La crisis de credibilidad y confianza en las instituciones públicas es una tendencia que sufren la mayoría de países del mundo, ya que cada vez es más difícil para los gobiernos satisfacer las demandas de los ciudadanos.
Esta crisis impacta también a las instituciones democráticas como los partidos políticos, los cuales encuentran diversas complicaciones para conectarse con los ciudadanos, quienes no logran identificar sus múltiples demandas e intereses en la oferta que los institutos políticos les presentan.
Una pregunta válida en este tenor podría ser: ¿dónde surge la desconfianza y la incredulidad de los ciudadanos, en la democracia o en el gobierno?
De acuerdo con el catedrático australiano IanMarsh, el origen del descontento está en la incapacidad de las instituciones políticas para evolucionar a la misma velocidad a la que lo hace la sociedad. En este tenor, el declive de la democracia puede ser consecuencia del exponencial incremento de las demandas sociales, las cuales se han fragmentado debido al crecimiento demográfico y a los avances tecnológicos. Esto es, las instituciones políticas son incapaces de aglomerar todos los intereses debido a su volumen y diversidad.
Con ello no pretendo decir que, por ser una tendencia global, los partidos políticos están absueltos de responsabilidad, en este problema que amenaza a la democracia, simplemente presento el contexto. Los partidos políticos han contribuido a que el déficit de confianza y credibilidad aumente exponencialmente, como consecuencia de los casos de corrupción, nepotismo e impunidad en los que se han visto envueltos.
El académico inglés Michael Barber, quien fuera asesor del ex Primer Ministro de Reino Unido Tony Blair, sustenta una posición distinta.
Barber sostiene que la incredulidad y la desconfianza son consecuencias de la ineficacia de los gobiernos para cumplir las expectativas de los ciudadanos, la cual contamina a las instituciones democráticas. Por ello,para construir confianza es necesario mejorar los resultados de las políticas públicas.
Los ciudadanos demandan mejores gobiernos. Esto es, gobiernos más eficientes y eficaces en la provisión de servicios públicos, más transparentes y responsables, más innovadores en la resolución de las demandas sociales. En respuesta, los políticos prometen mejores gobiernos. Sin embargo, si pensamos detenidamente en esta postura encontraremos un desajuste en nuestra ecuación.
Las habilidades que llevan a los políticos al poder, no corresponden a las habilidades necesarias para mejorar al gobierno, y por consecuencia para obtener mejores servicios públicos. La persuasión, la operación política, la negociación yel carisma, de poco sirven para construir mejores gobiernos, para ello se requieren decisiones estratégicas, que mejoren la eficiencia de los recursos humanos y materiales en las organizaciones gubernamentales.
Le pregunto a usted estimado lector, qué político le ha prometido una mejora organizacional del aparato gubernamental, usando los paradigmas de la administración pública que han generado los mejores resultados en otras latitudes, quién le ha prometido modernizar el aparato burocrático, para realmente servirle mejor.
Solamente pueden lograrse mejores servicios públicos, mediante mejores organizaciones. Buenas intenciones las tenemos todos, pero un automóvil no funciona sin motor.
Por lo pronto, lo que nos queda a muchos ciudadanos es la esperanza de que la curva de aprendizaje del político triunfante sea corta, para que se convierta en buen administrador público en lo que dure su periodo. Nos queda revisar planes y programas de gobierno, que generalmente tienen una gran calidad (narrativa y de contenido), pero que carecen de la parte medular de una política pública, el famoso CÓMO, mejor conocido como la implementación, que concentra de acuerdo a diversos académicosel 90% de los recursos y energías de una política pública.
Si tanto los políticos como los electores estamos conscientes de este desajuste, participamos ambos en el juego del autoengaño. Donde unos prometen llevarnos a un destino, y otros aceptamos sin mirar las condiciones del barco.
Sin embargo, no todo está perdido. Cuando se habla de gobierno y políticas públicas, la mejor fórmula está en el ensayo y error. El desafío es atrevernos a ensayar, tomando en cuenta la mayor cantidad de variables para ampliar las posibilidades de éxito. El reto, es convencer a los políticos y a los ciudadanos que los mejores gobiernos no se construyen solos, que las promesas de poco sirven, si no se ha evaluado el estado del instrumento que las hará posible. Al final de cuentas, siempre los tiempos de crisis brindan útiles argumentos para los grandes cambios.
Twitter: @Nacho_Amador
NOTA DEL EDITOR: El diario La Jornada insta a los lectores a dejar sus comentarios al respecto del tema que se aborda en esta página, siempre guardando un margen de respeto a los demás. También promovemos reportar las notas que no sigan las normas de conducta establecidas. Donde está el comentario, clic en Flag si siente que se le irrespetó y nuestro equipo hará todo lo necesario para corregirlo.