Desde el Jardín de niños se nota el rencor de la mujer hacia el hombre. Cuando se avecina el Día de las Madres, las clases se suspenden para iniciar ensayos que duran semanas redondas y desembocan en festivales, bailables y recitales de poesía en honor a las mamás. Todo lo contrario en la víspera del Día del Padre, cuando, si acaso, en la clase de manualidades se le dedica media hora a pintar ceniceros de cerámica con la escueta leyenda “Felicidades papá”.
El odio de mamá hacia papá era, como en la inmensa mayoría de los casos, completamente fundamentado. Papá rara vez estaba en casa, y cuando lo hacía, llegaba a altas horas de la noche, tumefacto en alcohol, con los ojos inyectados de sangre, buscando encender una chispa que desatara un incendio donde mamá era quien pagaba los platos rotos recibiendo un aluvión de mentadas de madre.
¿Le guardo rencor a papá por esto? Naturalmente. Pero también me hizo comprender que los seres humanos, a diferencia de los personajes de las telenovelas que veía con tanto fervor en compañía de mamá, estamos llenos de claroscuros. Así como papá podía llegar a ser un monstruo, de igual manera lograba alcanzar picos insospechados de grandeza.
El mismo caso mamá. Con certeza, ella es la madre más amorosa y dedicada del universo, sin embargo, logra infligirme una inseguridad que hasta la fecha combato a diario.
-Eres mi inutilito -me dice con ojos desbordados de dulzura cada que puede.
¿Le guardo rencor por este comportamiento inconsciente? Desde luego, quisiera machacarla a golpes. Pero entonces pienso en su acérrimo enemigo. A quien le deseé tantas veces la muerte hasta que un día se terminó por morir, justo en la etapa en que empezamos a ser buenos amigos.
Toda mi vida crecí creyendo ser incapaz de hacer nada porque mamá me educó bajo la premisa de que era un completo inútil, y fue él, el monstruo, quien me enseñó que el mundo no colapsaría por intentar hacer lo que uno quiere hacer en la vida. A remar contracorriente. A hacer oídos sordos de la gente temerosa que siempre te dirá que no se puede. Y cuando no se puede, saber en carne propia que no se pudo.
¿Extraño a papá el Día del Padre? La verdad es que no. Crecí dándole ceniceros, y ni siquiera fumaba.
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