Mi esposa se preguntaba hace unos días por qué vienen a un país que detestan los musulmanes que huyen del terrorismo de ISIS y los resentidos que odian las libertades y el capitalismo que definen el estilo de vida norteamericano. Traté de dar respuesta a la complicada pregunta con argumentos que ahora procedo a compartir con ustedes. En primer lugar, para alguien en su sano juicio y en capacidad de actuar en concordancia con sus ideas no tendría sentido alguno someterse a la tortura de vivir en una sociedad que odian. Pero estoy convencido de que estas personas carecen del equilibrio mental y del sentido común para ver la contradicción entre sus ideas y su conducta. Son víctimas de un fanatismo ideológico o de una intolerancia religiosa que les impide ver la realidad tal como es sino como se la sembraron en su psiquis en los años de su formación como seres supuestamente pensantes.
Pero ni su fanatismo ni su intolerancia les impide ver el contraste entre la prosperidad material de los países donde predomina la libertad y la miseria de las sociedades donde imperan la opresión y la intransigencia. Algunos vienen en busca de la prosperidad que no tienen en sus países de origen pero sin la disposición de acatar las nuevas normas de vida y de integrarse a la sociedad que los acoge. Estos son los que quieren los beneficios de la prosperidad material sin renunciar a sus ideologías fracasadas o sus religiones atávicas. Otros van aún más lejos. No sólo se niegan a integrarse al nuevo medio social si no se empecinan en cambiar en forma radical a la sociedad donde fueron aceptados generosamente como huéspedes. Sus prejuicios y sus fanatismos les impiden darse cuenta de la estrecha relación entre la libertad y la prosperidad.
Creo oportuno señalar en este momento que, cuando hablo de libertad, me refiero a la libertad en un sentido amplio, la libertad política y la libertad económica. Ambas son necesarias para que el ciudadano de cualquier país pueda alcanzar la plenitud de su potencial según sus habilidades y su determinación, sin la interferencia del estado autocrático y todopoderoso. La libertad económica significa que las personas son libres de escoger, intercambiar, competir, invertir, y cosechar los frutos de su trabajo protegidos contra agresiones dentro de un marco legal de igualdad ante la ley y mínima interferencia del Estado. La relación entre la libertad económica y la prosperidad es impresionante: Las economías más libres invierten más, crecen más rápidamente, y alcanzan niveles de ingreso mayores a las economías menos libres.
Por otra parte, la libertad económica y la propiedad privada son dos prerrequisitos para la cooperación social y la creación de riqueza, esto es, para la división del trabajo, el intercambio de bienes y servicios y la acumulación de capital. Nadie trabaja para el enriquecimiento y el bienestar ajenos. Esa es la esencia de la naturaleza humana y el fracaso del comunismo ha sido ignorar esa naturaleza. El "hombre nuevo", que supedita su bienestar personal al de unas masas ajenas a sus afectos y a sus intereses, es una aberración creada por la ultraizquierda totalitaria para "encandilar" a las multitudes y llevarlas como ovejas enceguecidas al matadero del estado omnímodo y opresivo. La segunda encíclica de Juan Pablo II sobre la doctrina social de la Iglesia: Sollicitudo Rei Socialis, confronta la visión socialista de crear un hombre nuevo afecto al aparato burocrático. Un hombre anestesiado y sin iniciativa económica que sea arrastrado por los tiranos y los políticos corruptos.
Muy claramente, el Papa sitúa entre las causas de la pobreza la represión del "derecho de iniciativa económica", derecho fundamental "no sólo para el individuo en particular, sino además para el bien común", pues su negación "en nombre de una pretendida igualdad de todos en la sociedad (…) destruye de hecho el espíritu de iniciativa, es decir, la subjetividad creativa del ciudadano"; y, para más 'inri', lejos de conseguir su objetivo, da lugar a una igualdad consistente en una "nivelación descendente". Una de las luminarias de la ciencia económica en el Siglo XX, Milton Friedman, coincidió con el Papa cuando dijo: "una sociedad que pone la igualdad por encima de la libertad acabará sin igualdad ni libertad". Visto desde otro ángulo, la prostitución de los hábitos de responsabilidad individual conlleva subjetiva e inconscientemente a la aceptación del paternalismo estatal y a los sentimientos de dependencia respecto a la autoridad gubernamental.
Esas son las sociedades que han predominando durante muchos años y que todavía existen en estos momentos en muchos países del llamado Tercer Mundo, por falta de otro término más idóneo para describir la región. Una modalidad que en las últimas décadas ha empezado a tomar fuerza incluso en algunos países con tradiciones de libertad política y económica de la vieja Europa. Ahí tenemos las situaciones desesperadas de las economías de Grecia, Italia y España.
Volvamos al Tercer Mundo para ilustrar estas líneas con un par de ejemplos. Botsuana es un país situado al sur de África, justo al lado de Zimbabue. Desde 1995 su Índice de Libertad Económica se ha incrementado desde 55,1 hasta el 70,3 en 2006; correlativamente su renta per cápita había aumentado de 5.579 a 11.561 dólares. Este cambio significó una tasa de crecimiento anual media del 8,3%, cifra que supera con creces a la mayoría de los países desarrollados. A pesar de ser el vecino de Botsuana, los resultados económicos de Zimbabue fueron totalmente diferentes. Cuando Robert Mugabe fue nombrado presidente, Botsuana y Zimbabue tenían la misma renta per cápita (alrededor de 1.600 dólares). Hoy la renta per cápita de Zimbabue es sólo de 2.576, lo que supone un crecimiento medio anual del 1,8% en más de 25 años.
¿Y de mi Cuba qué? La misma situación de miseria, pero en este caso provocada de manera intencional para mantener en esclavitud al pueblo cubano. En 1953, seis años antes de la llegada de los vándalos, el ingreso nacional per cápita de Cuba era de $325, superior al de Italia ($307), Austria ($290), España ($242), Portugal ($220), Turquía ($221), México ($200), Yugoslavia ($200) y Japón ($197). (Véase Charles P. Kindleberger, Economic Development, McGraw-Hill, 1958). En 1958, Cuba producía el 80% de los alimentos que consumía y era el principal abastecedor de vegetales a Estados Unidos. Actualmente, Cuba importa el 80% de los alimentos que consume y Estados Unidos es su principal abastecedor. Tomen nota los fanáticos de la ultraizquierda que culpan al "bloqueo norteamericano" de los males económicos de Cuba.
Pero si algo demuestra la total ineficacia del sistema es la incapacidad del socialismo para convertir en riqueza la ayuda externa. Entre 1960 y 1990, Cuba recibió una ayuda de 65.000 millones de dólares por parte de la Unión Soviética, sin contar la que recibió de los otros países socialistas. Para que se tenga una idea de lo que representa esa ayuda, téngase en cuenta que, a través del Plan Marshall, los países de Europa Occidental recibieron de Estados Unidos 13 mil millones de dólares de la época, para la reconstrucción necesaria después de la Segunda Guerra Mundial. Aunque no me he molestado en buscar cifras sobre la ayuda soviética a los países de Europa Oriental, en 1989 fuimos testigos del desmantelamiento del Imperio Soviético, no por falta de armamentos militares sino por el total fracaso de su política económica.
Todo esto demuestra que en un país donde los ciudadanos no son libres para escoger sus profesiones, crear sus propios negocios, desplazarse a su antojo y practicar la religión de su preferencia no puede haber otra cosa que esclavos. Y los esclavos no tienen el más mínimo interés en crear una riqueza que le arrebatan sus amos. Es por eso que el socialismo y la miseria han andado de la mano a través de la historia.
En marcado contraste, la libertad económica y el capitalismo--a pesar de haber sido convertido por la ultraizquierda en mala palabra--han logrado superar sus obstáculos y enmendar sus propios errores en la labor de crear riqueza y prosperidad. Margaret Thatcher, lo demostró cuando en la década de 1980 los sindicatos demandaban su renuncia y sus asesores le aconsejaban una marcha atrás. La "Dama de Hierro" no se dejó amedrentar por las amenazas socialistas y salvó al capitalismo inglés con la fórmula triunfante de más capitalismo y más libertad económica.
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