El salto a la modernidad, como bien sostiene el académico singapurense Kishore Mahbubani, es una de las características que los países asiáticos están experimentando como consecuencia de su crecimiento económico. China ha aprovechado la transición hacia el desarrollo para aprender lo que se debe y no hacer en este arduo y complicado camino.
China ha estudiado de cerca los modelos de desarrollo en Occidente y en otras latitudes, para evitar cometer errores como los acontecidos en la extinta Unión Soviética, donde la liberalización de la economía fue radical y la descentralización del poder condujo a la desintegración y desmoronamiento del que era el segundo país más poderoso del mundo.
China siguió los postulados Occidentales para hacer de su economía una economía de mercado, pero no descentralizó el poder, no se democratizo. Para los líderes chinos, la política y la economía son dos áreas que se entrelazan, pero que responden a contextos distintos. La economía requiere estabilidad para crecer, y la estabilidad, es difícil de alcanzarse en sociedades con significativos déficits civiles, como aquellas que habitan en los países en desarrollo.
Para el beneficio de la economía la centralización del poder es una condición positiva, no así para el desarrollo de las libertades individuales. Sin embargo, estudiar a China tiene el gran reto de dejar de lado nuestra visión cultural (la lente con la que juzgamos a otras realidades) para usar una perspectiva más amplia, que nos permita entender el razonamiento de los ciudadanos chinos.
La priorización de valores en Asia es sumamente distinta a lo que observamos en América Latina (que tiene una gran influencia del pensamiento Occidental). Mientras en Occidente la libertad del individuo es el valor central de la sociedad, en Asia la estabilidad (certeza) es un valor central, por lo que se apoyan instituciones fuertes que garantizan la estabilidad en aquellos países.
Esta centralización del poder se fortalece en sociedades como la china, que defienden el valor patriarcal del Estado, que ha sido un actor central para la población china desde tiempos milenarios.
Durante mi visita a Beijín tuve la oportunidad de conversar con varias personas chinas, desde académicos de la Universidad de Renmin (Universidad de la gente), hasta ciudadanos de a pie, y pude darme cuenta que la percepción sobre su gobierno es diversa: mientras los académicos están conscientes de los excesos de sus líderes, del uso de recursos públicos para obtener beneficios materiales individuales, el ciudadano promedio chino apoya ciegamente las decisiones de sus líderes. No es casualidad que de acuerdo con una encuesta del Centro de Investigación Pew (Pew Research Center), el 85 por ciento de los ciudadanos chinos están de acuerdo con la manera en la que el Partido Comunista Chino dirige el gobierno de aquel país.
Como el académico chino Eric Li sostiene este inmenso apoyo por parte de la ciudadanía es una estadística envidiable para las democracias occidentales, que desde mediados del siglo pasado han observado una caída en los niveles de aprobación de sus ciudadanos, como consecuencia de la falta de transformación de las instituciones democráticas (sobre todo los partidos políticos) y la fragmentaciones de las necesidades de los ciudadanos en las modernas sociedades Occidentales.
Sin embargo, este apoyo popular del que goza el gobierno chino, ha sido estratégicamente construido desde que Mao tomo el poder en 1949. A pesar de que China es un país oficialmente ateo, el uso de símbolos y héroes nacionales es parte de la cultura moderna del país. Si uno visita la plaza Tiananmén, en el corazón de Beijing, puede darse cuenta del poder de los simbolismos como una estrategia de control de masas.
En medio de la plaza se levanta un obelisco en honor a los héroes del pueblo, donde puede leerse una cita de Mao Zedong, “Los héroes del pueblo son inmortales”. Rodean a la plaza la entrada de la mítica ciudad prohibida (la residencia del último emperador chino), el Palacio del Pueblo (la sede del Poder legislativo), el Museo Nacional de Historia, y dentro de la plaza, se encuentra el mausoleo al padre de la China de hoy, Mao Zedong.
Entrar al mausoleo, puede compararse con una peregrinación cristina, la gente camina silenciosa y de forma ordenada en fila. Los visitantes, que son en su mayoría pobladores de las zonas rurales del país, compran flores para entregárselas a su líder. En la entrada al mausoleo hay una gran pintura de Mao, sentado, cruzado de piernas, mostrando autoridad y simpatía, invitando a la gente a verlo. Es sorprendente cómo la gente le hace reverencia. En medio del mausoleo descansa literalmente el cuerpo de Mao, vestido con traje militar, tapado por la bandera de China. Se puede percibir un ambiente de religiosidad que explica como el partido comunista logró sustituir a la religión por el Estado, por la adoración de su más representativo líder, como una estrategia de dominación, control y adoctrinamiento.
Twitter: @Nacho_Amador
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