”, terminando en lo que aquí llaman “liberal”. Ya no resido en el Condado de Orange y hace muchos años que no recibo el “Register” o ningún otro diario impreso.
Sin embargo, admito sin decepción ni amargura que “The Perfect Match” no tuvo la aceptación entre los medios a mi alcance como el artículo sobre Pinochet (cuyo título no recuerdo). Paulatinamente desistí en el esfuerzo de llevar un mensaje periódico a los lectores que sólo utilizan inglés para enterarse de lo que pasa.
Por esa época escribí una vez más en inglés un artículo denunciando el estereotipo creado por los medios de difusión de Estados Unidos para describir al exilio cubano. Curado de la esperanza absurda de me publicaran en L.A. Times, Miami Herald, Boston Globe, Washington Post o N.Y. Times, envié ese trabajo a casi cien direcciones electrónicas privadas, muchas de las cuales aún permanecen entre las 600 que hoy reciben semanalmente mi columna en lugares tan diferentes y distantes entre sí como Argentina, España, Estados Unidos, Suecia, Méjico o Israel.
Byrne ocupa un par de páginas en la guía telefónica local y quizás por eso muchos lectores que respondieron a mi ensayo me creían norteamericano: “Thank you Mr. Byrne!” “You are the sole American who can really see us as we are in spite of the liberal fog!” Estuve brevemente tentado a dejarlos en la ignorancia. Ahora no puedo resistir la tentación de estudiar al más reciente dúo discordante: Barak Obama y Vladimir Putin.
Obama no es Carter. Es justo que eso se deje bien establecido. Carter es un pésimo político y mediocre comunicador, cien por ciento honesto al exponer su criterio. Carter llegó a la presidencia cabalgando en la casualidad e impulsado por el “tsunami” de Watergate que pulverizara la presidencia de Nixon. Sólo la mediocridad del presidente Ford, patentísima durante los debates, hizo posible el triunfo electoral de Carter. Cuatro años más tarde el liberal de Plains fue literalmente barrido por Reagan.
Obama tampoco es un buen orador, pero un histrión capaz de leer un teleprompter y quien conoce al dedillo como animar su base partidista. Utiliza ese conocimiento con método y eficacia. Arrastrando un record tan negativo como el de Carter y mucho peor en el orden fiscal, ha tenido éxitos electorales sin precedentes. Quien lo dude debe preguntarles a Hillary Clinton y a Mitt Romney.
Hay un único paralelo entre Obama y Carter. Comparten con la mayoría de los líderes de su partido la noción arrogante de que los deberes oficiales son la extensión de la propaganda política electoral. Basándose en esta falsa premisa Carter besó a Leonid Brezhniev y Obama se lanzó a una gira por el Oriente Medio para disculpar los “pasados errores” de Estados Unidos ante el mundo musulmán.
No deseo extenderme mucho analizando a Obama, ya que los lectores lo tienen como se dice aquí, “in your face”, lo que se traduce libremente al español como “hasta en la sopa”. Sin embargo, es importante recordar algunas cosas relevantes de su pasado y su presente. Nació en el estado de Hawaii aunque algunos lo dudaran y fue abandonado por su padre, un alcohólico nativo de Kenya. Obama tiene varios parientes en esa nación del este de África.
Fue criado principalmente por sus abuelos. Acompañó a su madre a Indonesia al casarse ésta brevemente con un nativo de ese país llamado Lolo Soetero, cuyo patronímico temporalmente adoptara Obama, junto al seudónimo “Barry”. Obama hizo estudios primarios en Indonesia y tiene una medio hermana, hija de Soetero.
Cuando su madre se divorciara de su padrastro, Obama regresó con ella a territorio americano. La madre de Obama no volvió a casarse, pero de acuerdo a evidencias circunstanciales tuvo actividades “fuera del currículum”: existen varias fotos muy sugestivas de ella totalmente desnuda y no existen evidencias de que fuera modelo profesional. Como tantas otras víctimas de cáncer, la madre de Obama murió joven.
Obama es graduado de dos prestigiosas universidades, pero su historia académica permanece misteriosamente sellada por razones que nadie ha explicado hasta ahora. De acuerdo a su única excursión en el campo literario, su autobiografía “Dreams From My Father”, durante su juventud Obama experimentó con drogas. Sus más cercanos amigos y asociados, de acuerdo a esa misma obra, eran radicales comunistas. Su mentor espiritual, quien lo casara con su esposa Michelle, es un clérigo renegado, racista y radical, cuya frase más conocida es que “Dios maldiga a América”.
Como senador por Illinois Obama no avanzó legislación alguna. Su carrera política se inició en la residencia de un convicto terrorista de apellido Ayres, quien es hoy profesor universitario. Su única actividad laboral conocida antes de su ingreso a la política, es la de “organizador social”. Si algún enterado lector puede definir las actividades y remuneración que esa labor entraña, le agradezco que me ilumine.
Entre Obama y Putin, “encarnizados adversarios” de hoy, existe un denominador común: nunca se ganaron el pan sudando mucho. Como Obama, Putin abrazó el “servicio público” desde su graduación universitaria a los 23 años de edad: la KGB lo empleó como agente de inteligencia. Putin nació en San Petesburgo, ciudad que era entonces conocida por Leningrado. Ahora tiene 61 años y cumple 62 en Octubre. Gusta de alardear de sus capacidades físicas y es un narcisista al estilo Mussolini, montando a caballo sin camisa, rifle en ristre y en busca de algún oso amarrado. A diferencia de Mussolini Putin no se ha retratado en la nieve y sin camisa.
También juega ice jockey. A nadie le sorprende que su equipo triunfe cuando él juega y que él sea la estrella del equipo. Por contraste, Obama es peor que mediocre en baloncesto, aún ensayando tiros libres y lanza una pelota de baseball con menos fuerza y tino que mi nieta de cinco años jugando softball (se dice que el pez espada enorme con el que Franco se retrataba anualmente era siempre el mismo trofeo y que el Caudillo era superpuesto en la foto, pero no me consta).
Putin se casó con Ludmila en 1983. A partir de la boda y de acuerdo al idioma ruso, Ludmila se volvió Ludmila Putina, lo que se traduce como mujer de Putin y nada más. Con Putina, Putin tuvo dos hijas: Mariya y Yekaterina. Este año Putin y Putina se separaron o divorciaron (no lo sé ni es asunto nuestro) alegando común acuerdo. Obama por el contrario, aunque no una nación, parece presidir un hogar feliz y unido.
En la KGB Putin llegó al grado de Teniente Coronel. En una entrevista le preguntaron si se había visto en la necesidad de matar a un hombre alguna vez. Contestó lacónicamente NO. Tengo curiosidad de porqué no le preguntaron si alguna vez había abofeteado a un prisionero, aplicado corriente eléctrica o aplastado un testículo. O si había trabajado en Lubianka, lo que entrañaría haber cometido todos esos crímenes y otros, en múltiples ocasiones.
Putin era protegido político del difunto Boris Yeltsin, quien a su retiro en 1999 lo designó Primer Ministro de Rusia. A partir de ese momento Putin ha sido el supremo caudillo ruso sin menoscabo de alternar la presidencia con la posición de Primer Ministro. Para estos menesteres hasta ahora ha contado con la ayuda incondicional de uno de sus paniaguados, el burócrata Dimitry Medvedv, con el que juega a las sillas musicales de presidente a premier, mientras conserva celosamente todos los resortes del poder.
Fue hablando con el testaferro Medvedv y cuando creían que los micrófonos estaban fuera de acción, que Obama susurró un recadito a Putin sobre una posible mayor flexibilidad por parte suya una vez pasada la prueba electoral de noviembre del 2012. Putin tiene ya una buena reputación como expansionista ruso y de sufrir nostalgias del difunto Imperio Soviético, cuyo desplome lamenta como la peor tragedia del siglo XX.
Su previo intento de someter a Georgia, donde Putin no se atrevió a “empujar el sobre”, parece ahora sólo un ensayo para la reciente invasión de Crimea y su amenaza de hacer otro tanto en el este de Ucrania y las áreas de idioma ruso en los Países Bálticos. No es de sorprender la actitud despreciativa de Putin hacia Obama, cuya política exterior es inexistente aún en el análisis más optimista.
Desde Teherán, donde los santones que lo dirigen continúan burlándose de las sancioncitas de Obama y planeando la némesis nuclear de Israel. Desde Siria, donde franqueando todas las ridículas “líneas rojas” de Obama, 160,000 inocentes han sido masacrados hasta ahora, incluyendo miles de niños de ambos sexos. Desde Nigeria, donde recientemente el frente terrorista Boko Haram, primero quemara vivos a más de 60 niños cristianos y después secuestrara a otras 300 niñas de la misma fe para violarlas, embrutecerlas y convertirlas en esclavas. Desde Libia, donde cuatro leales americanos, nuestro embajador incluido, fueran muertos en una ataque terrorista que el ejecutivo tratara maliciosamente de disimular. Desde todas partes y en todos los frentes la administración de Obama fuerza el retiro acelerado de los intereses de Estados Unidos.
¿Ganancia de los malos? No cabe duda. Parece que Putin es hoy más popular que nunca entre los rusos y en especial en Crimea, donde, curiosamente, izan junto al tricolor ruso una bandera roja con la hoz y el martillo. ¿Y Obama? De acuerdo a las encuestas de Rasmussen, durante todos estos últimos meses la aprobación de Obama nunca ha bajado de 45%.