Justicia social más que ayuda humanitaria
El más terrible azote de los pueblos en conflictos motivados por el fanatismo no es el hambre ni las epidemias sino los intereses económicos extranjeros
Por José Carlos García Fajardo
Quizá haya llegado el momento de hablar menos de ‘ayuda humanitaria’ y denunciar las corrupciones y abusos por parte de los poderosos del norte sociológico en connivencia con dirigentes venales de esos pueblos empobrecidos del sur, de Oriente Medio y de tantas otras latitudes. Hay que llamar a las cosas por su nombre y no quedarnos en reacciones viscerales cuando se trata de atajar los males en sus raíces.

Si se pagara el precio justo por las materias primas que se les expolia obligándolos a monocultivos intensivos que desertizan las tierras; si se impusiera un embargo absoluto en la venta de armas de manera que ningún país miembro de la ONU pudiera vender armas a esos estados bajo amenaza de las más severas sanciones; si se detuviera la proliferación de fábricas sucursales del norte que se instalan en esos países para explotar la mano de obra barata y sin condiciones de seguridad social alguna; si se reconociera que la deuda externa ya está pagada con creces y que muchos países necesitan el 60% de su renta nacional para pagar los intereses de la misma; si no se invadieran sus mercados con los excedentes de producción de las industrias del norte creándoles nuevas necesidades y dependencias por medio de la imposición del modelo de desarrollo neoliberal, elevado a la categoría de paradigma, y que se ha revelado como eficaz sólo donde ha habido posibilidad de explotar las materias primas y la mano de obra barata de otros pueblos como “recursos”; si se llevara a los tribunales penales internacionales a las multinacionales perversas y potencias corruptoras así como a los dirigentes venales de esos países; y si se cooperara en situación de igualdad con esos pueblos para ayudar en un desarrollo endógeno, sostenible, equilibrado y global –de acuerdo con sus idiosincrasias, culturas y características propias-, se estaría contribuyendo a una verdadera actitud humana y justa que va más allá de una ayuda económica esporádica y siempre de acuerdo con los intereses de los países donantes.

Hace años, el secretario general de la ONU, Kofi Annan, denunció a los países ricos por reducir en un 24% la ayuda humanitaria y aseguró que el hambre hacía peligrar el futuro de 20 millones de personas en África. Annan solicitó un esfuerzo especial cuando la atención mundial había vuelto sus ojos y su dinero a otras crisis. Sus palabras no sirvieron para movilizar a la comunidad internacional y seguimos lamentándonos de que millones de seres humanos estén amenazados por el hambre, las guerras y revoluciones cuando se podía haber actuado con antelación.

Reconocemos esa terrible situación pero debemos preguntarnos por las causas de esas hambrunas -debidas no sólo a la sequía sino a la imposibilidad de cultivar los campos- de esas guerras, de esos desplazamientos humanos.

Ya está bien de explotación, de mentiras y de falsos problemas. África es un continente rico en pueblos, culturas y civilizaciones, rico en materias primas, en tierras regadas y en bosques. Es la mayor reserva del mundo en toda clase de minerales. Quizá por eso nos pidan ‘ayuda humanitaria’ en lugar de justicia y de solidaridad. El ex presidente de Tanzania, Julius Nyerere, dijo a una comisión de donantes de países del Norte: “Por favor, no nos echen una mano, quítennos el pie de encima”. El líder conocido como La Conciencia de África pedía relaciones de justicia. Como Jomo Kenyatta, primer presidente de Kenia, decía de los ingleses “Cuando vinieron, ellos tenían la Biblia y nosotros las tierras; ahora, ellos poseen las tierras y a nosotros nos dejaron la Biblia”.

Recordemos esas posibilidades de ayuda por parte de la comunidad internacional, que pueden sonar a utópicas, pero que las asumimos en el sentido de que “utopía es lo que no existe en ningún lugar… todavía”. Porque no debemos soñar con un hipotético Plan Marshall que podría llevar a una dependencia todavía mayor respecto de las economías de los países del Norte.

Cierto que cabe una ayuda, aunque sólo sea por la vía de la reparación, -en estricta equidad y justicia-, pero pudiera ser que la mejor manera de ‘ayudarles’ fuera retirándonos y reconociendo su mayoría de edad y la capacidad para relacionarse con otros países y con otros modelos de desarrollo económicos distintos en términos de igualdad.

El más terrible azote de los pueblos en conflictos motivados por el fanatismo como reacción a la explotación de sus riquezas naturales no es el hambre ni las epidemias sino los intereses económicos extranjeros, sus dirigentes y las fuerzas militares o paramilitares.




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