En los días previos a las elecciones de diciembre de 2015 hemos visto a políticos mostrar, en los programas de televisión de más audiencia, unos aspectos de su vida que eran desconocidos para el gran público.
El político, y más en época electoral, solía dar un aspecto de moderación, de seriedad, de tener todo controlado para un buen gobierno, de confianza para que el electorado le otorgue su voto. La ciudadanía ya está acostumbrada a ver a ese candidato o candidata en un mercado, saludando a comerciantes y compradores; o a escucharles en pequeños mítines en plena calle; o repartiendo propaganda electoral por cualquiera de los parques de la ciudad.
Eso ya no basta. Ahora hay que entrar en la casa de la gente y mostrar una cara distinta, que atraiga, que convenza para el día de la votación. Hay que reconocer que a algunos les saldrá bien; pero otros quizá deberían haberse pensado mejor eso de entrar en los domicilios a través de estos programas.
Los candidatos han “jugado” en terrenos en los que nunca lo habían hecho, como programas de televisión para jóvenes, programas deportivos de las radios en los que los políticos comentaron los partidos de fútbol y las noticias del deporte y, de paso, lanzaron sus proclamas electorales para tratar de convencer a los más aficionados.
Lugares, escenas, acciones, tareas que han mostrado ante las cámaras las caras de cuatro candidatos a la Presidencia del Gobierno de España, pero que no volveremos a ver hasta la próxima campaña electoral; y siempre que sea imprescindible hacerlo. Ya no es suficiente besar niños, saludar amas de casa en los mercados, o estrechar la mano del frutero… En la campaña para las elecciones del 20 de diciembre de 2015, los políticos han mostrado una cara o una máscara. Cada uno debe juzgar si de verdad son así, si esas son sus verdaderas caras; si se mostrarán igual de amables dentro de unos meses.
Todos habremos visto la que quizá sea la cara más auténtica de un político: la que se le queda la noche electoral tras conocer los resultados de la votación. La cara, como dice el refrán, “es el espejo del alma” y, por muchas tablas que uno tenga, hay situaciones en las que es difícil mostrar una máscara que tape el rostro verdadero. Eso sí, siempre les queda la opción de centrar su discurso en aquellos datos salidos de las urnas que mejor les vengan y tratar de disimular la derrota. Cuando esto ocurre, se les pone cara de que todos han ganado.
Ocultar la verdadera cara no es sólo cosa de políticos. En páginas de perfiles profesionales, en webs personales o de búsqueda de parejas se pueden ver fotos y textos que no muestran la verdadera cara de la persona que los protagoniza. Engordar un currículum suele ser lo más habitual en este tipo de webs, para tratar de llamar la atención del posible empleador.
A la hora de buscar un candidato para un puesto de trabajo, las empresas rastrean todos los rincones de Internet tratando de sorprender a los aspirantes. La pose tranquila y modosa de la entrevista de trabajo puede derrumbarse si en la Red de Redes aparecemos en situaciones comprometidas, o no coincide lo que hemos colgado con lo que hemos declarado ante el empleador.
Si pasamos al terreno de buscar pareja, fotos retocadas o de estudio suelen ilustrar los perfiles de quienes buscan a su media naranja. Además, a la hora de contar aficiones, características de la personalidad, etc., la literatura fantástica suele campar por sus respetos para sacar el mejor perfil de cada uno. Luego puede venir el chasco del cara a cara en la cita presencial.
Incluso en las páginas personales de Facebook o Twitter las caras no son lo que parece. Algunos de estos perfiles ocultan buena parte de la personalidad de quienes los protagonizan.
Cada moneda tiene dos caras, pero en el caso del ser humano el número aumenta. Es difícil, por no decir imposible, saber si quien tienes al lado da su perfil verdadero, u oculta su cara tras una máscara. Es complicado saber “a qué cara quedarse”, pero este puede ser otro.
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