Se nos han impuesto unos estándares de belleza irreales que muy pocas personas pueden alcanzar
Se llama Lammily. Tiene los pies planos, las caderas anchas y el trasero voluminoso. Está inspirada en una joven de 19 años y como cualquier mujer del mundo real, posee las “imperfecciones” propias y naturales del cuerpo como el acné o la celulitis. Es la nueva muñeca diseñada por Nickolay Lamm. Una alternativa a la clásica Barbie de medidas perfectas pero alejadas de las auténticas proporciones.
Salió al mercado en noviembre y se financió con una campaña de crowdfunding. En tan solo unas semanas se han vendido más de 35 mil unidades a través de internet en países de todo el mundo como México, Brasil, España, Inglaterra, Australia, Canadá o Rusia. Su coste es similar al de Barbie, 20 euros, aunque su diseñador asegura que no pretende competir con la muñeca de Mattel y que solo trata de ofrecer otras opciones.
“Me di cuenta de que muchas de las muñecas parecían modelos. No hay nada malo en su aspecto, pero pensé que era como sí las estanterías llenas de juguetes estuvieran diciendo que parecerse a una supermodelo era mejor que verse como una persona normal” explica su creador.
Y razón no le falta. Vivimos bajo un bombardeo continuo de publicidad protagonizado por chicos y chicas de pasarela con figuras esbeltas que poco tienen que ver con la gente de a pie. Además, todas estas imágenes publicitarias de cuerpos idílicos están tratadas en un 99.9% de las veces con herramientas de edición digital como Photoshop, con la que poder borrar a golpe de clic cualquier rastro que delate a ese individuo perfecto de ser un ser humano corriente.
Se nos han impuesto unos estándares de belleza irreales que muy pocas personas pueden alcanzar. Y aquellos que lo consiguen, lo hacen bajo el sacrificio de sufridas dietas alimenticias, entrenamientos físicos agotadores o en algunos casos, el paso por el quirófano. Una presión constante que da lugar a hábitos y prácticas muchas veces cuestionadas por poner en riesgo tanto la salud física como mental de la persona. Unos estereotipos cada vez más asumidos por la sociedad, sobre todo entre los más jóvenes, que generan enfermedades como la anorexia y la bulimia.
Trastornos alimenticios que afectan cada día a más personas en los países occidentales y que lleva a la OMS a tratar el tema como una de las epidemias del siglo XXI. Mientras, en el otro lado del mundo, miles de personas mueren cada día a causa de la desnutrición.
Esta muñeca refleja las medidas reales que tienen la mayor parte de la población femenina ya que, el cuerpo de una mujer saludable necesita de esas curvas por el mero hecho de ser quienes conciben el milagro de la vida. Además de ajustarse a unos estándares de belleza verídicos y saludables, se puede adquirir por unos dólares más, un paquete de pegatinas con las que hacer a Lammily aún más real: estrías, cicatrices, lunares, pecas, heridas, tatuajes, gafas, manchas y hasta picaduras de mosquito.
“Se parece a mi hermana”, “no es como otras muñecas”, “parece una persona real”, “podría hacer todas las actividades que yo hago”, comentan un grupo de niños y niñas de un colegio de Pittsburg, Pensilvania, donde Lamm quiso probar la reacción de los pequeños ante su muñeca no convencional. Cuando se les pregunta por las profesiones que podría ejercer, responden “profesora”, “piloto”, “informática”, mientras que a Barbie la imaginan como “modelo”, “maquilladora” o “sin ningún trabajo”. Sin duda la nueva muñeca se presenta como un mejor ejemplo a seguir, y eso los niños lo tienen claro.
Lammily surge como reivindicación frente a estos cánones de belleza impuestos por una sociedad en la que predomina el culto a la imagen y al cómo nos ven los demás. Una sociedad que trata de etiquetarnos por una apariencia cuando lo que realmente nos define son nuestras acciones. Esta es la idea principal que debemos enseñar a las próximas generaciones si queremos que en el futuro se valoren a otros seres humanos por cualidades como la bondad o la generosidad y no por el grosor de su cintura.