Los uruguayos saben que no volverán a tener un presidente así como José Mujica.
Y es que por el Palacio Presidencial de Montevideo ni siquiera pasó. Prefirió seguir viviendo en su chalet campestre. Otros lo habrían deseado solo para sentirse gloriosos.
El presidente uruguayo es una rara avis. Un político especial; único por honesto; inusual por transparente; y extraordinario por haber hecho política, sin engrandecerse ni atesorar bienes.
¿Por qué él pudo y no podrán hacerlo sus pares latinoamericanos, tantos políticos ejerciendo el poder, llenos de arrogancia, honores, ambición y séquitos; que cuando se encumbran, olvidan sus promesas y valores predicados, abandonan la virtud por el instinto lupino?
El ejemplo de Mujica también debería ser modelo para los aprendices de políticos.
Claro, habrá quienes dirán que no se vestía bien o que sus gaffes públicos eran sonrojantés. Lo importante acá es el servicio desinteresado, la honradez con la que un hombre de 79 años ha demostrado que pudo actuar bien y sin lucrarse.
Los que le conocen destacan de sus cualidades algunas prácticas que, como modelo, él ha interiorizado. Las sintetizo en 4 ejes:
1. Moderación y diálogo: Algunos líderes contemporáneos amenazan con radicalizar sus procesos. ¿Para hacerse de más enemigos y sentirse bien siendo odiados? Pero, el presidente Mujica, a pesar de haber sido guerrillero marxista, dejó las enseñanzas ortodoxas y violentas, una vez que asumió cargos públicos —Senador, Ministro, Presidente— para servir sin pensar en odios, resentimientos o la lucha de clases. ¿Quién dice que para hacerles el bien a los pobres es necesario hacerles daño a los ricos? O, ¿cómo se puede gobernar sin dialogar con los adversarios?
2) Ni vencidos, ni vencedores: Solo he conocido esta prédica, con mis ojos de poco alcance, en Lincoln, Juárez, Gandhi, Mandela, Lula —y ahora con el Presidente uruguayo—. Triunfar para ayudarle incluso a los adversarios, es, tal vez, la virtud política más noble.
¿Es producto de la ética pura o del cristianismo? Usualmente, cuando alguien obtiene poder político, premia a sus seguidores, castiga a sus adversarios y a los que se oponen. ¿La política tradicional latinoamericana es una pasada sistemática de cuentas?
3) No dejar de ser un hombre común: lo triste de los que se encumbran es que creen convertirse en seres alados, intocables y poderosos. Y para José Mujica que luchó por sus ideales desde la guerrilla Tupamara (¿Importa su credo?), cuando cambiaron sus circunstancias, siguió siendo el mismo idealista, el vendedor de crisantemos en su casa con patio, gallinas, perros, como en un cuento de Fernando Silva; el quijote sin adarga ni lanza.
El Presidente uruguayo siguió en su misma casa de “La Chacra”; conduciendo su mismo Volkswagen escarabajo. Tampoco comenzó a lucir trajes ostentosos o cambió su vida por pompas y fastos.
4) Ser flexibles: afirman los profesores de negociación que los principios no se discuten; solo las posiciones. También enseñan que no se puede ceder mucho, porque hace vernos mal o flojos. Ello debilita el carácter o la personalidad del líder. Mucho menos que esté permitido perder. ¡Jamás! Eso es válido para los negocios. Mientras que en política, perder o ceder puede ser inmensamente beneficioso.
A largo plazo, surte efectos. Así, el hábito de ganar se vuelve una debilidad para empresarios metidos a políticos (¡A acostumbrados solo a ganar!) ¿Al final, qué consiguen? La política es un arte de convencimiento y ejemplos. También yerran creyendo que como son exitosos en los negocios, lo pueden ser en todo. Cada ciencia requiere de talentos particulares, habilidades diferentes.
Obvio, al Presidente uruguayo se le pueden achacar desatinos o acciones contrarias a nuestro parecer: el comercio estatal de la marihuana, el aborto, los matrimonios del mismo sexo. Pero ello no le resta calidad a su gestión.
¡Qué buen precedente dejó donando el 90% de su salario para fines humanitarios!
¿Habrá más líderes políticos así?
Lo importante es que hagan el bien, sin distingos —y que tengan valores, respeten las leyes y libertades; reconozcan que el poder no es guillotina ni decreto omnímodo para silenciar a los adversarios; tampoco un feudo familiar; mucho menos, franquicia de inmunidad.
José Mujica no necesitó mucha educación, ni títulos, ni intelectualidad para hacer buen gobierno. Contribuyó —con Tabaré Vásquez (presidente anterior, y correligionario del Frente Amplio) — al crecimiento de la economía a un ritmo del 5.8%; y a reducir la pobreza, del 40% al 12%, en 10 años.
¿Cuánto tiempo más rondará José Mujica, con su rostro de abuelo de finca y capitán de barco?