Víctor Corcoba Herrero/ Escritor.
FotoHemos convertido el planeta en una selva de lobos. Se degüellan vidas humanas por doquier rincón. Se queman vivos a seres inocentes, desvalidos. Se arrojan a las tinieblas de la indiferencia a ciudadanos como si fueran un objeto. Se asesina por tener un determinado culto. Algunos mares se han convertido en auténticos cementerios. Nos hemos deshumanizado hasta el extremo de practicar la liturgia de la pasividad. Nada nos conmueve. Ciertamente, deberíamos poner empeño en avivar los diálogos, y en establecer negociaciones, aunque sólo sea para sobrevivir como especie. Ahí está el drama de los flujos migratorios activando tensiones por todo el orbe.
El ser humano tendrá que mostrar otro talante más solidario y, los líderes políticos, deberán redoblar los esfuerzos para asistir a esta abandonada ciudadanía. Sabemos que la cuestión no es fácil, máxime cuando en esta sociedad en lugar de propiciar la cultura de la acogida, se ha activado la cultura de la exclusión. Por eso, más que fijar cuotas debemos favorecer la cooperación entre países, con criterios homogéneos e integradores entre naciones, con gestiones unitarias en las fronteras, sobre todo de mano tendida y de apertura. No olvidemos que muchos huyen a países vecinos por la violencia que estalló en su propio país. En consecuencia, también es vital permitir que la gente se mueva con libertad, manteniendo abierto cualquier linde que nos humanice.
Hoy, quizás más que nunca, es el momento para fomentar la solidaridad. Necesitamos acoger y albergar a esos ciudadanos que van de acá para allá. No podemos ser lobos de nuestros semejantes. Este estado salvaje es inconcebible. Además, súmele, la progresiva delincuencia planetaria que viene poniendo en riesgo permanente cualquier sistema armónico, aparte de obstaculizar el desarrollo y de violar los derechos humanos. Ha llegado, pues, el tiempo de la acción fraterna. No podemos permitir que la mala hierba perniciosa, como decía hace unos días el Secretario General de Naciones Unidas, nos ahogue y, sobre todo, deje sin aliento a los más vulnerables. No se libra ningún rincón del planeta del virus de las batallas. El crimen más horrendo está devastando personas, comunidades y naciones.
La esperada adopción en septiembre de la nueva agenda de desarrollo sostenible 2015, nos alienta un poco a la esperanza, puesto que debe ser crucial para la seguridad, el desarrollo y los derechos humanos, los tres pilares de las Naciones Unidas. Desde luego, con urgencia, tenemos que poner fin a este mundo de chacales que aprisiona la dignidad humana hasta límites inconcebibles. Resultan verdaderamente dolorosos los trágicos acontecimientos que buena parte de los seres humanos soportan, obligando a la comunidad internacional a actuaciones contundentes. Mirar para otro lado ante tantos horrores nos hace más bestias.
A mi juicio, sin contemplaciones tenemos que hacer todo lo posible y, hasta lo imposible, por detener y prevenir estos atropellos sistemáticos contra vidas humanas, minorías étnicas y religiosas, culturas y razas. En este sentido, es necesario plantar cara a esa lógica del poder que todo lo disgrega, produciendo privilegios para algunos e injusticas para otros. Hay que fraternizar. Somos únicos, universales e indivisibles. Indudablemente, el ser humano no puede actuar contra sí mismo, no somos islas, somos comunidad. Y en la comunidad hay que asociarse desde el respeto y la tolerancia. La ayuda, por parte del Papa Francisco, de acercamiento de Cuba y Estados Unidos, sin duda constituye un blindaje moral y político de primer nivel. Esta es la línea a seguir. Hay que desatar todos los nudos. Esta es una buena noticia. Extiéndase el ejemplo.
Sin embargo, el mundo, lejos de hermanarse, se activan todo tipo de artilugios, inclusive las armas químicas. Algunos países parecen concentrar todos sus esfuerzos en sus capacidades para la guerra informática, en paralelo al desarrollo de sus programas nucleares y de misiles. Algo que hemos de parar con el coraje que precise. Menos actos de guerra y más actos de concordia. Evidentemente, no podemos soportar más amenazas sabiendo que los artefactos de la muerte, lejos de desaparecer, están más presentes que nunca. Deberíamos poner orden en esto y no actuar con blanduras. La tarea educativa es la gran asignatura pendiente. Hemos de reforzarla, si en verdad queremos llevar a los moradores de este planeta a una verdadera comunión, no de intereses, sino de vidas compartidas, haciendo que se sientan una sola familia, en la que la mayor atención se ponga en los más débiles.
Pienso, por consiguiente, que debemos reforzar la convicción de que la familia ha de ser el lugar idóneo para avanzar, pues a través de ella el ser humano, aparte de sentirse querido, se abre a la propia existencia, y a esa exigencia natural de relacionarse y de convivir. Quizás, deberíamos excavar mucho más en esa conciencia social para adentrarnos en la raíz del mal. Hemos cerrado los ojos a tantas controversias, que además aún no han pasado, que ahora debemos de concentrar todas nuestras fuerzas en restablecer las relaciones ciudadanas que median entre el derecho natural y el amor hacia nuestro mismo linaje. No existe otro remedio que el retorno de la humanidad a su propio auxilio. Todos necesitamos de todos. Nuestra específica historia nos pone al descubierto tanto los errores cometidos como aquellos proyectos conducentes a mejorar la empresa universal del bien colectivo, donde en absoluto cabe un estado irracional opresor e inhumano.
En el campo, pues, de este nuevo orden mundial, fundado sobre los principios humanos y morales, no cabe contemplación alguna, sobre todo para aquellos que lesionan dignidades y libertades humanas. Para empezar, debemos limitar los desequilibrios y las desigualdades. Los cimientos de la razón y de la justicia no pueden tambalear. Hoy seguimos sometiendo, bajo una falsa libertad, la voluntad humana al poder público. Uno no tiene que someterse a nadie, y en todo caso, únicamente a la ciudadanía con el respeto necesario y preciso. Por ello, no podemos olvidar el sustento moral frente a los diversos puntos de vista. Cuidado con los que dicen servir a la ciudadanía en este mundo de lobos que ellos mismos han generado, sometiendo el propio Estado de derecho a su antojo, para repartirse la presa del bien común. Borran de la memoria que este trofeo es de la colectividad y de nadie en particular.
Nadie me negará que, en el mundo actual, prolifera demasiado partidismo, demasiado poder sin escrúpulos, demasiado fanático atrapado por el egoísmo, demasiado pastel para unos pocos mientras otros ni pueden acercarse. Levantan muros, crean fronteras, se sienten dueños y señores en esta selva donde nadie se sensibiliza por nadie, salvo cuando obtiene beneficios para sí y los suyos. Al fin y al cabo, el egoísta sólo se ama a él, y no admite contrincantes. Le importa nada los que sufren. Salgamos de la contradicción y hagamos familia desprendiéndonos hasta de nosotros mismos. Esta es la auténtica patria humanitaria. Lo demás es abecedario estúpido, puesto que los gobernantes anteponen su éxito personal (de caudales) a su responsabilidad social (de reparto y transparencia). Sálvese el que pueda.
corcoba@telefonica.net
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