En la Conferencia Monetaria y Financiera de las Naciones Unidas, celebrada en el Hotel Mount Washington, Bretton Wood, en julio de 1944, se definieron las reglas para el comercio y las finanzas entre los países del mundo, se creó el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI), se instauró el dólar como moneda de intercambio internacional, se adoptó el patrón oro-divisas, en el que solo los Estados Unidos tiene respaldo, obligándose a mantener su valor en US$35 la onza, y otorga la facultad de intercambiar dólares por oro a ese precio sin restricción alguna.
Los demás países debían fijar el precio de sus monedas en relación con el dólar. Con tal convenio, Estados Unidos conquista el mercado mundial para sus exportaciones y el libre acceso a las materias primas más importantes del planeta.
La Guerra de Vietnam provoca el quiebre del sistema, pues para financiarla emiten más dólares de lo debido, al extremo de que actualmente ni siquiera el Sistema de Reserva Federal de los Estados Unidos (FED, por sus siglas en inglés) conoce cuántos dólares circulan por el mundo.
En 1966, el general Charles de Gaulle, presidente de Francia, exige oro por sus reservas de dólares, originando una crisis financiera mundial, pues al exigir todos los tenedores de dólares lo mismo, no habría oro que respondiese dicha demanda; baste indicar que ocho billones de dólares es la totalidad del valor del oro extraído hasta nuestros días en el planeta.
La situación se complica tanto que en agosto de 1971, el presidente Richard Nixon suprime la convertibilidad del dólar en oro; desde entonces, cada vez que el presupuesto de los Estados Unidos tiene déficit, la FED emite dólares, que presta a su gobierno, quien a su vez le paga con bonos que la FED coloca casi obligatoriamente en la banca mundial.
Casi todos los dólares que circulan por el planeta son virtuales y carecen de respaldo alguno; es solo una masa monetaria creada de la nada, que circula globalmente mientras dure su único sostén, la fe en la buena fe del sistema. Pero como todo plazo se cumple, esta pirámide sistémica está condenada a derrumbarse.
Solo el Gobierno de los Estados Unidos adeuda alrededor de diecisiete billones de dólares. ¿Cómo honrará esta deuda?: ¡endeudándose más! Pero como no tiene dinero con que pagar, imprime dólares y paga.
Es impredecible qué pasará cuando Estados Unidos no pueda subir el techo de su deuda; hasta ahora lo ha logrado, pero el efecto se sabrá cuando no lo logre. Thomas Jefferson, prócer de Estados Unidos, decía: “Yo pienso que la institución bancaria es más peligrosa que un ejército”.
De otra manera es inexplicable, ¿para qué el mundo necesita de dólares sin fondo? ¡Para funcionar mal! Pero de todas formas aun así funciona, porque desde que Nixon perpetrara la mayor estafa de la historia, eliminando el respaldo oro de los dólares emitidos, estos se convirtieron en papeles.
Con estas obligaciones sin respaldo, que la FED comercia en un sistema ya cansado de comprarlas, Estados Unidos adquiere bienes a modo de diezmo, o sea, obtiene productos reales y entrega dinero fabricado como utilería.
Lo increíble es que hasta ahora no se encuentra divisa alguna que reemplace al dólar ni gobierno que se encargue del asunto; además, los bonos del Tesoro de los Estados Unidos son apetecidos en el mercado financiero por ser una forma aparentemente segura de ahorrar.
El presidente Thomas Woodrow Wilson, al comprender el craso error incurrido al firmar el decreto de creación de la FED, comentó: “A nuestro país lo controla el sistema crediticio, y nuestro sistema crediticio se concentra en manos privadas… este tipo de actividad destruye la libertad económica. Ya no somos más un gobierno que cumple la voluntad del pueblo sino el gobierno bajo el control de un puñado de gente”.
*Diplomático, jurista y politólogo.