No me gustan los devotos del señor soborno,
tampoco los piadosos de puertas para afuera,
ni los sentimentales que viven según les place,
que donan únicamente aquello que les sobra,
en lugar de donarse ellos, ¡hasta no dejarse piel!
De un tiempo a esta parte, me parto de dolor,
pues en este mundano mundo, los inhumanos
humanos sólo se reparten panes indecentes,
palabras que en vez de alimentar consuelo,
nos desnutren el alma, ¡nos nutren de vicios!
¿Habrá mayor inmoralidad que servirse
del pobre con la humillación y la miseria,
adueñándonos de sus vidas y usurpándoles
el sueño de la libertad?. Pongamos mesura:
al privilegio de unos, ¡el dominio de los otros!
Aquí, en la tierra de nadie, ya no se gana el pan
con la sublime dignidad de nuestros abuelos,
ni con la esperanza de nuestros propios padres,
nos hemos vuelto tan adictos a lo material,
que todo lo que no es dinero, ¡mejor no exista!
Olvidamos que el espíritu gobierna el cuerpo,
que la sabiduría no es otra cosa que el yo
caminando por este galáctico universo de color,
tan místico como contemplativo, tan de Dios,
que aunque nada es, ¡lo es todo en la creación!
Despertemos, pues, a la rectitud de la poesía,
volvamos al árbol de la equidad, retornemos
y custodiemos esta vida nuestra en su hondura,
que sí vivir, ¡es hacer arqueo de lo andado!,
también morir, ¡es hacer balance de lo vivido!
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