actualizado 10 de sept. 2014    
La segunda muerte de Mustafá Kemal Atatürk
Como buen militar, Mustafá Kemal encomendó al ejército la unidad del país y la defensa de sus estructuras laicas
Por Adrián Mac Liman
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El próximo fin de semana, el electorado turco está llamado a designar al futuro presidente de la república: de ese Estado laico fundado en 1923 por un militar otomano nacido en la ciudad helena de Salónica, que recibió la formación en la Academia militar de Monastir y que destacó por su brillante actuación de estratega tanto en la Primera Guerra Mundial como en la Guerra de Independencia Turca. En octubre de 1923, tras la proclamación de la república, Mustafá Kemal fue elegido en el cargo de presidente del nuevo estado, título que desempeñó hasta su muerte en 1938.

Las reformas llevadas a cabo por Atatürk son múltiples. Entre las más importantes destacan el cierre de las escuelas religiosas, la abolición de la ley islámica, la adopción del calendario gregoriano, la prohibición del velo, la introducción de un Código Civil basado en el suizo, la laicidad del Estado y un sinfín de etcéteras.

Como buen militar, Mustafá Kemal encomendó al ejército la unidad del país y la defensa de sus estructuras laicas. Un papel crítico, censurado por la clase política occidental, que prefiere tratar con interlocutores ideados a su imagen y semejanza. De hecho, la tutela de los militares se convirtió, con el paso del tiempo, en uno de los hándicap que frenaba las negociaciones sobre la adhesión de Turquía a las instituciones comunitarias europeas. Uno, pero no el único. A la hora de la verdad, los políticos de la Vieja Europa guardaban más ases en la manga…

Las cosas dieron un vuelco espectacular en septiembre de 2010, cuando el Ejecutivo aprobó la reforma de la Constitución que limita el poder del estamento castrense. Cuatro años más tarde, en agosto de 2014, dos candidatos islamistas compiten por la presidencia de un Estado moderno, que corre el riesgo de renunciar al sacrosanto principio de laicidad.

Uno de los candidatos es el actual primer ministro, Recep Tayyip Erdogan que, tras haber agotado los tres mandatos de Jefe de Gobierno autorizados por los reglamentos de su agrupación política, el Partido para la Justicia y el Desarrollo (AKP), quiere perpetuarse en la política otomana desde la presidencia. Erdogan cuenta con el apoyo de más de la mitad del electorado, pues tiene en su haber importantes logros, como una tasa de crecimiento económico anual del 5 por ciento desde 2002, la promulgación de leyes de libertad religiosa o el inicio de un difícil proceso de paz destinado a acabar con el conflicto kurdo.

Mas el actual Primer Ministro prefiere no hablar del pasado, sino del futuro. Sus prioridades: reformar la Constitución e introducir un sistema presidencialista, velar por la proyección internacional de Turquía, reforzar el sistema democrático, celebrar, en 2023, el centenario de la creación del Estado moderno, con una estructura institucional diferente. Hay quien estima que ello implica el abandono paulatino del kemalismo, por no decir, del laicismo. Tal vez por ello los dirigentes del Partido Republicano Popular (CHP), creado por Atatürk, hayan decidido presentar a su vez un candidato islámico a la presidencia. Una opción estratégica que no ha gustado a las bases del partido, poco propensas a asociar la política con la religión.

El candidato del Partido Republicano es Ekmeleddin İhsanoğlu, ex diplomático y académico, que ostentó durante años el cargo de Secretario General de la Organización de Cooperación Islámica (OCI), el mayor organismo internacional creado por los Estados del mundo árabe-musulmán.

İhsanoğlu, que nació en El Cairo, conoce perfectamente los entresijos de la política y los códigos de conducta de la sociedad árabe. Tiene la ventaja de poder actuar como observador, analista o actor en el universo islámico. Quienes lo conocen no dudan en asimilarlo a un catedrático de Cambridge o de Oxford. Es un hombre demasiado tranquilo, estiman algunos politólogos.

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