Víctor Corcoba Herrero/ Escritor.
FotoCada día estoy más convencido de que tenemos que caminar por la senda de la generosidad, con el timbre comprensivo de unas manos dispuestas a socorrer, para darnos aliento mutuamente, sin otra compensación que cimentar lo armónico como abecedario fraterno. No tengamos pereza por avivar el sosiego en un planeta, que es casa común de todos y de nadie, y por dar valor a toda vida humana, frente al menosprecio de algunos extremistas radicales, que no entienden nada más que de violencia y atropellos. Los pacifistas siempre tenemos una oportunidad para reafirmar nuestro compromiso de concordia. Universalizar los derechos humanos y las libertades fundamentales ha de ser nuestro mayor desvelo. Noviembre, si cabe, aún es más propicio para poder llevar a buen término nuestra inquietud; no en vano, celebramos el día dieciséis el emblemático espíritu condescendiente, el de la tolerancia con nuestro prójimo, siempre próximo a nosotros.
Los perezosos únicamente hablan de lo que piensan hacer, de lo que harán, y al fin, dejan todo sin hacer. Hay cuestiones que no pueden esperar. Que nos llaman tanto a la reacción como a la acción. Para desgracia de todos, cada día son más los espacios del planeta que precisan ayuda humanitaria ante esta volcánica atmósfera de conflictos que nos invaden por todo el mundo. Llegar a tiempo es salvar vidas humanas. ¿Habrá cuestión más importante que protegerles?. Ciertamente, tenemos que combatir activamente el miedo, el odio y el extremismo con el diálogo, la comprensión y el respeto mutuo. Ya lo sabemos, pero tampoco podemos, ni debemos, quedarnos con los brazos cruzados ante estas riadas de venganza. Es verdad que el mundo precisa reconciliarse más allá de las culturas, de las buenas intenciones, pero para que la convivencia sea posible no vale con el silencio de las armas, es preciso trabajar a destajo para que todo ser pensante tenga sus necesidades básicas cubiertas; quizás tengamos que cultivar más la justicia, y no quedarnos tranquilos con la mera disposición del silencio, o de donar las migajas que a nosotros nos sobran.
Vuelvo a insistir, no tengamos pereza por cortar las alas egoístas de los ilimitados poderes, que buscan el bienestar para sí y los suyos, que marginan a los más débiles, que excluyen sin miramiento alguno. El clima es tan fraudulento que nada es lo que parece. Todo está corrupto. Nada es justo. De ahí la necesidad de ponerse manos a la obra, a trabajar codo con codo, en favor de un corazón humano más verdadero. Al fin y al cabo, somos la historia que cultivemos en la inmensidad de un planeta. El día que aprendamos a ejercer nuestros pasos como ciudadanos del mundo, encontraremos comprensión y respeto por todo y hacia todos. Hoy, las miserias humanas, aparte de enfrentarnos, nos hacen levantar muros en un orbe en el que todo está interconectado. Nuestra propia especie se ha degradado tanto que realmente cuesta encontrar el camino de la esperanza. Es tan fuerte el caos, la contaminación, el desorden, que hay una melancólica insatisfacción que nos deja sin palabras, y lo que es peor, sin nervio para hacer frente a los problemas.
En cualquier caso, la pereza no puede dominarnos, cuando hay tanto por hacer en cada uno de nosotros, sobre todo a la hora de luchar contra esta ciega discriminación, que causa tantos enfrentamientos, destrucción y muerte. Naturalmente, todos estamos llamados, en mayor o menor responsabilidad, a actuar desde una mirada clemente, acorde con el espíritu de hermanamiento de nuestra propia raíz humana. Cuando se pierde esta sensibilidad de acoger todos a todo, también se derrochan energías de salvación comunitaria, y por ende, la falta de reconocimiento del otro. Deberíamos, pues, corregir nuestra propia vida primero y, después, activar mucho más nuestros gestos solidarios con el ojo penetrante de la escucha. No olvidemos que las dificultades son retoños de la pereza.
corcoba@telefonica.net
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