Antes fue Grecia y ahora España, ambos países parecen haber iniciando el camino del cambio en Europa. El cambio, sí. Pero, como advierte el poeta Marcos Ana, los cambios, si lo son, son lentos. Nunca es una carrera de velocidad sino una maratón. El cambio irreemplazable en los países de Europa será lento, aparte de difícil, costoso. Pero imprescindible y, por tanto, imparable. El cambio para sustituir esta Unión Europea al descarado servicio del poder financiero, de las grandes empresas y corporaciones por otra que defienda los intereses de la gente común.
En España esa necesidad de cambio se muestra en las elecciones municipales y regionales. Han vencido las coaliciones y plataformas de unidad popular en las grandes ciudades (Madrid, Barcelona, Zaragoza, Sevilla, Valencia, A Coruña, Alicante, Santiago…) y en casi todas las regiones, echando al Partido Popular a la oposición, al fiel ejecutor de las nefastas políticas de austeridad y recortes sociales que imponen la Comisión Europea y el BCE.
La victoria de estas elecciones es parte del proceso iniciado hace cuatro años con el movimiento 15M. Una fuerte sacudida de indignación que despertó la conciencia colectiva del país y abrió la visión de otra forma de política como vía para hacer y cambiar las cosas. Política como medio para defender los derechos e intereses de la mayoría social, que a todos atañe y ha de protagonizar el pueblo trabajador, no el mangoneo de una clase política profesional cargada de privilegios. Por eso estas elecciones han sido más que nunca enfrentamiento de izquierda y derecha. Lucha por el cambio, la democracia participativa, los derechos y la satisfacción de las necesidades de la gente. Contra lo viejo, lo egoísta, lo corrupto, la desigualdad y la pobreza que encarna la derecha.
Ha vencido la unidad popular y, contra la sandez de los dirigentes del PP de pretender ser el partido más votado, la realidad incontestable demuestra que no han conseguido mayorías para gobernar. Asimismo estas elecciones no eran cuestión de las siglas de siempre sino de alternativas, de opciones concretas y de voluntades políticas. Luego, ante lo innegable de los resultados, a la derecha le ha faltado tiempo para rasgarse la vestiduras, agitando el espantajo de la ingobernabilidad y de la inestabilidad por la que llaman fragmentación política de quienes han vencido. No comprenden que lo que denominan fragmentación es la expresión de la pluralidad y la libertad del pueblo trabajador. Sin olvidar que quienes esgrimen el fantasma de la ingobernabilidad suelen tener una evidente vocación autoritaria y las candidaturas de unidad popular están precisamente contra el autoritarismo, contra la violación de derechos de la gente común, contra los recortes en la atención de necesidades básicas.
Hay una conciencia general de que esta historia no acaba con la constitución de los nuevos gobiernos municipales y regionales. La nueva forma de hacer política exige continuar la movilización. Tanto para exigir a los gobiernos regionales y municipales de izquierda que cumplan sus programas electorales como para apoyarlos. Y así estas elecciones sean el principio del fin de la derecha neofranquista que saquea y arruina el país hace décadas. Pero no cabe dormirse en los laureles, porque ahora empieza el trabajo difícil: avanzar por un camino de asechanzas, obstáculos, obstrucciones y dificultades. La derecha mentirá más que nunca, pondrá trampas y lanzará todo tipo de ataques para que los gobiernos de unidad popular fracasen, pero antes emponzoñarán incluso el aire para impedir la formación de los gobiernos de progreso. Y, ante las amenazas, el pueblo trabajador ha de organizarse aún más, si cabe, más allá de las siglas (que no han de desaparecer por otra parte), en estructuras abiertas de poder popular, fuertes y sólidas.
Es imperativo. Y, si alguien trunca las esperanzas de gobiernos de unidad popular por egos o cálculos de interés personal o de grupito, que sepa que el pueblo trabajador no lo perdonará.
El cambio empieza en Grecia, en España, quizás continúe en Portugal, Italia… para extender la decencia y la vida digna para la gente común, para la mayoría ciudadana. Y para enterrar esta Unión Europea plutócrata y austericida que ha construido una Europa en beneficio del poder financiero y contra los europeos.
NOTA DEL EDITOR: El diario La Jornada insta a los lectores a dejar sus comentarios al respecto del tema que se aborda en esta página, siempre guardando un margen de respeto a los demás. También promovemos reportar las notas que no sigan las normas de conducta establecidas. Donde está el comentario, clic en Flag si siente que se le irrespetó y nuestro equipo hará todo lo necesario para corregirlo.