Refugiados sirios: placer de compartir
El campo de refugiados de Azraq se abrió el año pasado para acoger a las personas que llegaban desde Siria en busca de refugio
Por Raúl González García
Doce millones de personas han huido de sus casas desde el comienzo de la guerra civil siria. Han huido de sus hogares y dejado todo atrás. Aún en la pobreza se sienten felices por estar vivos. Han aprendido a dejar de lado lo material y a apreciar su felicidad espiritual y la de quienes están a su alrededor.

El campo de refugiados de Azraq se abrió el año pasado para acoger a las personas que llegaban desde Siria en busca de refugio. A pesar de las duras circunstancias del campo, algunos refugiados dedican su tiempo a mejorar la condición de vida de los demás.

Kareem, de 65 años, vive junto a su mujer y sus 14 hijos en un campo de refugiados. Tuvieron que huir de su aldea de Homs en Siria cuando unos hombres llegaron a su casa, le amenazaron y tuvo que entregarles todo lo que tenía.

“Me fui de Siria porque temíamos que iban a volver a matarnos a todos”, explica Kareem. Ya en el campo de refugiados y sin trabajo, la vida se le hacía muy pesada. Él quería colaborar, ser útil para los demás, así que se dedicó a ello.

Kareem no terminó la secundaria, pero se le daba bien la construcción y se ganaba la vida con ello. Trabajaba en una empresa dedicada al sector y ahora, en el campo de refugiados, se dedica a construir juguetes. Construyó un avión de juguete con materiales que encontró por ahí y esto ayuda a hacer más llevadera y alegre la vida de los niños pequeños en el campo. “Los aviones me encantan. Esto me ayuda a aliviar el estrés”.

Como Kareem, Hassna llegó al campo en busca de refugio y ahora intenta ayudar a los demás. Tiene 60 años y llegó desde Deera, al sur de Siria. Con su profundo conocimiento en botánica ayuda a los refugiados con sus remedios naturales creados por medio de las propiedades medicinales de las plantas. Antes dedicaba su vida a vida a dar conferencias científicas por todo el mundo y a cuidar bancos de semillas y viveros de plantas desconocidas, aunque útiles por sus propiedades.

“Me fui de mi casa sin nada, solo cogí 15 libros sobre el estudio de plantas medicinales, y también he traído mis semillas más preciadas”, explica Hassna.
Ofrecen lo que tienen a los demás sin esperar nada a cambio, por el placer de compartir.




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