Trato de hacer memoria; tratemos de hacer memoria: en diciembre de 1999, cuando el Partido Liberal austriaco (FPÖ), liderado por el ultraderechista Jörg Haider, se alzó con la victoria en las elecciones generales que acabaron con el binomio socialdemócrata – democristiano que había gobernado el país desde finales de 1945, los líderes europeos no dudaron en llamar la atención sobre el peligro populista.
¿Populista? Pero, ¿cuál era el ideario de Haider? El gobernador de Corintia presumía de ser el primer político europeo que se opuso abiertamente a la inmigración, a la integración de las minorías étnicas y al bilingüismo en la enseñanza primaria en las regiones fronterizas. Hijo de un matrimonio de militantes nazis, Haider sorprendió a sus compatriotas al cantar las loas de las SS hitlerianas, calificándolas de parte del ejército alemán a quienes debían rendirse honores. Aun así, el establishment político comunitario tildó su opción ideológica de… populista.
Hace apenas unas semanas, cuando el partido de izquierdas Syriza ganó las elecciones generales griegas, borrando del mapa político al legendario Pasok, bastión de la vieja y esclerótica socialdemocracia helena, la agrupación de Alexis Tsipras recibió a su vez el calificativo de… populista.
¿Populista? Pero, ¿qué preconiza la plana mayor de Syriza? El final del rescate financiero de Grecia, el aumento del salario mínimo, la reducción del paro, la lucha contra la corrupción y la evasión fiscal, la gratuidad de los servicios básicos para las capas más desfavorecidas de la población. No hay que extrañarse, pues, al comprobar que la prensa ultraconservadora del Viejo Continente tache a los dirigentes de Syriza de… comunistas. Sin embargo, los partidos políticos tradicionales llaman la atención, una vez más, sobre el peligro populista.
En España, el vocablo populista se emplea para designar a Podemos, conglomerado de corrientes que congrega a los indignados del 11 M, los antisistema y los votantes desengañados del PSOE o de Izquierda Unida. A los cabecillas de Podemos se les tacha de chavistas, cuando no de castristas. Sin embargo, a la hora de rebatir los argumentos electorales o, mejor dicho, electoralistas de Podemos, los dos grandes partidos políticos – PSOE y PP – prefieren emplear la palabra populismo.
En la vecina Francia, el populismo cambia de color. La amenaza procede del Frente Nacional de Marine Le Pen, agrupación racista y xenófoba, según la clase política gala, que tiembla ante la posible llegada al poder de una derecha ultraconservadora, propensa a renunciar a las dichas del supranacionalismo promovido por los eurócratas de Bruselas.
Pero, ¿qué es el populismo? El filósofo español Gustavo Bueno estima que “desde el punto de vista de la democracia («correcta») vendría a significar algo equivalente a demagogia…”.
Demagogia, pues. ¿A qué se debe su auge? ¿Se impondrán los variopintos populismos? Hay quién cree que este fenómeno deriva de la miopía de la clase política tradicional, incapaz de asimilar los profundos e inquietantes cambios sociales de las últimas décadas. El vocablo populismo sirve, pues, de tapadera: qué no se vuelvan a pronunciar las palabras fascismo o comunismo. Qué no se aluda a los vestigios del pasado.
Otro fantasma recorre Europa. Es el fantasma de la guerra fría. Pero ¡cuidado! los demonios vuelven a resucitar. Basta con leer los titulares de los grades rotativos europeos para descubrir que la nueva estrategia de seguridad de los Estados Unidos permite impedir la agresión rusa o que la OTAN refuerza su despliegue en el Báltico ante la amenaza de Moscú.
¿Amenaza? ¿Agresión? En 1975, cuando los países del Viejo Continente firmaron, junto con Norteamérica y Canadá, el Acuerdo sobre Seguridad de Cooperación en Europa, la frontera entre los dos grandes bloques rivales – la Alianza Atlántica y el Pacto de Varsovia – coincidía con la Línea Óder–Neisse, situada en los confines de Alemania con Polonia. Hoy en día, los cazas, los tanques y las fragatas de la OTAN se encuentran en el Báltico, el Mar Negro, en Polonia, en la frontera con la Federación rusa.
Y por si fuera poco, el actual inquilino de la Casa Blanca advierte al Kremlin: “…no podemos permitir que las fronteras de Europa se redibujen a punta de pistola”. Alusión, sin duda, a la codiciada Ucrania. Hay que hacerse a la idea de que la próxima guerra podría venir de la mano de un Nobel de la Paz.
Lo cierto es que nos hallamos al final de trayecto. El Viejo Continente cambia de rumbo. Hay nuevos referentes, nuevos parámetros. La vieja, amable e ilustrada Europa se está encaminando hacia… ¿el caos?
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