Nota del autor: La semana pasada mi amigo Armando Laviña, un cubano de los que ya no abundan, me llamó la atención sobre este artículo que publiqué en esta revista el 17 de abril de 2009. Por su valor como predicción de lo que ha ocurrido en los últimos días lo incluyo en la edición de esta semana.
“Es más difícil sacar a un pueblo de la servidumbre que subyugar a uno libre.” Montesquieu.
Nadie que se respete y quiera ser respetado afirmaría que el pueblo de Cuba no ha pagado una gigantesca cuota de sangre, miseria y lágrimas en esta lucha de cincuenta años contra una tiranía cuya ferocidad, ineptitud y rapacidad no tiene antecedentes en nuestra historia. Pero la batalla ha sido tan prolongada que la mayoría de sus combatientes originales ha fallecido, otros sufren los embates de la ancianidad y otros han abandonado la lucha por decepción o cansancio.
A todo ello debemos agregar la demencial desesperación en que languidecen los cubanos que tienen la desgracia de levantarse todos los días en ese manicomio que se llama Cuba. Un verdadero infierno en la Tierra donde el control de sus vidas esta en manos de una banda de forajidos y matarifes que dicen gobernar a nombre de un pueblo al que jamás le han pedido su opinión en unas elecciones democráticas. En ese terreno maldito no pueden crecer las flores de la libertad sino la mala hierba de la servidumbre.
Ese es el pueblo cubano que, dentro y fuera de la Isla, recibió hace unos días la noticia de que el recién estrenado presidente norteamericano, Barack Obama, eliminaría restricciones relativas a las visitas y remesas de cubanos residentes en los Estados Unidos a sus familiares que viven en Cuba. Los estrechos lazos familiares que por años se han manifestados en multimillonarias remesas desde el exterior hacia la Isla provocaron un huracán de pasiones en la ya dividida oposición al régimen comunista tanto dentro como fuera de Cuba.
En la patria aguijoneada por el hambre, la miseria y la desesperación la mayoría de los opositores cubanos ha recibido la noticia con júbilo y esperanza. Una minoría ha contemplado el acontecimiento con cierto recelo y considerable desconfianza. Estos son aquellos que se oponen a cualquier levantamiento del embargo que pudiera dar oxígeno a los tiranos. De todas maneras, no se nos escapa la ironía de que el pueblo cubano tenga más confianza en que el hasta ahora odiado imperialismo norteamericano pueda mitigar sus vicisitudes mejor que la gloriosa revolución de 1959 devenida en esta anquilosada tiranía del 2009. Tampoco puede pasar desapercibido el hecho de que sea precisamente un negro norteamericano quién muestre compasión por un pueblo donde dos tiranuelos pichones de gallego han reducido a los negros a ciudadanos de quinta clase y los han metido en la cárcel en cantidades industriales.
En el exterior se ha producido una situación similar, matizada muchas veces por la fecha de llegada al exilio de los cubanos residentes en Estados Unidos. Quienes llegaron en los últimos veinte años han recibido la noticia con un júbilo desbordado y rayano en el paroxismo. Se aprestan a viajar con frecuencia a la Isla, prolongan sus horas de trabajo y hasta se privan de placeres personales para acumular recursos con los cuales financiar remesas y viajes. Y todo eso es digno de elogio porque responde a profundos sentimientos de compasión y solidaridad con quienes sufren los desmanes del régimen comunista. En su ecuación no entra la consideración de que estas medidas puedan devenir en futuras concesiones a la tiranía. Por desgracia, tanto entre quienes residen en Cuba como entre estos recién llegados, muchos se han acostumbrado a que el gobierno les proporcione la solución a sus problemas cotidianos aun al precio de renunciar a su dignidad de hombres libres.
Quienes llegamos en los primeros veinte años del terremoto comunista vemos con satisfacción que nuestros hermanos de Cuba reciban aunque sea un alivio parcial a sus numerosas necesidades materiales. Pero nos preocupa considerablemente que estas medidas recientes de Washington puedan conducir a un levantamiento del embargo o a una apertura indiscriminada del turismo norteamericano a la Isla. Tanto para nosotros como para esa minoría de quienes, aún residiendo en Cuba, tienen el coraje de demandar libertad antes que pan, ninguna medida que prolongue la vida de la tiranía y el sufrimiento de nuestro pueblo es aceptable. Y eso es precisamente lo que harían el levantamiento del embargo y los dólares del turismo norteamericano.
Después de cincuenta años de deambular por este desierto de desolación y desesperanza el pueblo cubano no necesita paliativos a su miseria económica. Lo que necesita y demanda con urgencia el pueblo de Cuba es libertad, democracia y libre empresa en mayor cuantía para dar rienda suelta a la creatividad y al espíritu emprendedor de nuestros hombres y mujeres. Todo ello, para crear ciudadanos conscientes de que son ellos los dueños de sus propios destinos y de que el estado está al servicio de los ciudadanos y no viceversa. Sería una verdadera tragedia que por la improvisación o la premura echáramos por la borda el trabajo de tantos años, las lágrimas de tantas madres y la sangre de tantos muertos. Todos esos esfuerzos y sacrificios no pueden terminar en la prolongación de esta servidumbre ni en la creación de una nueva, una vez derrocada la tiranía, sino en la fundación de una república democrática de hombres y mujeres libres.
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