Víctor Corcoba Herrero/ Escritor.
FotoEs cierto que el mundo no fue hecho en el tiempo, sino con el tiempo y, con ello, para diversas épocas; pero las alarmas actuales son tan acusadas, que tampoco conviene perder estación en ese hacer otro mundo más de todos y, por ende, más habitable. No podemos seguir engañándonos unos a otros. El hombre razonable piensa en esto e intenta buscar respiros para toda la humanidad. No se trata de que vivan únicamente los seres privilegiados, las prioridades han de ser precisamente todo lo contrario. Europa hoy tiene una clara obligación de auxiliar a quienes buscan protección. Mirar para otro lado representa una amenaza a las bases del sistema humanitario que los europeos lucharon por construir para toda la ciudadanía. Naturalmente, cada Estado tiene la responsabilidad de proteger el bienestar de su población y ésta incluye la soberanía fiscal, que no debe ser subordinada a actores externos, pero la solidaridad es un abecedario perfecto que ha de tomar vida en todo gobierno que se preste de europeísta. No se trata de ser caritativos, que sería humillante, sino de ser personas solidarias, lo que implica respeto por la ciudadanía y fraternización, términos clave en la esperanzada Europa de los pueblos.
Hagamos meditación histórica. En el proyecto de los artífices de esta vieja Europa, que sin duda ahora hemos de reconstruirla entre todos cada día, siempre estuvo ese espíritu de concordia, de servicio mutuo, de ayuda incondicional en favor de la libertad y la dignidad humana, sin otra frontera que la unión por principio. Eran conscientes de que las contiendas se alientan desde la indiferencia y de que las guerras se alimentan de las divisiones de unos y otros por los intentos de apropiarse de espacios y poderes, que nos llevan al retroceso humano. Por eso, cuesta entender que, bajo estas bases de solidaridad democrática, el continente europeísta no apueste por más unidad y más apertura, ante los desafíos de un mundo globalizado. Me parece fundamental, pues, que la responsabilidad ciudadana madure y pueda colaborar, mediante referéndum o cualquier otro tipo de acciones participativas, lejos de una cultura de conflicto. Esta estética ciudadana, que busca la armonía democrática en sus relaciones, respetando la justicia siempre, es la que hay que propiciar desde las instituciones. Por desgracia, cuánto dolor y cuánto sufrimiento se produce todavía en este Continente, que anhela la paz, pero que retorna a las tentaciones de la apatía, la desgana, y el desprecio de otro tiempo.
En todo caso, la Europa de las diversas velocidades, no es la Europa que han querido construir sus fundadores. A mi juicio, ante este cúmulo de desajustes y desconciertos, el continente ha de reaccionar con otro espíritu más valiente, para hacer frente con la vitalidad y la energía del pasado, a los muchos problemas actuales. Unidos, nada se nos puede resistir. El mundo de los emprendedores siempre ha partido de este viejo Continente, el que ahora parece estar cansado y, lo que es aún peor, sin nervio; para poder reiniciar una apuesta contundente, en vista a que la ciudadanía pueda ser auténticamente solidaria y libre. Ya está bien de herirnos, de derrotarnos como ciudadanos, de sentirnos asediados por el pesimismo, es hora de hacer frente a las muchas oportunidades que se nos presentan, a través de una Europa mucho más dialogante, que escucha a los más vulnerables, y que sabe tender puentes de entendimiento. El compromiso, evidentemente, ha de ser común, comenzando por la acogida de los emigrantes, y apelando a la solidaridad con países que lo estén pasando mal, acogiendo con beneplácito cualquier decisión democrática que se tome.
Hoy Grecia lo está pasando mal, debido en gran parte al colapso financiero de 2007-08, del cual no fue responsable la nación helena, mañana puede ser otra nación; de ahí, la necesidad de reflexionar sobre la solidaridad, ya no como simple asistencia con respecto a lo más necesitados, sino como conciencia global de algo que no funciona, y como tal hay que buscar caminos, entre todos, para corregir o reformar lo que ha dejado de ser efectivo. No se trata de dar limosnas sociales, la ciudadanía pide dignidad, como es propio de un estado social, democrático y de Derecho. Por consiguiente, Europa debe volver a sus raíces de unidad y de ciudadanía, con una visión mucho más ética de las instituciones, de sus actividades y de las propias relaciones humanas, sin temor a nada, sabiendo que el valor del ser humano es lo verdaderamente prioritario. No obviemos, en consecuencia, que la ciudadanía de la Unión se crea, precisamente, para reforzar y potenciar esa identidad europeísta (solidaria), haciendo que los ciudadanos (solidariamente) participen más estrechamente en el proceso de la integración comunitaria.
corcoba@telefonica.net
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