Víctor Corcoba Herrero/ Escritor.
FotoTenemos que despojarnos de guerras y sufrimientos. Es cierto. La realidad es horrible, sí quieren espantosa, pero tampoco podemos dejarnos atrapar por la tristeza y, aún peor, permanecer abatidos por el desconsuelo. Seamos personas de esperanza, de saber mirar y ver, pero jamás debemos asustarnos por nada, ni por nadie. Al fin, todo tiene su momento, su revisión, nada es perenne, pues aunque la situación actual sea grotesca, con un color antiestético que nos reviente la mirada, debemos soportarlo con paciencia, pero también con valentía. Hay muchos, muchos pueblos, ciudades y ciudadanos, mucha gente, que sufre; muchas guerras, mucho odio, mucha envidia, mucha mundanidad anímica y mucha corrupción; pero todo esto caerá más pronto que tarde, o más tarde que pronto, y nos servirá para recapacitar, con la cabeza siempre en alto, sobre lo vivido y lo que nos queda por vivir. Precisamente, es desde esta dimensión de la memoria, como construimos el presente y nos renovamos, mirando hacia adelante, pues lo peor que nos puede pasar, es quedarnos anclados en nuestra propia historia, sin hacer nada por nosotros, ni por nuestros análogos, o por el orbe mismo.
Somos personas de acción y reacción, de andares y sendas, siempre en búsqueda y auxilio. Nos necesitamos unos a otros. Un equipo de socorro traslada en su coche a un niño al hospital. Una familia, en la que ninguno de sus miembros trabaja, puede comer caliente gracias a la solidaridad de la gente de su barrio. Una mujer maltratada por su compañero ha quedado a salvo, refugiándose en el piso de una vecina. Son acontecimientos tremendos que se repiten por todo el mundo. Nadie estamos totalmente a salvo. Viendo estas situaciones se me ocurre pensar en tantísimos voluntarios que ofrecen su tiempo, su formación y sus recursos en las personas que más lo necesitan. Cuando bebas agua, dice un proverbio chino, que recordemos la fuente. El agradecimiento nunca está demás. Justamente por ello, el Día Internacional de los Voluntarios (cinco de diciembre) nos brinda la oportunidad de mostrar nuestra gratitud a las numerosas personas de bien que actúan con esa generosidad, y de animar a otros a que sigan su modelo. Estoy convencido que este impulso humano, lo que hace es humanizarnos mucho más a todos, querernos por principio y abrazar un sistema de vida más esperanzador para todos.
Partiendo del dicho: "de bien nacidos es ser agradecidos"; estos agentes de esperanza, que son los voluntarios, con su labor de servicio desinteresado e incondicional con el prójimo, sin duda contribuyen a generar un cambio positivo para otros, pero además, ellos mismos, también se ven transformados con su quehacer. Por consiguiente, aplaudo a todos los que se donan sin condiciones, a los que trabajan gratuitamente en beneficio de la colectividad, a los que ponen su vida en riesgo por salvar vidas ajenas, pues su presente de lucha es nuestro futuro de fraternización, encaminado a prevenir conflictos, a socorrer a las sociedades para que puedan recuperarse de las inútiles contiendas, o la de prestar asistencia en las situaciones de crisis. Evidentemente, el voluntariado se sustenta en los valores humanos, en la solidaridad más profunda, y en la confianza de su mismo linaje, transcendiendo cualquier frente o frontera cultural, lingüística, religiosa y geográfica. En este sentido, la misma Carta de las Naciones Unidas, al iniciar con las palabras "nosotros los pueblos", nos recuerda que idear soluciones para los problemas mundiales no es tarea sólo de los gobiernos, sino también de la ciudadanía en particular, de las comunidades y la sociedad civil en su globalidad.
La esperanza, -como decía el poeta latino Ovidio-, "hace que agite el naufrago sus brazos en medio de las aguas, aún cuando no vea tierra por ningún lado", y ciertamente, estos millones de voluntarios que se dejan la vida en promover un desarrollo para todos y la paz como horizonte, son tan necesarios como imprescindibles. Juntos vigoricemos los marcos institucionales en que se apoyan estos agentes que unas veces consuelan, otras reaniman y tranquilizan con su efervescente ilusión. Unidos, utilicemos este recordatorio del cinco de diciembre, para activar el voluntariado como expresión de nuestra humanización y como manera de promover el respeto mutuo entre todos. Más allá de cualquier interés mundano, ha de prevalecer esa unidad de corazón, esa unanimidad de esperanza, esa armonía de los sentimientos en el amor, en el amor mutuo, tratando de ser compasivos unos con otros, considerados con nuestro análogo, dejando con humildad el lugar al otro que necesita de nuestro auxilio. Desde luego, el voluntariado que lo es de corazón, no sólo crea fortaleza, resistencia y solidaridad comunitaria, también genera un espíritu de reencuentro y concordia, consigo mismo y con los demás. Ellos son los primeros que descubren que hay más dicha en dar que en recibir. Quizás ahí resida la verdadera felicidad, la que con tanto desvelo buscamos.
Recordemos que al fin, cuando todo parece perdido, siempre hay un corazón que nos responde; es un vivo anuncio de que el ser humano jamás está solo, que camina con la humanidad de cada época, a pesar de tantas exclusiones que nos discriminan. Por tanto, el voluntariado constituye un vehículo sumamente necesario que permite que la población participe en la vida de sus sociedades, muy en especial aquellos grupos vulnerables y marginados, así como las personas de edad o los discapacitados. De este modo, frente a la desesperanza que hoy día impera en el mundo, se contrapone el amor de multitud de voluntarios, dispuestos a dejarse los mejor de sí, en favor del otro, y que se manifiesta como cultivo de esperanza, a través de una implicación seria y responsable; no en vano, Naciones Unidas acaba de apostar por el voluntariado como el motor del desarrollo en Latinoamérica, contribuyendo a que los gobiernos rindan cuentas y respondan a las demandas de los ciudadanos.
Efectivamente, el programa Voluntarios de las Naciones Unidas (VNU) es el principal ente de voluntariado en el sistema de las Naciones Unidas, y su labor es encomiable: apoya la paz, ofrece socorro y promueve iniciativas de desarrollo en casi ciento cuarenta países. Naturalmente, este voluntariado beneficia tanto a la sociedad en su globalidad como a los individuos que lo ejercen, ya que refuerza la confianza, la solidaridad y la reciprocidad entre los ciudadanos, al tiempo que crea oportunidades de involucración. Esto nos hace, reivindicar cada día con mayor tesón, el reconocimiento de los voluntarios, como fuerza motor de humanización, en un planeta muy deshumanizado. Está visto que el silencioso heroísmo de algunas gentes del voluntariado son una escuela de vida, con la clave de la esperanza, para los jóvenes y menos jóvenes, para todos nosotros en definitiva. En cualquier caso, no olvidemos que nunca será tarde para buscar un mundo mejor y más renovado, si en el empeño ponemos coraje y esperanza, o lo que es lo mismo, fortaleza y voluntariado.
corcoba@telefonica.net
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